Ágora no es un
péplum clásico, ni una recreación del género como
Troya o
Gladiator. Aunque no falta acción ni violencia, no es un espectáculo acrobático inverosímil
, basado en efectos especiales y atropellado montaje
. De hecho, si hasta ahora en la obra de Amenábar predominaba el estilo sobre las ideas, aquí ocurre realmente a la inversa.
Aunque tiene algunos hallazgos visuales y la evidente sofisticación propia de una superproducción de ambiente histórico, es una obra ambiciosa, más por su contenido que por su forma. Se trata claramente de una película de tesis, que intenta transmitir unas ideas, más que hacer pasar un rato de entretenimiento.
Ágora es un film muy dialogado, incluso discursivo. Sus personajes filosofan bajo un cielo estrellado, o en el aula donde una astrónoma lucha por salvar la sabiduría del mundo antiguo. Lo sorprendente es que a pesar del griterío y las matanzas, ésta es una película fría. Porque se impone en ella una mirada distante y lejana, que comienza y termina con dos planos desde el firmamento. El primero encuadra la Tierra, mientras el último se desplaza entre el silencio de las estrellas…
El director ha dicho en muchas ocasiones que
Ágora nace de su lectura de Carl Sagan y su creciente fascinación por la astronomía, que representa en este caso Hipatia, la filósofa científica, asesinada por fanáticos cristianos en el siglo V. Su historia sería en este caso el
McGuffin (la expresión que utiliza Hitchcock, el adorado modelo de Amenábar, para describir la excusa en torno a la cual gira la trama de una película, que en el fondo trata de otra cosa), con la que el genial cineasta plantea sutilmente la búsqueda de una trascendencia laica, que dé una respuesta espiritual al misterio del cosmos.
La personalidad discreta, tímida y reflexiva de este director nacido en Chile (1972), pero criado en Madrid, está marcada por su constante obsesión por la muerte. Su apariencia y realidad configuran la historia de
Tesis (1996)
, Abre tus ojos (1997)
o
Los Otros (2001)
, que aparece finalmente idealizada en
Mar adentro (2004)
, como una experiencia de liberación. La terrible muerte de
Hipatia es mostrada aquí con el dulce pudor que esperaríamos de Amenábar. Su entrega muestra una complejidad tal, que une traición y debilidad con una compasión y ternura realmente sorprendente, pero la muerte no es el eje de esta historia.
Alejandro de hecho se resiste en sus entrevistas a reconocer que tiene una obsesión por la muerte. “Más que preocuparme”, dice, “me llama la atención”. Confiesa que tiene “terror sobre todo al sufrimiento, la tortura y la capacidad del ser humano para producir dolor, pero la muerte en sí” –le parece– “algo natural e inevitable”. Tras un silencio, sin embargo, Amenábar añade una frase en una de ellas, que es para mí fundamental para entender esta película: “Como las estrellas, nacemos y morimos”…
Si parece que no hay una historia dramática, es porque es un relato sin asideros narrativos. Su suspense es más teórico que emocional. Aunque dos hombres están enamorados de Hipatia, el noble Orestes (Oscar Isaac) y el esclavo Davos (Max Minghella), los personajes están poco definidos y la protagonista está más interesada en descubrir la trayectoria elíptica de la Tierra alrededor del sol, que las pasiones de sus alumnos. Uno de ellos se convierte luego en prefecto imperial (Orestes) y otro en uno de los violentos cristianos parabolanos, seguidores del belicoso obispo Cirilo (Davos).
RELIGIÓN Y VIOLENCIA
Ágora es también por eso un
péplum muy peculiar, porque es probablemente el primero en que los cristianos son los malos. Lanzan la
primera piedra y ponen en marcha una espiral de violencia que sigue toda la película. Aunque para ser justos, los paganos y los judíos se presentan también como igualmente violentos. Toda la religión parece aquí intolerante. El ágora es la plaza pública donde se dirimen doctrinas, que en última instancia son irreconciliables. Porque no hay dialéctica, sino enfrentamiento. Es un campo de batalla –como queda reflejado en la primera secuencia–, en que un orador cristiano sustenta su argumento en la sugestión de un milagro. Y ante el escéptico pagano, la única respuesta es lanzarle al fuego. Los paralelismos son evidentes...
