El pasado 17 de octubre dibujó a un facultativo con el cuerpo, la cabeza, la cara y las manos superprotegidas para evitar posible contaminación. De un aparato transmisor de noticias que tenía junto a él brotaba este mensaje: “El virus más contagioso es el del miedo”.
El miedo, esa extraña pasión de la que los médicos afirman que no hay otra más propicia a trastornar nuestro juicio. El miedo –decía el académico francés André Maurois- es el más peligroso de los sentimientos colectivos.
Cuenta una antigua leyenda árabe que un príncipe cabalgaba desde Bagdad a Damasco. Una vieja que encontró en el camino le pidió que la llevara a la grupa. El príncipe accedió. Cuando el caballo había recorrido un largo trecho el príncipe volvió la cabeza para mirar a su acompañante y quedó horrorizado. Vio un rostro cadavérico, descompuesto.
-¿Quién eres?, preguntó.
-Soy el cólera, respondió la imagen.
-¡Bájate inmediatamente de mi caballo!
-No, tienes que llevarme a Damasco.
-¿Vas a desatar una epidemia?
-No. Voy a matar a una sola persona.
-No te creo.El cólera sacó un puñal mágico que guardaba en su cuerpo macabro y entregándoselo al príncipe le dijo:
-Toma este puñal. Si te enteras que ha muerto más de una persona en Damasco, cuando me encuentres otra vez puedes destruirme con el.Pasaron meses. El príncipe supo que una epidemia de cólera había acabado con la vida de miles de personas en Damasco. Volvió a encontrarse con la vieja deforme. Esgrimió el puñal y le dijo:
-No cumpliste tu palabra. Voy a matarte.
-Cumplí mi palabra, respondió aquella.
-Pero miles de personas perecieron víctimas del cólera.
-Yo sólo maté a una.
-¿Y las demás, cómo murieron?
-A las demás las mató el miedo, respondió la vieja, desapareciendo a continuación.Nos está matando el miedo. A todos.
El escritor Heleno Saña, autor de 20 libros, entre ellos LA SOCIEDAD DE MASAS y EL DESTINO DEL HOMBRE, ha dicho que “el problema número uno de España no es ni político, ni económico, ni social, ni psicológico o moral; consiste en la enfermedad kafkiana del miedo que se ha apoderado de nuestra democracia”.
Para Freud, el miedo es la antesala de la cámara oscura donde se incuban muchas fobias. Miedo a delatarse las personas entre si; miedo a la elevación del ascensor; miedo a enfermar; miedo a ser enterrado vivo; miedo a la muerte; miedo a que alguien ande detrás de uno; miedo a la locura; miedo a los manicomios; miedo a las tormentas; miedo a los animales: sapos, ratones, culebras; miedo a la sociedad de la que uno forma parte; miedo a las frustraciones sexuales; miedo a las consecuencias del alcohol; miedo a la vida en soledad; miedo al vacío; miedo a las alturas; miedo al hambre, a las guerras, a la miseria.
Estas formas de miedo son las grandes intérpretes de la psique que ha venido atemorizando al ser humano a lo largo de siglos, aumentadas hoy por el miedo a una catástrofe nuclear que ponga fin a la vida en la tierra.
No existe pasión más fuerte que el miedo, capaz de robar a la mente humana sus poderes para razonar y actuar consecuentemente.
Un estudio reciente indica que 100 millones de europeos, en torno al 25 por 100 de la población, son víctimas de la llamada enfermedad del miedo. El expresidente del Gobierno francés, Michael Rocard, de religión protestante, lo expresaba con estas palabras: “Los habitantes de las grandes ciudades europeas están viviendo en una situación de miedo a causa de las sucesivas guerras. Este miedo, aunque no tiene causas inmediatas, está en parte justificado” . “Europa vive un momento de miedo y de pobreza de espíritu”, acaba de decir Álvaro Gil Robles, del Consejo de Europa.
El miedo es también una enfermedad religiosa y espiritual. Recordemos que el origen del miedo se encuentra en las primeras páginas de la Biblia . Dios estuvo en el primer aliento del hombre, en su primera sensación de felicidad, en sus primeras palabras de amor. Y estuvo también en su primer miedo. El primer miedo no fue a la amenaza de la fiera, ni al ruido de la máquina, ni al estallido de la bomba atómica. Fue debido al desorden espiritual que experimentó su naturaleza en el momento en que quiso escalar la montaña donde se hallaba asentada la divinidad. Cuando después de cometido el primer pecado Dios pregunta a Adán: “¿Dónde estás tu?”, el primer hombre emite también la primera sensación de miedo: “tuve miedo y me escondí”. Adán no se ocultaba detrás de árboles frondosos, se escondía de su propio miedo, el miedo religioso que nos descubre culpables ante Dios.
“
Estoy espiritualmente enfermo –dice Kafka en carta a Milena-, y mi tuberculosis no es más que la exteriorización de la enfermedad espiritual. Mi ser se compone de miedo”.
Cuatro siglos atrás, Shakespeare, el segundo autor de fama mundial después de Cervantes, escribió esta sentencia: “El alma humana está llena de terror; apenas se puede hablar con una persona que no tenga un aspecto sombrío y lleno de miedo”.
¿Un mensaje de esperanza para los cristianos? Este: alguien que no puedo identificar, un paciente lector de la Biblia, ha descubierto que en el Libro de Dios aparece 365 veces la frase “no temas”. Una para cada día del año. ¿No es suficiente alivio para el alma y para los nervios?
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