Guy y Rosemary son una joven pareja neoyorquina –interpretada en el cine por el director independiente John Cassavetes y la vulnerable actriz Mia Farrow, entonces conocida por una serie de televisión llamada
Peyton Place y su matrimonio con el cantante Frank Sinatra, que le pidió el divorcio durante el rodaje–. Guy es un actor secundario, que vive de su trabajo en la publicidad. Aunque ha participado en una obra sobre
Lutero –probablemente el drama que hizo John Osborne en 1963–, no ha logrado todavía un papel importante, cuando se mudan a un apartamento en un antiguo edificio del siglo XIX.
En la novela, la casa Bramford está inspirada en el Osborne –al lado de Central Park, no muy lejos del Dakota, edificio que convierte Polanski en un protagonista más de la película–. Allí vivió una temporada efectivamente Aleister Crowley, que después de haberse criado en una
Asamblea de Hermanos en Inglaterra, comenzó el satanismo moderno, llevado por su identificación enfermiza con los personajes malignos de la Biblia. En la puerta del Dakota murió también John Lennon, asesinado por Mark Chapman en 1980.
Hoy en día parece increíble que personas con pocos medios económicos pudieran vivir allí, pero hay que darse cuenta que en los años sesenta había leyes que impedían subir los alquileres antiguos más allá de un porcentaje mínimo. Los vecinos de los protagonistas de esta historia son unas personas mayores, que los acogen como si fueran sus hijos. Es cierto que la señora Minnie –magistralmente interpretada por Ruth Gordon, que se llevó un Oscar por la película– es algo entrometida, pero ella y su marido Roman, no aparentan ser más que un matrimonio excéntrico.
¿RELIGIÓN O SUPERSTICIÓN?
Cuando los invitan a cenar sus vecinos, el anciano Roman se muestra en la mesa como alguien crítico de “la hipocresía de la religión organizada”. Hablan del papa, que visita por primera vez Estados Unidos en 1965. El hombre le describe como un “brillante actor” y muestra simpatía por Lutero, que ha visto en una obra de teatro, en la que Guy tenía un papel secundario. Rosemary se muestra incómoda por su falta de respeto.
Descubrimos por un sueño que ha estado en un colegio de monjas, que la ha dejado traumatizada.
Para muchos críticos, esta es la clave para responder a la pregunta de si todo lo que viene a continuación, ocurre en realidad, o es resultado simplemente de la imaginación de Rosemary. Polanski alimenta esa ambigüedad, siguiendo fielmente la novela de Levin, que no se muestra claramente creyente en lo sobrenatural. Es significativo en ese sentido la aparición de la famosa portada de la revista
Time en 1966, con la pregunta
¿Ha muerto Dios?, que ella encuentra en la sala de espera, cuando va a ver al médico. Estamos en una época en que la ciencia parece haber sustituido a la religión.
Sin embargo ahí está la superstición del amuleto que cuelga del cuello de Rosemary. El talismán despierta un desagradable hedor, que dicen proviene de la raíz de algo llamado
tannis. Es un nombre griego que viene de una diosa de la fertilidad en forma de serpiente.
En la historia se le atribuye un poder mágico, que ella cree al principio da buena suerte, pero luego identifica con una influencia maléfica. Nuestro mundo está lleno de tales contradicciones. La gente dice que no es religiosa y luego lleva pulseras de la suerte…
CUESTIÓN DE FE
Es evidente que La semilla del diablo despertó toda una moda de interés en el satanismo, que se mantiene hasta el día de hoy. Algo que el escritor lamentaba, porque su intención no era fomentar la creencia en el diablo, como es el caso de los autores de películas como
El exorcista o
La profecía. Estas historias están hechas desde una perspectiva de fe, pero no así la novela de Levin o la película de Polanski –aunque un año después sufriera la muerte de su esposa, la actriz Sharon Tate, en manos de la secta de Charles Manson,
La Familia–.
Rosemary pasa de ser una devota alumna de un colegio de monjas a una liberada mujer moderna, que cae en la trampa del ocultismo. Como dice Chesterton, cuando dejamos de creer en Dios, no es que ya no creamos en nada, sino que creemos en cualquier cosa. Todos tenemos que creer en algo. Sea Dios, o sea el diablo, como diría Bob Dylan en su famosa canción del año 79:
Tienes que servir a alguien. La fe por lo tanto no es cuestión de creer, o no creer, sino en quién crees y para qué vives. Ya que todos creemos y vivimos para algo o alguien.