Ágora nos pide que observemos el pasado, para darnos cuenta del presente en que vivimos. No hay duda de que el cielo ha variado, por el movimiento de los planetas, pero la Tierra continúa con los mismos conflictos. La biblioteca podrían ser las Torres Gemelas, la ciudad Nueva York, el Imperio Estados Unidos o el mundo helénico la vieja Europa. El film, rodado con auténticos decorados en Malta, ha contado con un alto presupuesto y un elenco internacional, encabezado por Rachel Weisz (ganadora de un Oscar por
El jardinero fiel), pero no hay duda de que la Alejandría del siglo IV, que nos presenta Amenábar, tiene más que ver con nuestra época actual que con la reconstrucción histórica de unos sucesos transmitidos con el rigor de un documental.
Eso no significa –como muchos religiosos han dicho–, que la película es una manipulación de la Historia. Se presenta una de varias teorías sobre quién destruyó la biblioteca de Alejandría, mató a Hipatia o de qué forma se hizo; pero decir por eso (o porque Hipatia tendría unos sesenta años cuando murió, en vez de la atractiva edad de Rachel Weisz), que la película es una tergiversación histórica, no es sólo una exageración, sino un claro deseo de intentar escapar de unos hechos innegables.
“Todos los grupos” –dice Amenábar– “en algún momento hacen un acto vandálico que desencadena más violencia”. Intencionadamente, “durante varios minutos no sabes con quién te quedas, porque el mundo pagano que es más abierto, más liberal, es también el que asesta el primer golpe violento y eso es lo que desencadena la destrucción de la Biblioteca”. Luego “los cristianos se están burlando de las estatuas de los paganos y por eso estos deciden protagonizar una carnicería”. Y “los judíos prepararon la trampa de San Alejandro, una emboscada sin más, de la que hace uso Cirilo en un discurso, que según las crónicas debió ser arrebatador y consiguió poner a todos los cristianos de Alejandría manos a la obra para expulsar a los judíos y masacrarlos”.
Una conclusión equivocada sería pensar que sólo la religión es intolerante. Basta pensar en el terrible régimen comunista que imperaba en Rusia, China o Camboya, al rechazar toda religión; o en la propia revolución francesa, con su entronización de la razón, frente a la creencia en Dios. La sociedad secular, a pesar de su supuesto racionalismo, ha producido tanta violencia como la religión. ¿Por qué? Tiene que ver con la propia condición humana, que no es el ser maravilloso que nos gustaría ser, sino un individuo que, como Amenábar dice, tiene una enorme facilidad para destruir.
La pregunta ahora es la siguiente: si la religión no puede salvarnos, ¿puede hacerlo entonces la ciencia y el conocimiento, como sugiere
Ágora? El padre de Hipatia, Teón de Alejandría, era un reputado matemático y astrónomo, que dirigía la Biblioteca del Serapeo. En torno a él se forma una especie de Universidad de la época, que atraía estudiantes de todas partes. El problema es que la convivencia que se presenta en el ágora de la película, entre todas las religiones, es un mito. Nunca sucedió. Porque la sociedad egipcia esclavizaba a los cristianos. Aunque luego los oprimidos se convirtieran en opresores, cuando alcanzan el poder...
La idea de que el conocimiento libera es indudablemente atractiva, pero parte de una inmensa falacia, que el problema del hombre reside en su ignorancia. Regímenes como el nazi, muestran que uno puede tener la más exquisita cultura y verse privado de la más mínima humanidad. No es por falta de prevención que uno cae en la adicción, tiene un embarazo indeseado o maltrata a su mujer.
El problema no es que no sepamos lo que está mal, sino que hay una fuerza mayor que nuestra conciencia, que domina toda nuestra vida. Es lo que la Biblia llama pecado.
Jesús por eso dice que si queremos ser verdaderamente libres, necesitamos la Verdad que nos libere de esa profunda contradicción (
Juan 8).
La religión es en ese sentido inútil para acabar con el mal del hombre. Y por eso Jesús es tal vez el mayor crítico de la religión. Su famoso
Sermón del Monte (
Mateo 5-7) no critica a personas sin religión, sino al hombre religioso que reza, hace obras de caridad e intenta vivir de acuerdo a la Biblia. Por eso le odian hasta la muerte. Ya que no olvidemos, como decía Karl Barth, que fue la Iglesia, no el mundo, quien crucificó a Cristo.
