¡Qué extraño poder tienen sus libros para provocar tal entusiasmo en todo tipo de lectores! No hay duda que su literatura, tanto apologética como fantástica, refleja la mano maestra de un gran escritor. En palabras de uno de los críticos más prestigiosos que hay en nuestro país, Rafael Conte (que ha sido el principal colaborador de los suplementos culturales de
El País y el
ABC), Lewis “es una de las más vigorosas personalidades de la literatura universal del siglo XX, que goza de un respeto y prestigio incuestionable entre los círculos especializados y minorías lectoras”. Su obra, para él, “constituye una meditación humana y religiosa de primera magnitud”.
Su nombre aparece siempre al lado de los más grandes conversos a la fe cristiana. Ya que no debemos olvidar que
antes de llegar a ser uno de los mayores defensores del cristianismo histórico, Lewis fue un ateo convencido. Su conversión se relaciona a menudo con la de otros muchos escritores que llegaron al catolicismo-romano en Inglaterra a principios del siglo pasado, como Chesterton o Waugh, aunque él era anglicano como T. S. Eliot o Dorothy Sayers. Lo curioso es que nunca se identificó con ninguno de los dos sectores conservadores que hay en su iglesia: el anglo-católico y el evangélico. Lo reconoce en su biografía, hasta el controvertido secretario que tuvo en la última época, Walter Hooper, un sacerdote episcopal, convertido al catolicismo-romano, que ha hecho grandes esfuerzos desde su posición de albacea suyo, para su abrir su proceso de beatificación en el Vaticano.
Según un teólogo evangélico como Packer, el cristianismo de Lewis sería “un anglicanismo conservador de tendencias
catolizantes” (¡qué no romanistas!). Algo difícil de imaginar en alguien con un trasfondo tan protestante como él. Nacido en el Ulster, en la familia de un ingeniero evangélico galés y un pastor episcopal, a cuya iglesia asistía desde niño. Su carácter irlandés hacía, que a pesar de estar establecido en el ambiente académico inglés, mostrara una pasión poco habitual en un profesor de Oxford. Amaba por eso las discusiones, hasta llegar a la brutalidad de su mayor agresividad verbal. Aunque tenía también una punzante ironía que recorre, tanto sus escritos de crítica literaria, como sus tratados apologéticos sobre la fe cristiana.
HISTORIA DE UNA CONVERSIÓN
Lewis vivió una infancia solitaria, desde que su único hermano es internado en un colegio.
Recluido en sus lecturas, se sumerge en un mundo de fantasía, ante la dura realidad de la muerte de su madre, cuando tenía diez años. Su pérdida parece que aniquila todas sus esperanzas. Su ateísmo se muestra entonces con toda su dureza, desde la primera época escolar: “No creo en ninguna religión”, dice. “No hay absolutamente ninguna prueba para ninguna de ellas, y desde el punto de vista filosófico, el cristianismo no es ni siquiera la mejor”, escribía entonces Lewis. “Todas las religiones, o sea todas las mitologías, para darle su nombre correcto, son simplemente un invento del hombre”, creía él.
En la primera guerra mundial, Lewis vuelve a Oxford, tras ser herido y perder a un amigo, al que promete cuidar de su madre. Se traslada entonces a vivir con ella, manteniendo según algunos biógrafos, una extraña relación sentimental. Después de unos brillantes estudios, entra en el Magdalen College, donde empieza a enseñar en 1925. Allí conoce al filólogo J.R.R. Tolkien, convertido al catolicismo-romano y apasionado por la fantasía que desarrollará en
El Señor de los Anillos. Ambos tienen mucho en común, pero les separa la fe. Sus conversaciones con él y la lectura de Chesterton, empiezan a despertar en él ciertas inquietudes espirituales.
En su autobiografía, Lewis cuenta que “a principios de 1927 era el más convencido de los ateos”. Hasta que un día se encontró que “las pruebas de la historicidad de los Evangelios eran sorprendentemente buenas”. Es entonces cuando “Aquel a quien temía profundamente, cayó al final sobre mí”, dice Lewis,
cautivado por la alegría. La verdad es que “nunca tuve la experiencia de buscar a Dios”, escribió en su libro sobre los
Milagros: “Fue exactamente a la inversa, Él fue el cazador (o eso me pareció) y yo el venado”. Se sintió como “acechado” por “un piel roja”, que “apuntó infaliblemente y disparó”. Por lo que “hacía la festividad de la Trinidad de 1929 cedí y admití que Dios era Dios y, de rodillas oré”. Por eso cree que “quizá fuera, aquella noche, el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra”.
Sorprende que estas emocionantes palabras correspondan a su conversión al teísmo, no al cristianismo. Ya que Lewis creía que no era cristiano todavía. El veía los Evangelio como el mito del “Dios que moría” y no podía creer en una vida futura.
Pero dos años después se encontró con la Persona de Cristo de una forma tan real, como poco dramática. Cuando iba en un autobús al zoo de Whipsnade una mañana (Lewis era un gran amante de los animales), “al salir no creía que Jesucristo fuera el Hijo de Dios, y cuando llegó al zoológico, sí”…
EXCÉNTRICO ACADÉMICO
Lewis era toda una autoridad en el campo de la literatura medieval y renacentista. Como profesor escribió mucho, pero esos libros tienen hoy poco interés para el público cristiano, aunque son todo un modelo de crítica literaria.
Como académico, Lewis sufrió mucho sin embargo a causa de su fe cristiana. Ya que su conversión no le hizo muy popular en la Universidad. Su valiente defensa del carácter sobrenatural del Evangelio provocó mucho rechazo en círculos académicos. Sus libros de ficción, como
Narnia o
Ransom, tampoco ayudaron a que se le tomara más en serio.
Muchos le veían como uno de esos eruditos excéntricos, capaz de acciones tan quijotescas como mantener esa extraña relación con la madre de un amigo muerto por treinta años, y luego casarse con una judía comunista norteamericana, divorciada de un alcoholizado guionista de Hollywood, cuando estaba ya a punto de morir en la cama de un hospital. Lo vemos en la película
Tierras de penumbra, en la que Anthony Hopkins interpreta al escritor en su corta relación con Joy Davidman, convertida también como él al cristianismo, pero enferma de cáncer y madre de dos hijos, adoptados luego por Lewis. Uno de ellos es uno de los productores de la película de Disney.
Pero no debemos olvidar que si Lewis pasó tanto tiempo dedicado a la apologética, es porque no quiso hacer de la literatura un ídolo. “El cristiano sabe desde el principio, que la salvación de una sola alma es más importante que la producción o preservación de todas las épicas y tragedias del mundo”, escribió en una de sus
Reflexiones cristianas. Hasta tal punto era así, que el poeta T. S. Eliot se preguntaba si “¿exige realmente el Todopoderoso tales arduos esfuerzos del Dr. Lewis por devolverle el trono?”. Por lo que si la conversión y la evangelización son dos de los principales distintivos del movimiento evangélico, no hay duda que Lewis era evangélico.
Pero nos queda algo muy importante, su teología. De ello hablaremos la semana que viene…
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