El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, recordaba con cariño en el diario “El País” (1-5-2006), aquél memorable episodio del que ahora se cumplen 75 años. “La República -decía- llegó en abril de 1931 de forma pacífica, con celebraciones populares en la calle y un ambiente festivo donde se cambiaban esperanzas revolucionarias con deseos de reforma y cambio”.
En otro delicioso artículo aparecido en el mismo diario (25-4-2006), Gregorio Peces-Barba, catedrático de Filosofía del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid, escribía un encendido elogio a la II República y fundía en un solo abrazo a las dos Constituciones, la que promulgó la República en diciembre de 1931, y la que entró en vigor en 1978, de cuyo comité de redacción él formó parte.
Dice que “mucha gente, y yo desde luego lo constato en mí mismo, tenemos esa doble lealtad a las dos Constituciones, una en vigor que debemos defender entre todos y otra que supone uno de los momentos históricos más dignos y más nobles del que podemos enorgullecernos los españoles”.
Perseguidos, discriminados, maltratados por regímenes políticos en alianza con la jerarquía católica, era natural que los protestantes saludaran con júbilo el advenimiento de la República. Claudio Gutiérrez Marín, en
“Historia de la Reforma en España” y Juan Ortz González en
“El destino de los pueblos Ibéricos” coinciden en que la República contó desde el principio “con cooperación decidida, franca y entusiasta de los pastores y las congregaciones protestantes”.
José Maria Martínez, en
“La España Evangélica ayer y hoy”, recuerda que pocos meses después del establecimiento de la Republica, en junio de 1931, la Alianza Evangélica Universal, a través de la Alianza Evangélica Española, hizo llegar al presidente del Gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá Zamora, un escrito en el que expresaba “su profundo agradecimiento por la reciente proclamación de libertad de cultos y creencias en España”, así como su esperanza de que los esfuerzos legales “procederán sin persecución o sospecha, y ayudarán a los intereses morales y espirituales de todas clases y credos”.
La República no defraudó las esperanzas y las expectativas que los protestantes pusieron en ella, en la línea apuntada por la Alianza.
Los gobernantes republicanos mostraron desde el primer momento su intención de dotar a España de una auténtica apertura religiosa. Un decreto del Gobierno provisional firmado el 6 de mayo, cuando llevaba en el poder poco más de un mes, proclamaba en el preámbulo: “Uno de los postulados de la República, y por consiguiente de este Gobierno provisional, es la libertad religiosa”.
El 9 de diciembre de 1931 la República promulgó una nueva Constitución. Fue aprobada después de un primer rechazo y de acaloradas discusiones por parte de representantes de la Iglesia católica, que veía muy mermados sus privilegios. De esta Constitución escribí en mi libro “
Libertad Religiosa y Ecumenismo”, publicado en Barcelona en 1967.
Los artículos 3 y 26 establecían con claridad: “El Estado no tiene religión oficial”… “Todas las confesiones religiosas serán consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial”.
El artículo que más alboroto causó entre las filas del clero católico y el que más tiempo ocupó a los legisladores fue el 27, del que reproduzco algunos párrafos:
“La libertad de conciencia y el derecho de profesar y predicar libremente cualquier religión queda garantizado en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de la moral pública”.
“Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber separación de recintos por motivo de religión”.
“Todas las confesiones religiosas podrán ejercer sus cultos privadamente. Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser autorizadas en cada caso por el Gobierno”.
Las leyes promulgadas a partir de 1939, tras el triunfo del nacionalcatolicismo, quemaron en las hogueras de la intolerancia esos textos luminosos, protectores del derecho a la libertad de conciencia, que es el más sagrado de todos los derechos.
Autorizados y protegidos por las leyes vigentes, líderes protestantes se lanzaron a una campaña más eufórica que bien pensada para dar a conocer las doctrinas del protestantismo. Se celebraron actos multitudinarios en teatros de Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla y otras capitales. En un clima favorable, de libertad plena, Madrid festejó el III Congreso Evangélico Español, que logró reunir a 1.600 personas en 1934. La clausura del mismo tuvo lugar en el famoso teatro Maria Guerrero. Otra gran fecha de aquel período fue la IV Convención de la Iglesia Evangélica Bautista Española, que tuvo lugar en Tarrasa. Gutiérrez Marín cuenta con detalles en las páginas 436 y 437 de su libro, ya citado, la constitución de un Comité de Propaganda Evangélica, cuya misión fue la de coordinar el trabajo de evangelización en toda España.
Aún así, los líderes evangélicos de entonces, aunque hicieron las cosas lo mejor que sabían y podían, no supieron aprovechar la favorable coyuntura que la libertad religiosa aportaba. No supieron o no les dejaron.
El filólogo y escritor Patrocinio García señala algunas causas en un capítulo que escribe para el libro
“El protestantismo en España”. Dice que “a pesar de la nueva situación, el protestantismo no logra avanzar. El período de plena libertad es muy breve, y las inercias mentales de la sociedad muy fuertes”. Más critico se muestra Samuel Vila en
“Una fe contra un imperio”. Según dice, “los años de la República en España fueron una gran oportunidad que el pueblo evangélico español no aprovechó plenamente”.
Aunque las cosas ocurrieran así, loor, gloria y honra a aquella generación de mujeres y hombres que lograron gritar por toda España las excelencias de la fe cristiana. El fruto llegaría en el tiempo oportuno.
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