Juan Pablo Sartre fue para el siglo XX lo que Voltaire para el XVIII. La luz de sus escritos iluminó a una Europa hundida entre la penumbra de dos desastrosas guerras mundiales. Aún cuando se rechace su ateísmo, estuvo acertado al decir que el hombre es responsable de su propia existencia. Otra cosa sería caer en los laberintos de la predestinación calvinista o en el fatalismo del Corán. Se nos privaría de nuestra libertad interior. Se anularían nuestras facultades decisorias.
Machado expresó en versos las mismas ideas que Sartre vistió de filosofía: que en la tierra no está todo el camino hecho, que somos dueños absolutos de nuestro destino, que el camino no está andado desde el nacimiento, se hace camino al andar: haciendo surcos, sembrando versos, dejando huellas.
Un año después de nacer Sartre murió su padre, oficial de la marina francesa. El niño fue educado por su abuelo materno, Charles Schweitzer, a la vez abuelo del célebre Alberto Schweitzer. Este nació en 1875, de forma que era 30 años mayor que su primo hermano. El mismo año que se publicó en Argentina la versión castellana de EL DIABLO Y DIOS, donde Sartre mantenía la misma postura atea que ya apuntó en LA NÁUSEA, a Alberto Schweitzer le entregaban en Estocolmo el Premio Nóbel de la Paz 1952 por su total dedicación a favor de las necesidades materiales y espirituales de los habitantes de África.
¿Qué ocurrió para que uno de los dos primos destacara como filósofo ateo y el otro gastara su vida como misionero evangélico en África? ¿Se repetía aquí la historia de Manaén y Herodes, hermanos de leche, uno fiel cristiano y dirigente en la Iglesia primitiva y el otro un anticristiano incrédulo y sanguinario? ¿Estaban Sartre y Herodes predestinados a no creer y Schweitzer y Manaén predestinados a creer?
Por lo que respecta a Sartre, gran culpa de su ateísmo la tuvo el abuelo. Hay que leer LAS PALABRAS, libro autobiográfico, para entenderlo un poco.
El abuelo era dirigente destacado en una congregación evangélica. Pero en el hogar era rígido y proyectaba sobre el nieto un concepto tirano y déspota de Dios. Esta perversión de la personalidad del abuelo le asqueó y contribuyó a apartarle de Dios. “Me era preciso un Creador y me daba un Gran Patrono –explica Sartre en LAS PALABRAS. Y en el mismo libro tiene frases tremendas: “en el fondo todo esto me abatía”- cuenta-. “No me condujo a la incredulidad el conflicto de los dogmas, sino la indiferencia de mis abuelos… Dios me habría sacado de apuros: yo habría sido una obra de arte firmada”.
Teniendo en cuenta que el padre de Alberto Schweitzer era pastor protestante y él mismo misionero en África, ¿le hablarían de Dios a Juan Pablo Sartre? ¿Le explicarían el plan de la salvación?
¡Qué gran pensador cristiano habría tenido Europa si Sartre hubiera seguido los pasos de su tío y de su primo! ¡Qué líder cristiano se malogró por la torcida educación que recibió del abuelo!
Aún así, casi toda la obra de Sartre, con la excepción, tal vez, de EL SER Y LA NADA, está impregnada de una preocupación no disimulada por el problema de Dios. En tanto que Orestes, el personaje de LAS MOSCAS llega a su verdadera grandeza cuando cree descubrir que no hay Dios, que el hombre está solo en el Universo y es dios de sí mismo, tema esencial en la filosofía sartriana, en EL DIABLO Y EL BUEN DIOS Sartre afirma que “no hay más que Dios; el hombre es una ilusión óptica.
Charles Moeller, quien dedica 137 páginas al estudio de la obra de Sartre en el segundo tomo de LITERATURA DEL SIGLO XX Y CRISTIANISMO, cuenta un episodio poco conocido del autor de LA NÁUSEA.
Durante su estancia en un campo de concentración nazi, entre 1940 y 1942, Sartre compuso una pieza teatral para distraer a los prisioneros del campo con motivo de la fiesta de Navidad. Se titulaba BARTOLA, EL HOMBRE QUE QUISO MATAR AL NIÑO JESÚS. En la mañana de Navidad Bartola acude al portal de Belén para matar al Niño. Lleva un puñal en la mano. Ante la puerta del establo, Bartola suelta el puñal sollozando y exclama: “Señor, dadme fuerza para amaros”. Cuando se marchan los ángeles que habían anunciado el nacimiento, los pastores se quejan diciendo: “¡Qué frío hace! ¡Qué frío!”.
La idea de Sartre en esta obra es argumentar que el anuncio del Salvador no cambia nada en el frío del mundo. Y, sin embargo, lo ha cambiado todo. Sartre, que comprendió tantas cosas, vivió, como escribe Moeller, “en permanente desconocimiento del verdadero semblante de la gracia”. También Estragón, uno de los personajes de Samuel Beckett en ESPERANDO A GODOTT, tenía frío y estaba cansado de tanto esperar el personaje misterioso.
Lástima que ni Sartre ni Beckett lo entendieran a tiempo.
La ausencia de Dios produce frío en el corazón, en el cuerpo, en el alma . El mejicano Octavio Paz dice en PUERTA CONDENADA que “el fuego del infierno es fuego frío”.
No hay peor infierno que el rechazo voluntario de Dios. Sartre sigue teniendo frío.
Si quieres comentar o