Quien ose afirmar que hoy, dos milenios después de la muerte de Cristo, su vida y papel en la Historia de la humanidad han dejado de interesar al mundo se equivoca diametralmente. Jesús de Nazaret no sólo “hechizó” a las masas del primer siglo, sino que continúa cautivando a creyentes, agnósticos, historiadores y a científicos.
Así lo revelan las investigaciones realizadas por expertos en diversos lugares del planeta.
Casi al mismo tiempo que dos científicos de Oxford (Reino Unido) anunciaban el descubrimiento de la fecha exacta de la muerte de Jesucristo, un jesuita japonés ofrecía una versión diferente y peculiar.
El primer caso fue publicado por la revista alemana “Spiegel”. Colin J. Humphreys, experto en metalurgia, y W.G. Walddington, astrofísico, llegaron a la conclusión de que Cristo murió, exactamente, el viernes 3 de abril del año 33 de nuestra era, después de realizar múltiples cálculos matemáticos y astronómicos basados en el estudio de las posibles fechas de un eclipse parcial de luna sobre Jerusalén.
Efectivamente, el día en que Cristo murió,
“hubo tinieblas sobre toda la tierra… y el sol se oscureció”. (Lucas 23:44-45). Dado que la ejecución tuvo lugar
“a la hora sexta”, los expertos deducen que se produjo un oscurecimiento de la luna y no del sol. Durante el gobierno de Poncio Pilato hubo 12 eclipses sobre Palestina, pero sólo dos ocurrieron en el momento de salir la luna: el primero, el 31 de enero del año 36, fecha de un eclipse total; el segundo, el 3 de abril del año 33, coincidente con la celebración de la Pascua judía (dependiente, a su vez, de la luna llena de primavera, antes del equinoccio, en el mes de Nisan, o sea, abril).
Al término de aquella jornada, a las 18,20 de la tarde,
“hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Marcos 15:33), lo que, según las eminencias de Oxford, fue provocado por un ensombrecimiento de la tercera parte del disco lunar.
Sin embargo, las investigaciones del jesuita japonés Yoshimasa Tsuchiya discrepan de las de sus colegas británicos por un margen de tres años. Este profesor de Teología, aficionado a las matemáticas, ha elaborado un calendario perpetuo, en el que fija la fecha de la muerte de Jesús en el viernes 7 de abril del año 30. El Mesías, afirma, murió dos días antes de la luna llena, después del equinoccio de invierno. El calendario, según el religioso nipón, puede precisar el momento exacto de los grandes acontecimientos históricos que, debido a su lejanía en el tiempo, están oscurecidos por la nebulosa del olvido; siguiendo las pautas marcadas por tan curioso invento, se pueden incluso precisar las fechas de las Semanas Santas de los próximos milenios, ya que cubre un período de 3.600 años, desde el 8 hasta el 3599 después de Cristo.
¿Cuándo, exactamente, murió Cristo? Ni los cálculos más afinados han logrado, hasta el momento, aclarar el instante preciso ni la hora concreta. El misterio permanece. Hay incógnitas que, sin ser relevantes para la fe del que cree, no dejan de alimentar la curiosidad, tratándose, especialmente, del evento que desató las más sublimes y cruciales consecuencias para toda la raza humana.
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