Hay que tener la óptica humana a nivel de guillotina y el pensamiento encarcelado entre rejas de negrura para decir lo que Menéndez y Pelayo dejó escrito: “Comprendo, y aplaudo, y hasta bendigo la Inquisición”.
Es como bendecir el infierno.
Como bendecir el triunfo de los poderes diabólicos.
Como bendecir la tortura del cuerpo, el sufrimiento del espíritu, el sadismo y el crimen.
La Inquisición no data de la Reforma. Ya la encontramos en la Edad Media con sus horribles procedimientos y sus hogueras. Circunstancias particulares le dieron en España una importancia que no tuvo en otros países.
El 1 de noviembre de 1478, 39 años antes del inicio de la Reforma, una bula del Papa Sixto IV autorizaba la Inquisición en España. Su esencia no difería de la ya existente. La institución era la misma: los reyes la establecían, pero con la autorización de los Papas. Y había más: los Papas no se limitaban a autorizarla, excitaban, animaban a los reyes y exaltaban el tribunal de la fe, como lo llamaba el Vaticano.
El Papa Sixto IV, el mismo que ordenó la construcción de la célebre capilla sixtina en el Vaticano, escribió a los reyes católicos para felicitarlos. El había deseado vivamente, decía, restablecer la Inquisición en el reino de Castilla. El Papa exhortaba a Fernando y a Isabel a proseguir con celo la empresa que habían iniciado, recordándoles que Jesucristo consolidó su reino con la destrucción de la idolatría.
La Iglesia católica trata de defenderse diciendo que los jueces de los tribunales inquisitoriales eran nombrados por los reyes. ¿Y qué importancia tiene el argumento? Aunque esto no es verdad sino con ciertas restricciones, ¿quiénes estaban a la cabeza del Santo Oficio? ¿No era siempre un gran inquisidor?
Llorente sostiene que los primeros inquisidores nombrados por los reyes católicos el 27 de septiembre de 1480 fueron los frailes dominicos Juan de San Martín y Miguel de Morillo. Tres años más tarde, el 17 de octubre de 1483 fue nombrado inquisidor general el tristemente célebre Tomás de Torquemada, cuyo nombre debería ocupar plaza preferente en el infierno de Dante.
A quienes sostienen que la Inquisición fue obra de los políticos de su tiempo y no de la Iglesia católica, pregunto: ¿Qué era Torquemada? ¿Ministro del rey? No. Era fraile dominico, confesor de los reyes católicos a título honorífico. ¿Y qué tipo de crímenes juzgaba la Inquisición? Si la Inquisición hubiera sido un tribunal político, tendrían que haber sido crímenes de Estado los sometidos a su juicio. De Pablo IV, Papa entre 1555 y 1559, Laurent escribe que “se dedicaba únicamente a la Inquisición, y que miraba este tribunal como el resorte misterioso de la religión, o, por lo menos, como el medio más eficaz de llevar a su colmo el poder temporal de la santa sede”. Sigue Laurent: “Pablo IV, violento en todo, era de una violencia extremada cuando se trataba de la Inquisición”.
Del inquisidor general Carafa dice Laurent en el tomo tercero de su monumental HISTORIA DE LA HUMANIDAD: “Oigamos las máximas de este inquisidor; los lectores juzgarán si no eran dignas de Torquemada: “En cuanto haya el más ligero indicio o sospecha de herejía, hay que apresurarse a obrar empleando el hierro y el fuego para extirpar esa peste y es, sobre todo, preciso guardarse de mostrar la menor tolerancia hacia los protestantes”.
En mi opinión, la máxima autoridad en temas de la Inquisición española es Juan Antonio Llorente, porque escribe desde dentro. Fue secretario general del Santo Oficio y posteriormente colaborador de Napoleón para la disolución del Tribunal de la Inquisición. En 1880 se publica en España por primera vez su bien documentada HISTORIA CRÍTICA DE LA INQUISICIÓN EN ESPAÑA. Según Llorente, la Inquisición causó en España 341.021 víctimas. De estas, 31.912 fueron quemadas en persona; 17.659 quemadas en estatua y 291.450 castigadas con penas graves. Concluye Llorente: “¿Y cuántas personas murieron por enfermedades derivadas de la pena de infamia que les provenía del castigo de sus parientes? No hay cálculo capaz de comprender tantas desgracias”.
A la muerte de Fernando VII, su viuda María Cristina suprimió definitivamente el Tribunal de la Inquisición en España mediante decreto del 13 de julio de 1843. La última víctima de la inquisición fue un maestro de escuela, protestante, llamado Cayetano Ripoll. Tras ser ahorcado, su cadáver fue encerrado en un barril pintado con ramas rojas y enterrado en un lugar profano.
No matarás, sentencia la Biblia. Guarda tu espada en tu vaina, dictaminó el Príncipe de Paz. Enfunda tu odio. Entierra tus instintos. Arrodíllate ante las estrellas y da gracias por la vida. No mates.
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