El dilema en la Biblia no está entre la fe y la incredulidad, sino entre la creencia en un dios o un ídolo, y la confianza en el Dios vivo y verdadero. Lo que historias como La semilla del diablo nos recuerdan, es que en nuestras modernas ciudades no sólo hay una vida basada en la ciencia y la tecnología, sino el horror del miedo a lo desconocido.
El bebe de Rosemary refleja nuestros temores y nos deja como a la protagonista, enajenada y sin aliento, en un mundo donde la amenaza no está lejos de nosotros.
¿QUIÉN ES NUESTRO ADVERSARIO?
El mundo espiritual no se puede entender sin darse cuenta de que no sólo hay un poder luminoso que relacionamos con Dios, sino también la presencia oscura de una realidad maligna, que identificamos con esa criatura que la Biblia llama diablo. Tanto él como los demonios son criaturas angélicas creadas por Dios, que
no han mantenido su estado original (
Judas 6), sino que se han rebelado contra el Todopoderoso. Satanás significa el Adversario (
1 Pedro 5:8). Es la Serpiente antigua que llevó a la humanidad a creer en sí misma (
Génesis 3), confiando que así podía llegar a descubrir lo mejor para ella.
Esto es lo que significa en realidad el satanismo moderno. No es el culto a un ser supremo que identifican con el diablo, como muchos cristianos creen. Lo que hoy se llama satanismo es en realidad una forma de ateísmo, que nace generalmente de un rechazo a una religión que se conoce muy bien. Puesto que es más bien una manifestación de apostasía de personas que han tenido una educación cristiana, como la mayor parte de los ateos –a diferencia de los agnósticos, que suelen ser más bien indiferentes–. Su problema no es que no conocen la religión, sino que la conocen demasiado bien…
Como Roman Castevet, muchos aborrecen la hipocresía religiosa. La misma que Anton Lavey (1930-1997) percibió, antes de formar la
Iglesia de Satanás, cuando se escribió este libro. Dice su biógrafo Burton Wolfe que Lavey tocaba el órgano en campañas de evangelización en carpas, cuando observó que los mismos hombres que estaban entonces sentados en los bancos con sus esposas e hijos, veía luego llenos de lujuria ante chicas medio desnudas, para las que tocaba en el baile de los sábados. La religión se ve en historias como ésta, tal y como es, incapaz de salvar al hombre…
EL TRIUNFO DEL CORDERO
Lo que salva al hombre no es la religión de amuletos, que como en un exorcismo libren al ser humano de sus demonios, sino la confianza en lo que Dios ha hecho por nosotros por medio de Cristo Jesús.
La libertad espiritual no viene por lo tanto por ningún ritual, sino en estar unidos a Aquel que nos da seguridad por su triunfo en la cruz sobre el poder del mal. Por su victoria, “el maligno no nos toca” (
1 Juan 5:18).
La guerra espiritual en la Biblia no es un conflicto incierto entre dos poderes semejantes. La Escritura solo conoce un soberano, el único Dios, al que el mismo diablo tiene que pedir permiso para tocar a su siervo Job (
2:1-7). La oposición puede ser feroz, pero no tiene ningún futuro. El diablo puede tentarnos, pretendiendo tener los “reinos de este mundo”, pero su dominio es una mentira, porque en su orgullo ha sido juzgado (
1 Timoteo 5:6) y no hay ninguna verdad en él (
Juan 8:44). Su poder es usurpado. No tiene ninguna autoridad. ¡Es un impostor!
Si el Salvador reina en nuestra vida, en su fuerza podemos “resistir al diablo, que él huirá de nosotros” (Santiago 4:7). En Cristo, el creyente está seguro de la victoria. Por la sangre del Cordero y la palabra del testimonio sabemos que ha venido la salvación, el poder y el reino de Dios. Ya que por la autoridad de Cristo, ha sido expulsado el que nos acusa (
Apocalipsis 12:10-11). En Él somos libres de toda culpa y mal. La semilla del diablo no puede hacer nada contra nosotros. En Cristo somos más que vencedores (
Romanos 8:37), por el triunfo de su amor. ¿Crees tú esto?
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