Amenábar reconoce de hecho que “hay una parte muy seductora del cristianismo, que es la idea de la caridad con los más necesitados, y que después de esta vida hay otra en la que todos seremos juzgados por igual”. Calificarle por lo tanto simplemente de ateo o recordar su homosexualidad y pasado de antiguo alumno escolapio, no es sólo una falta de sensibilidad, sino una ceguera ante la necesidad espiritual de personas como él, que, decepcionadas con la religión, buscan una trascendencia que dé sentido a su vida, aunque sea en las estrellas...
EL PROBLEMA DE LA FE
El autor de Ágora nos recuerda en ese sentido a muchos de nuestros contemporáneos, que ya no quieren saber nada de la Iglesia, pero que se resisten a aceptar que viven en un universo vacío y absurdo. Su fascinación por la persona de Jesús es innegable. Muchos críticos han visto un paralelismo claro entre Cristo e Hipatia, que es venerada religiosamente por sus discípulos. Su sacrificio de hecho recuerda al mayor ejemplo de tolerancia que ha conocido este mundo, el de Aquel que en su propio martirio calló, ante las ofensas de sus enemigos.
Amenábar cuenta que perdió su fe poco a poco, pero sobre todo al leer la Biblia, que en una escena es levantada por Cirilo, para obligar a Orestes a reconocer la autoridad de Pablo, por la que ninguna mujer debe enseñar. Un curioso contraste con el momento en que Davos se siente atraído al cristianismo por la lectura del
Evangelio…
El director dice: “Tuve problemas muy serios para entender el Nuevo Testamento”, porque “viví una batalla interna entre lo que me creía y lo que no me creía”, puesto que “había elementos de la doctrina de Jesús que casaban con mi propia moral y otros no”.
Y es que
el problema de la fe no es tanto una cuestión intelectual, como moral. No es que no podamos creer, porque no tengamos las evidencias que necesitamos, o nuestro conocimiento científico nos impida llegar a la fe. No creemos, sencillamente porque no nos conviene creer. Es por eso que el fanatismo no se basa en la ignorancia, sino en la justicia propia, que nos hace cerrados, insensibles y duros. ¿Por qué? No porque seamos demasiados cristianos, sino por lo poco que lo somos…
Si no somos humildes ni sensibles, no tenemos amor ni compasión, no perdonamos, ni somos comprensivos, es porque no somos como Cristo. Nuestro cristianismo puede ser un programa de auto-mejora, que pretenda ser el látigo purificador del Templo, pero no responde al Jesús que dijo que “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra” (
Juan 8:7). Podemos condenar al abortista y al homosexual, pero no proclamar la esperanza basada en la fe en la gracia de Dios, revelada en nuestro Señor Jesucristo.
Porque el cristianismo no se basa en lo que nosotros hacemos, sino en lo que Dios ha hecho por nosotros por medio de Cristo.
Saberse aceptado por la gracia de Dios no produce fanatismo, sino una gracia que nos hace humildes. No es la religión de poder, que se alcanza por la violencia, sino la fe que cuando nos salva, nos hace tan agradecidos que queremos servir a Dios y a todos los que nos rodean (
Marcos 10:42-45).
Criticar esta película porque nos muestra un lado del cristianismo que nos incomoda, es intentar escapar de la realidad. Más aún, es confundir la religión con la verdadera fe, el Cristianismo o la Cristiandad en mayúsculas, con el verdadero Evangelio. No hay duda de que la Iglesia ha hecho cosas buenas en el mundo. Cuando alguien da su vida para liberar a otros, nos muestra el verdadero cristianismo, como hizo Wilberforce, Luther King o Bonhoeffer.
Es cierto que muchos cristianos sufrieron en manos de los paganos un terrible martirio, pero no podemos negar tampoco que se han hecho las mayores crueldades e injusticias en nombre de Cristo. Si la Cristiandad es responsable de algunas de las páginas más oscuras de la Historia, esto nos debería hacer sentir avergonzados, en vez de intentar defender lo indefendible. Ya que cuando la gente hace injusticias en el nombre de Cristo, no son fieles a Aquel murió por nuestras injusticias y nos llamó a perdonar a nuestros enemigos. ¡Qué mejor ejemplo que éste!
MULTIMEDIA
Entrevista en audio (7 Mb) de Daniel Oval a
José de Segovia “Ágora, ¿anticristiana?”
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