Es lo que ocurre con la Navidad. Entrar en la descripción de todas las transformaciones que a lo largo de los siglos ha sufrido el tema de la encarnación del Padre en la persona del Hijo supondría redactar un grueso volumen.
Me limitare a destacar tres o cuatro asuntos en los que el mito se ha perpetuado gracias al rito.
La fecha. No está comprobado que Cristo naciera un 24 de diciembre. Se han sugerido otras fechas: enero, abril, septiembre.
Origen pagano. Sí está perfectamente demostrado que el 24 de diciembre tenía lugar en Roma una festividad pagana. Se dice que los cristianos aprovechaban la libertad de esos días para conmemorar el nacimiento de Jesús.
El pesebre. Tradicionalmente se presenta al niño Jesús en el pesebre, escoltado por los magos. Cuando los magos llegaron a Belén el niño no estaba en el pesebre. Estaba en la casa (Mateo 2:11).
Dos años de edad. Los magos no se inclinaron ante un niño recién nacido. Jesús tenía ya unos dos años. De ahí que Herodes diera órdenes de matar a todos los niños menores de dos años (Mateo 2:16).
Títulos y número de los magos. Los magos no eran reyes. Eran sabios astrónomos que habitaban generalmente en palacios de reyes. El número y los nombres que se les aplican datan del siglo XI. En pinturas que hay en las catacumbas de Roma el número de magos varía entre 4 y 12.
La escenografía navideña está llena de mitos que no podemos discutir en un artículo de dos páginas. El paganismo ha invadido el misterio. La Navidad ha quedado reducida a una fiesta gastronómica.
Puestos a celebrar, uno debería conocer el verdadero significado de la Navidad. Que Cristo naciera en diciembre, en enero, en abril o en septiembre poco importa. Lo que importa es el hecho auténtico de su nacimiento, su encarnación real. La gente tiende más a celebrar lo visible que lo invisible, la petardería del solsticio, el estribillo terco de los peces que beben y beben y vuelven a beber, que ya ha advertido Álvaro Pombo que es una imbecilidad propia de peces, o unas figuras de barro amasado y cocido.
Todo esto ocurre porque no se profundiza en el auténtico sentido de la Navidad, que es mucho más elevado.
NAVIDAD ES LA PALABRA HECHA CARNE
Según el Génesis, Dios creó el Universo en seis días o períodos de tiempo. No lo hizo por medio de la acción. Tan sólo utilizó la palabra:
“Dijo Dios: sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3).
La frase “dijo Dios” se repite en cada uno de los actos creativos (Génesis 1:3; 1:6; 1:9; 1:11; 1:14; 1:20; 1:24 y 1:26).
Aquella palabra, que no procedía de cuerpo material alguno, se hizo carne en la primera Navidad de la Historia. Dios adoptó en el Hijo persona y personalidad de hombre. El apóstol Juan lo explica con claridad, transparencia y contundencia:
“Aquel verbo (palabra) fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Verbo es una figura gramatical. Pero verbo es también palabra. La palabra sin cuerpo del Padre creador se expresa EN EL HIJO.
NAVIDAD ES LA BÚSQUEDA DEL PERDIDO.
Con el primer pecado empezó la primera gracia. El primer acto de búsqueda. Cuando Adán y Eva se escondieron de Dios tras los árboles del huerto con la intención de ocultar su desnudez, más espiritual que física, el Señor interroga al hombre:
“¿Dónde estás tú? (Génesis 3:8-10).
La búsqueda del pecador prosigue a lo largo de la Historia.
“Llegado el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4:4). Y en un momento de su ministerio, el Verbo declara uno de los motivos capitales de su encarnación:
“El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
Lo que se había perdido, el que se había perdido, el ser humano representado en Adán, se constituyó en motivo de la encarnación y búsqueda de Cristo. Jesús fue enviado como el buen pastor en busca de la oveja perdida para restituirla a la comunión con el Padre, rota en Adán.
Eso significa la Navidad. Cristo se hizo carne, vino al mundo para salvar a todo el género humano, caído en pecado a causa de la trasgresión de Adán y de sus propias trasgresiones personales.
NAVIDAD ES DIOS CON NOSOTROS.
El misterio por excelencia de la Navidad.
El más grande, el más sublime, el más profundo de todos los misterios.
El Cristianismo es la religión de los misterios: la concepción sobrenatural de la virgen María. El nacimiento virginal de Cristo. Su resurrección y ascensión a los cielos. Y tantos otros.
Pero ningún misterio tan insondable, tan penetrante, tan íntimo como éste.
Mil años antes del misterio, Salomón se planteó el dilema:
“¿Es verdad que Dios morará en la tierra?” (1º Reyes 8:27). Medio siglo después, el profeta Isaías expresó su deseo de que así fuera:
“¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras!” (Isaías 64:1).
Y se rompen los cielos.
Y Dios desciende hecho niño, hecho joven, hecho hombre.
Lo anunció el ángel a la virgen:
“Darás a luz a un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
¡Dios con nosotros! ¡Dios comunicando directa y personalmente con nuestra humanidad! ¡Dios enriqueciendo la escala de los seres humanos, bajando a la tierra a morar con ellos! ¡Imposible pedir una prueba más grande del amor de Dios hacia la raza caída!
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