Hay muchos de éstos “tele-evangelistos” en el continente americano, tanto en los estados que se expresan en inglés como en las repúblicas hispanas. Y habría que añadir los otros, los de segunda categoría, los “radio-evangelistos”, que constituyen legión.
Cuento una experiencia reciente: El pasado mes de agosto manejaba yo en Cuba un coche alquilado en el aeropuerto de la Habana. Llegué desde la capital hasta Santi Spiritus, pasé Ciego de Ávila, Cépedes, Florida, Camagüey; en Las Tunas tomé la carretera hacia Bayamo, dirección Santiago de Cuba. Entre Bayamo y Palma Soriano, adónde yo me dirigía para oficiar una ceremonia matrimonial, capté una emisora de radio que transmitía desde Puerto Rico. Hablaba un hombre con voz ronceada, áspera, palabras toscas; parecía enfadado; más aún, enfurecido, peleado con el mundo. Por el vocabulario que utilizaba deduje que se trataba de un predicador evangélico. Uno de tantos “radio-evangelistos”.
De un minuto a otro repetía frases parecidas: “Dame tu Benjamín”. “Dame tu Benjamín hoy”. “Dios me está diciendo ahora que te pida el Benjamín”.
En España un benjamín es una pequeña botellita de champaña. Pero aquél hombre no pedía bebidas espumosas. Quería dinero. Al poco de estar escuchándolo se pronunció con claridad. Con voz de trueno discurseó: “Como Jacob entregó su hijo Benjamín para que acompañara a sus hermanos a tierra de Egipto, y se desprendió de él, Dios te dice hoy que te desprendas de tu Benjamín y me lo entregues a mi. Tu Benjamín puede ser de 1000 dólares, de 500 dólares o de 200”. No bajó de los 200. De vez en cuando interrumpía el pregón y anunciaba: “
Ya han llamado varias personas a nuestros teléfonos. Se están desprendiendo de su Benjamín y enviarán un cheque. Súmate a ellos. No vas a perder lo que des. Dios te va a devolver el doble, como devolvió a Benjamín a su padre Jacob”.
Ya había oído bastante. Cambié de emisora y apareció en el dial un cantante de boleros. Me pareció que la música tenía más elementos espirituales que el discurso mercantilista del predicador puertorriqueño.
Los “teleevangelistos” y los “radioevangelistos” forman una plaga que crece y crece como un cáncer maligno en el cuerpo de la cristiandad.
Desde el verano de 1964, fecha que realicé mi primer viaje a los Estados Unidos, hasta el último, en noviembre de 2004, he dado conferencias en universidades y he hablado en iglesias, centros culturales, seminarios, institutos, etc. de 29 de los 50 estados que tiene la Unión Norteamericana. He pasado noches interminables en hoteles y en moteles con la televisión encendida. He sentido vergüenza unas veces; rabia, impotencia otras, náuseas ante los espectáculos protagonizados por predicadores protestantes.
El escenario no suele variar mucho. El templo de una iglesia, el salón de un hotel o un pequeño estadio. Una plataforma de muchos metros, espaciosa, con lugar para orquestas, solistas o coros a capella. Un público asistente habitual a este tipo de reuniones o gente alquilada a una agencia como parte del espectáculo. Un señor –casi siempre es hombre- dando zancadas por el escenario. Algunos sostienen un ejemplar de la Biblia en una mano y un micrófono en la otra. Los hay que prescinden de la Biblia. Saltan, vociferan, se tuercen, se retuercen, piden a gritos la presencia del Espíritu Santo, cambian de tono, se dirigen directamente a la audiencia, leen un texto de la Biblia apropiado para apoyar la farsa.
Y maltratan al Diablo. ¡De qué manera! Es un momento cumbre en la bufonada. Claman: “Diablo, vete de aquí”. Y los más exaltados responden desde sus asientos: “Vete de aquí, Diablo”. “Diablo, ponte de rodillas”. “Ponte de rodillas, Diablo”. “Diablo, muere”. “Muere, Diablo”.
Cansados, sudorosos, piden la entrega del Benjamín. Grupos de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes atractivas, recorren provistas de cestos todos los rincones del lugar.
Llueven los billetes de 100 dólares y los cheques con muchas cifras. Se apagan las candilejas, termina el circo, Cristo y el Diablo siguen dando dinero, mucho dinero, a quienes sin escrúpulo alguno comercian con lo divino y lo celestial.
Esta epidemia ha sido exportada a la América de habla hispana. Los “teleevangelistos” y los “radioevangelistos” suman hoy legión en las principales ciudades de las repúblicas en el sur, el centro y el norte del continente que se expresa en el idioma de Cervantes. Y los nacionales de éstos países, con la picaresca heredada de sus ancestros andaluces y gallegos, han superado a los vecinos de habla inglesa.
Resulta patético escuchar a predicadores de la teología de la prosperidad en países paupérrimos como Haití, Bolivia, Honduras y otros, diciendo a la pobre gente que les entreguen lo que tengan, que Dios les va a dar el doble.
Luisa Gracias pide que oremos por éstos comerciantes del Evangelio para que Dios los cambie. ¿Orar por ellos? Habría que darles 40 latigazos en las espaldas a cada uno, como ordena el Corán a quienes traspasan las leyes de Alá.
Si quieres comentar o