¡El método se las trae!
Este sistema de represión, basado en la política del desprecio, la venganza, la sangre, resulta peligroso. Muy peligroso. ¿Cómo saber dónde se encuentran realmente el tercio enfermo y los dos tercios sanos? Más acertado, mucho más acertado estuvo Cristo en la parábola de la cizaña. Dejar que trigo y cizaña crezcan juntos, porque al arrancar la cizaña de la tierra improductiva se puede arrancar también el buen trigo.
El malequismo se propagó ampliamente por el norte de África –Túnez, Sudán, Libia, Argelia- y entró a España por la puerta de Marruecos. España lo exportó a todas las naciones americanas que hablan su mismo idioma. Y el espíritu malequita penetró en las iglesias evangélicas, haciendo mella en sus dirigentes más que en la membresía llana. Hay entre nosotros muchos malequitas que piensan así: “este me gusta y este no, éste es sano y éste es enfermo, a éste he de dejarlo y a éste he de exterminarlo”.
Escribir es una tarea ingrata. Tal vez por esto Cristo no dejó escrita ni una sola línea.
Al escribir uno se expone continuamente a los ataques de los malequitas. Malequitas que atentan contra el espíritu de uno, el alma, el carácter, la reputación. Malequitas exterminadores implacables de vidas y de honra.
Si uno escribiera sólo para lucirse, si empleara uno el lenguaje para ocultar el pensamiento, como solía hacer el gran escritor catalán Eugenio D´Ors, sufriría menos. Pero dejaría a los lectores a oscuras, saciados de palabras bonitas, frases huecas, nada más. Pero si uno escribe como piensa, como habla, y se expresa de manera que todos le entiendan, surgen los malequitas de turno y apuntan con la espada de la lengua.
Félix García, colaborador del diario A.B.C., publicó hace años un artículo que conservo y que retrataba a los malequitas de cuerpo entero. Decía que son los mediocres, los fracasados, los dañados de corazón los que remueven en las tinieblas y el recelo, quienes con más frecuencia se ponen al servicio de la discordia y la confusión. “El hombre mediocre –escribió Félix García- el resentido, tiene rencores sordos, reacciones patológicas contra el talento, el éxito o simplemente ante la normalidad de los demás. Los mediocres y los resentidos hacen de las conductas más limpias o de los propósitos más normales y honestos una maraña para buscarles enseguida una intención turbia o viciosa. El mediocre tiene el talento negativo, que emplea con tesón en descubrir en los demás la bajeza o la ruindad que a él le caracterizan”.
Estos son los malequitas del Islam. Los Alejandros caldereros y los Diótrefes del Cristianismo.
Ni unos ni otros tienen buen final. La historia contada por mahometanos dice que Malek Ben Anás murió lapidado en una plaza pública. Alguien, siguiendo su máxima, creyó que pertenecía al tercio enfermo de la población. Quien a hierro mata a hierro muere. Así lo vio también el profeta Isaías: “El atormentador fenecerá, el devastador tendrá fin, el pisoteador será consumido sobre la tierra” (16:4).
La respuesta a los ataques de los malequitas debe ser la indiferencia. Quien lleva la elegancia espiritual como sello en el corazón no puede descender a métodos tan mezquinos como los empleados por quienes le atacan. ¡Que crezcan el trigo y la cizaña juntos! Ya llegará el tiempo de la siega, ya, y entonces se oirá el llanto, el crujir de dientes y el arrepentimiento imposible.
El malequita no se hará más grande por apedrear la imagen de un gran hombre, ni el apedreado se empequeñecerá por las piedras que le arrojen.
Está demostrado que cuanto más activa es una persona, cuanto más se mueve, cuanto más trabaja, más malequitas la torpedean. Pero esto no debe inquietar. No por ello se ha de frenar el ritmo. Tan sólo las estatuas permanecen en el mismo lugar. Nunca han de frenarnos los malequitas. Dijo Abraham Lincoln: “Si yo tratara de devolver los ataques de que soy víctima, mi despacho estaría cerrado a toda otra actividad. Mi tarea no consiste en agradar a los hombres, sino en trabajar lo mejor que puedo. Si al final encuentro que me he equivocado, entonces aunque legiones de ángeles me juraran que estuve acertado no me valdría de nada; pero si cuando llegue al término de la jornada descubro que no me equivoqué, que llevaba razón en lo que hice, todo cuanto se dijo y se diga acerca de mi me traerá completamente sin cuidado”.
¡Sabias palabras! Son para vosotros, malequitas de todas las instituciones. Y larga vida os de el Diablo.
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