Hoy, setenta y cinco años después de Azaña, España está dejando de ser católica a pasos de gigante. El catedrático de Teoría Sociológica Alfonso Pérez Agote afirmaba el pasado mes de julio que España ha entrado en “la tercera ola de la secularización”. La primera, en el siglo XIX y hasta la guerra civil, se manifestó a través del anticlericalismo. La segunda llegó con el desarrollo económico a partir de los años sesenta del siglo pasado. Este período “se tradujo en un descenso de la práctica religiosa por un progresivo desinterés respecto a la religión y a la Iglesia”. Ahora estamos viendo el efecto de una generación educada por otra ya secularizada. “No es que los jóvenes se desinteresen por la religión –escribe Pérez Agote-, es que no llegan a interesarse por ella. Queda fuera de la cultura”.
Las encuestas dan la razón al catedrático de Sociología. Un sondeo de opinión llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en agosto de 2005 reveló que “sólo el 17 por 100 va todos los domingos y festivos a misa”. Esto significa que de los 44 millones de españoles, menos de ocho millones cumplen con el precepto dominical de la Iglesia.
Evidentemente, España está dejando de ser católica.
Otros estudios publicados por la propia Iglesia católica en 2002, recogidos por el periodista Juan José Bedoya, indican que el 76 por 100 de quienes se confesaban y comulgaban semanalmente en su infancia ha caído ahora al 6 por 100.
La crisis que atraviesa la religión católica en España es aún más latente entre los jóvenes. Sólo un 10 por 100 de chavales afirman ser católicos fieles. La asistencia a iglesias, parroquias y conventos ha disminuido considerablemente. De cada 100 jóvenes españoles, cinco acuden a misa una vez al mes; 19 lo hacen en grandes festividades. Un 28 por 100 se declara agnóstico o ateo y otro 18 por 100 indiferente al hecho religioso. La Iglesia católica se ha convertido en la institución española que más desconfianza suscita entre los jóvenes, por detrás de la política y las multinacionales. Estas son las principales conclusiones que se obtienen del informe
Jóvenes españoles 2005, dado a conocer por la católica Fundación Santa María, que analiza 4000 entrevistas realizadas en toda España a jóvenes de 14 a 25 años.
Algunos obispos españoles son conscientes de la descomposición del catolicismo. El nuevo plan pastoral dado a conocer por la Conferencia Episcopal, que abarca hasta el 2010, apunta “la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes” y admite que la situación actual de España, conforme al diagnóstico efectuado por el episcopado, muestra una profunda preocupación por “una cultura pública que se aleja decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista”. Para el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, “la sociedad española está apagada, moribunda y es poco responsable de su futuro”. Más claro y más duro se pronuncia Joseph María Soler, Abad de Montserrat, en Cataluña, cuando afirma: “Hoy la Iglesia no está presente en la sociedad y, lo que es peor, cuando está presente, lo está de modo inadecuado, cuando no ridículo”. “Lo que decimos los sacerdotes, los obispos, los teólogos, interesa cada día a menos gente”, confiesa el jesuita granadino de 77 años, José María Castillo. “La iglesia española está esclerotizada e infiltrada por el espíritu del mundo. Vive más hacia el mundo que hacia Dios”, admite el portavoz episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino.
Hoy día nadie duda de que España, al igual que otros países de la Europa Occidental, ha entrado en un proceso de descatolización espectacular, tanto por su intensidad como por la rapidez con que se ha producido.
Algunos cardenales y obispos, cerrando los ojos a la realidad culpan de ello a las instituciones políticas y gubernamentales. Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos III de Madrid, dice que la Iglesia católica se siente incómoda en la democracia y tiene conciencia de sentirse perseguida. A esto responde el ya citado Abad de Montserrat: “Es faltar a la verdad decir que la Iglesia está perseguida en España. Se puede decir que es criticada, o ignorada, pero tiene total libertad para decir lo que quiera, para salir a la calle cuantas veces quiera (que ya lo hace). Lo que la jerarquía católica no quiere entender es que España ya no es lo que era”.
Hoy no se da en España aquél anticlericalismo decimonónico, que disparaba dardos encendidos contra los curas. Si los españoles están perdiendo la fe en la iglesia, si España está dejando de ser católica, las causas hay que buscarlas en el seno de la propia institución, en el corazón de su jerarquía, cerril e intolerante, en dirección contraria al rumbo que marca la sociedad del momento. Como siempre.
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