Poco importa la fecha. Lo que importa es el hecho en sí. Hace dos mil años Dios manifestó al mundo la prueba definitiva de Su amor. En la Persona del Hijo se identificó corporalmente con la raza humana. ¡Sublime y eterno misterio cuya explicación escapa a la mente humana y sólo los cielos conocen!
El Verbo, que vino para redimir nuestras vidas y alegrar nuestros corazones, vivió en la tierra 33 años de sufrimientos. Unos 600 años antes de nacer, el profeta Isaías lo presentó como varón de dolores, experimentado en todo tipo de quebrantos. Y así fue. Humanamente considerada, la de Jesús fue una vida afligida, martirizada, sacrificada.
Su madre sufrió los dolores de un parto que aceptó con obediencia, pero que no provocó ni deseó. Una antigua oración católica dice que el Niño salió del vientre de la Virgen como el rayo del sol por el cristal, sin romperlo ni mancharlo. Con esta imagen se quiere reafirmar la idea de que María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto. La Biblia no dice tanto. Fue virgen antes del parto (Lucas 1:34) y fue virgen durante el embarazo (Mateo 1:24-25), pero dejó de ser virgen al nacer Jesús. Más aun: según Mateo 13:55-56 y otros textos, después del nacimiento del primogénito, María y José engendraron otros seis hijos por el procedimiento natural que utilizan todas las parejas de la tierra.
El varón de dolores vino al mundo entre los dolores del parto, pero también la espada le persiguió a lo largo de su corta vida. Niño aún, los padres huyen con él a Egipto para evitarle la muerte. Pasado el peligro, regresan a su tierra y se instalan en Nazaret.
Nada más sabemos de Jesús hasta que cumple 12 años. A partir de entonces, otro largo y silencioso período biográfico. ¿Dónde estuvo Jesús desde los 12 hasta los 30 años? Unos dicen que en los desiertos, viviendo y estudiando con los esenios. Otros afirman que en Nazaret, trabajando de carpintero. En cualquier caso, su vida no fue la de un triunfador. Si anduvo entre los esenios no destacó como líder, porque cuando aparece a orillas del Jordán está completamente solo. Si trabajó de carpintero debió haber sido un carpintero pobre.
A los 30 años, el varón de dolores no ha fundado una familia. Carece de hogar propio. Sus seguidores son los miserables de la tierra que buscan en El alimento y salud. Carece de dinero para satisfacer pequeños caprichos. No dispone de medio de transporte; ni de una carroza magnífica ni de un brioso caballo blanco; un borriquillo humilde y por una sola vez. Su popularidad es relativa. Los grandes de la nación conspiran para matarle. Nunca es invitado a dar una conferencia en el templo de Jerusalén o en una de las principales sinagogas. En la cruz está casi solo. Su madre, su tía, Juan y unos pocos más le consuelan con su presencia. Las multitudes que habían sido alimentadas y curadas por El se hallan entre los que piden su muerte.
Es curioso.
La única vez que el Nuevo Testamento emplea la palabra triunfo en referencia a Cristo está relacionada con su resurrección de entre los muertos. ¿Nos dice algo esto? Que ése es el destino humano. Jesús abrió nuestros ojos para que comprendiéramos en qué consiste el itinerario del hombre en la tierra: nacer, crecer, padecer y morir.
La auténtica dimensión del hombre hay que buscarla más allá de la tumba, al otro lado de esta muralla infinita que nos separa de la eternidad. Como dice el himno, si hay penas aquí, gozo eterno hay allí.
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