Bienvenidos, hermanos

El Instituto Nacional de Estadística contabiliza sólo a los empadronados, es decir, a los legales. Los llamados ilegales aumentan considerablemente las cifras.

El 95 por ciento de esta población hispana está compuesta por inmigrantes, que han llegado a nuestro país buscando aumentar su nivel de vida mediante el esfuerzo y el trabajo personal.

En la Biblia no se menciona ni una sola vez el sustantivo inmigración ni la palabra inmigrante, que también se utiliza como sustantivo. Pero la figura del inmigrante está representada en sus páginas inspiradas. Israel fue un pueblo inmigrante en tierras de Egipto. Abraham emigró a un país que no era el suyo. En un sentido puramente teológico, Cristo emigró del cielo a la tierra para cumplir los planes divinos y cuando era un niño José y María emigraron con él a Egipto.

La orden de Dios es tajante: “amaréis al extranjero” (Deuteronomio 10:17-19).

Amaréis al inmigrante.

No existen datos fidedignos, pero muchos de éstos inmigrantes hispanoamericanos son evangélicos convertidos en iglesias de sus países de origen. Han venido a nosotros para luchar por lo que luchamos todos, mejorar su situación económica. Es cierto que proceden de otras culturas, que tienen costumbres y hábitos distintos a los nuestros, lo cual carece de importancia, porque tampoco hablan igual, piensan igual ni actúan igual un andaluz, un vasco o un catalán.

Estos inmigrantes se enfrentan a problemas propios de la condición que viven: Encontrar un trabajo digno, obtener las prestaciones sociales a las que tienen derecho, hallar una vivienda en la que puedan residir como seres humanos, reunir la familia que ha quedado al otro lado del mar.

Existen algunas instituciones evangélicas que trabajan en este sentido, pero es tarea que corresponde a la iglesia local.

Los inmigrantes hispanos que llegan convertidos a España están enriqueciendo las iglesias. Algunos son problemáticos, es cierto, pero también lo son, y en mayor medida, los propios españoles.

Son muchos los inmigrantes que realizan esfuerzos para congregarse el domingo en la iglesia elegida, debido a la dificultad del transporte. Pero lo hacen. Y participan del culto. Y animan a otros. Y ofrendan de lo que tienen. Son sensibles y generosos. Son agradecidos. Dan gracias al predicador por el mensaje recibido, cosa que hacen pocos españoles.

Las palabras de Pablo a los Romanos, “recibíos unos a otros”, pueden ser aplicadas a los inmigrantes. Hemos de olvidar de dónde proceden y hemos de recibirlos como lo que son: Hermanos en Cristo, parte de la Iglesia del Señor.

Algunas congregaciones que cuentan con un número regular de inmigrantes hispanos han adoptado la norma de establecer los domingos reuniones separadas, cultos para ellos. Creemos que es un error. Los inmigrantes deben ser integrados en el seno de la Iglesia local, utilizar sus dones, concederles parte en el servicio dominical, nombrar para puestos de responsabilidad a los que reúnan las condiciones para ello.

En suma, darles la diestra de compañía y decirles: “¡Bienvenidos, hermanos!”