Un grupo de líderes evangélicos exiliados en Gibraltar iniciaron a mediados del siglo XIX un ambicioso programa de evangelización. Así surgió la llamada Generación de la Segunda Reforma Protestante. El relevo de éstos héroes, que casi sin medios lograron mucho en poco tiempo, fue asumida por la Generación de la República. Hombres y mujeres que nacieron a finales del siglo XIX o principios del XX y contendieron en defensa de la fe hasta años después de la guerra civil española.
El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nóbel de Literatura en 1967, dijo que “la tercera generación es la encargada de hablar por todos, por los vivos y por los muertos”.
A la tercera generación de líderes evangélicos se la conoce como la Generación de los 50. Hombres y mujeres que hacia 1950 teníamos entre 20 y 30 años. Fuimos niños durante la guerra civil. No peleamos a favor de unos ni en contra de otros.
Citando sólo de memoria y pidiendo disculpas a los que olvido, a esta generación pertenecieron
José Cardona, José Perera, Pedro Bonet, Daniel López, José María Martínez, David Muniesa, Benjamín Suárez, Antonio Martínez Conesa, Bernardo Sánchez, Agustín Santana, José Grau, Juan Gili, Miguel Valbuena, Benjamín Angurell, Enrique Angurell, Rubén Gil, Juan Solé, Juan Luis Rodrigo, José Flores, Arturo Gutiérrez Martín, Félix Benlliure, Daniel Vidal, José Palma, Humberto Capó, Samuel Vila, Pablo Wickham, Ernesto Trenchard, Luis Ruiz Poveda y Juan Antonio Monroy.
Esta relación podría duplicarse, tal vez multiplicarse, pero mis archivos mentales no dan para más en estos momentos. Discrepo de quienes defienden lo de todos o ninguno.
La Generación de los 50, muchos de cuyos componentes seguimos vivos y activos, fue una Generación que supo de sufrimientos. Las dificultades que nos rodearon fueron la ley de hierro de nuestra naturaleza.
Con escasas excepciones, fue una Generación autodidacta. Las puertas de la Universidad no se abrían fácilmente para jóvenes protestantes. Tampoco quedaba mucho tiempo para el estudio. Había que trabajar. Las penurias económicas afectaban a todos. Las iglesias disponían de poco dinero. Las misiones extranjeras pagaban sueldos de hambre. Las esposas de pastores tenían que invocar milagros para poner la meda a diario.
A la Generación de los 50 tocó sufrir la intolerancia impuesta por el nacionalcatolicismo, vencedor en la contienda civil que desangró España entre 1936 y 1939 y hasta muchos años después, cuando los vencedores siguieron venciendo con el miedo, la amenaza y el hambre.
Se cerraban locales de cultos y se prohibía abrir otros. Reuniones de más de 20 personas en domicilios particulares eran castigadas con multas. A pastores que se negaban a pagarlas, se los encarcelaba. Soldados que no asistían a la misa católica en los cuarteles eran enviados al calabozo. Se echaba de los trabajos por ser protestante. Profesando esta religión no se podía ocupar puesto alguno en la Administración ni en otros centros oficiales. Hijos de evangélicos eran discriminados en las escuelas. Imprimir simples folletos era exponerse a multas o a cárcel. Utilizar medios de comunicación para anunciar actos especiales de las iglesias era impensable.
Con todo,
la Generación de los 50 supo asumir el legado de las dos generaciones anteriores y, viendo las cosas con unos ojos que recogían su propia mirada, se empeñó en dar un vuelco a las circunstancias históricas.
- Fue la Generación que empezó a abrir brechas en el muro de la intolerancia religiosa imperante en España a lo largo de cuatro siglos.
- Creó la Comisión de Defensa Evangélica Española en 1956.
- Forzó la Ley de Libertad religiosa en 1967, la primera con este contenido en toda la Historia de España.
- Logró que las minorías evangélicas figuraran en la Constitución de 1978, en su Artículo 16.
- Contribuyó a redactar el texto de la Ley de Libertad Religiosa en 1980.
- Fundó la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) en 1986.
- Fue la Generación que firmó Acuerdos de Cooperación entre las iglesias representadas en la FEREDE y el Estado en 1992.
A pesar de las circunstancias adversas y con pocos medios, fundó iglesias en casi todo el territorio nacional, creó instituciones y organizaciones paraeclesiales, levantó el ánimo a miles de creyentes, desanimados por las represiones sufridas tras la guerra.
Luchando contra corriente, los hombres y mujeres de la Generación evangélica de los 50 realizaron una labor evangelizadora que hasta hoy brilla con luz propia.
El filósofo Julián Marías, fallecido hace poco, definió el término generación como “una articulación de la continuidad sin romperla, un orificio en la fluencia del tiempo”.
Las dos propuestas del filósofo supo cumplirlas la Generación de los 50. Logró articular una continuidad generacional sin romper los vínculos heredados y abrió orificios en el tiempo para ofrecer un futuro más despejado a la generación que seguía.
La España protestante del siglo XXI cuenta con centenares de hombres y mujeres que, desde una posición de liderazgo, mantiene encendida la antorcha del Evangelio en esta España que parece haber vuelto al oscurantismo religioso.
Es el legado que ha sabido transmitir la Generación de los 50 a la nueva generación que está haciendo Historia, pero que aún no ha entrado en la Historia.
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