Suelen decir que en todas las familias hay una “oveja negra”, pero cuesta sin embargo imaginar qué es lo que atrajo al hijo del pastor Bronte al lado oscuro de la vida. Orgullo de su padre y sus hermanas en la infancia, Branwell (1817-1848) tomó sin embargo el camino equivocado en su juventud, que le llevaría a la más tremenda desesperación…
Después de intentar hacerse una carrera como poeta y pintor, Branwell fue expulsado de uno y otro trabajo, como tutor de varias familias, hasta caer locamente enamorado de la esposa del último pastor que le había contratado. La señora se llamaba Robinson –como las otras dos, que se han hecho famosas posteriormente en el cine y la política de Irlanda del Norte, por el escándalo que protagonizaron con jóvenes adolescentes–. A Branwell, le costó el empleo, pero también la vida, ya que volvió a casa alcohólico y adicto al opio, hasta caer en un
delirium tremens, que encubrió la tuberculosis de la que murió poco después –como sus hermanas–, con apenas treinta años.
Viendo el sofá donde acabó su vida Emily –ese mismo año–, imagino que el dolor que le produjo su hermano, le sirvió de algo más que de inspiración para el personaje de Heathcliff en
Cumbres borrascosas. Anne, que era muy creyente y escribió muchas cosas inspiradas por su fe, falleció también unos meses después. Las dos escribían en la mesa que ahora tengo delante, con una letra minúscula –incapaz de descifrar sin lupa–, aquellos increíbles libros que tanto nos fascinan.
DESENGAÑO AMOROSO
Branwell entró en una profunda depresión, a raíz de su relación con la señora Robinson. Estaba ya de vuelta en casa de su padre, cuando murió su marido –el pastor Robinson–, en 1846. El joven vio entonces la oportunidad de casarse con la madura viuda –que era también hija de pastor–, pero ella lo rechazó. El problema no eran tanto los diecisiete años que había de diferencia, como el hecho de que Branwell no tenía un penique. Ella apeló a la voluntad de su marido, y a cambio le mandó dinero de vez en cuando, que él gastaba en bebida y opio...
En
El arrendatario de Wilfeld Hall, Anne Bronte convierte los sentimientos de su hermano en el enamoramiento de su personaje por una viuda, que resulta estar separada de un marido de vida disipada, al que intenta redimir antes de su muerte. Mientras que aquí es un hombre soltero, el que no puede casarse con una mujer oficialmente unida a un marido inmoral, en
Jane Eyre –la novela de su hermana Charlotte–, es la mujer quien no puede casarse con un hombre, que está en secreto, oficialmente unido a una mujer enferma mental.
Las penas de amor de Branwell, le llevaron en su locura, no sólo a la adicción, sino al
delirium tremens, por el que llegó a incendiar su propia cama, siendo salvado por su hermana Emily. Sus últimos días fueron extrañamente tranquilos. Su padre –el pastor–, buscó su arrepentimiento. Parece que murió en paz, pero sus últimas palabras fueron: “En toda mi vida no he hecho nada, ni grande, ni bueno”.
¿ES AMOR TODO LO QUE NECESITAMOS?
El anhelo humano por un amor verdadero, ha sido siempre celebrado en canciones e historias. Sin una relación romántica, nuestras vidas parecen carecer de sentido. No hay nada malo en tener esos sentimientos –aunque como Branwell podemos tenerlos por la persona equivocada–, pero se pueden convertir fácilmente en un ídolo, que exige todo de nosotros. Sólo así se puede explicar las relaciones abusivas que algunos sufren y nos llevan a romper cualquier promesa, racionalizar toda indiscreción o traicionar la confianza de otros. Puesto que la idolatría es una esclavitud.
La Biblia nos cuenta una historia que muestra cómo la búsqueda de amor, se puede convertir en una forma de idolatría. Al engañar a su padre Isaac, haciéndose pasar por su hermano Esaú, Jacob tiene que dejar su familia y su herencia. Lleno de cinismo y amargura, trabaja para su tío Labán, cuando se enamora de su prima Raquel. Amaba su cuerpo y su belleza. Así que se ofrece a trabajar siete años para su tío, para poder casarse con ella (
Génesis 29:16-20). Un enorme precio –para lo que era habitual entonces–, pero le parecieron como unos días, porque la amaba (v. 21). La expresión tiene en hebreo un sentido erótico: la deseaba, tanto sexual como emocionalmente.
Jacob se sentía vacío. Nunca tuvo el amor de su padre, que prefería a su hermano Esaú; había perdido el cariño de su madre; y desde luego no sentía el cuidado de Dios. Buscaba en el sexo y el amor romántico, transcendencia y significado. La persona amada se convierte así en un ideal divino que puede satisfacer tu vida –“no eres nadie, hasta que alguien te ama”, dice una canción popular–. Mantenemos por eso la fantasía de que si encontramos a nuestro “hermano del alma”, todo lo que está mal en nosotros será curado. El objeto amado se convierte entonces en un dios, que no puede sino desilusionarnos...
LA DEVASTACIÓN DE LA IDOLATRIA
El vacío de Jacob le hizo especialmente vulnerable. Al verle tan enamorado, su tío se aprovechó de él. Cuando le preguntó si podía casarse con Raquel, le contestó vagamente. Jacob quería que dijera sí, y por eso le pareció oír que decía que sí, aunque no dijo que sí. Al pasar los siete años, reclamó a la novia, y en medio de la fiesta, la recibió embriagado, estando ella cubierta con un velo. A la mañana siguiente, descubrió que era su hermana Lea (v. 25)...
Las decepciones sentimentales suelen ser muy grandes, porque el amor romántico tiene un enorme poder en el corazón y la imaginación humana. Llega a dominar de tal forma nuestra vida, que se convierte en una droga, para intentar escapar de la realidad –como sin duda quería hacer Branwell–. Nuestros temores y vacio interior, lo convierten en un narcótico, que nos lleva a tomar decisiones necias y destructivas.
Después de haber sido engañado por su tío, Jacob acepta sin embargo trabajar otros siete años para tener a Raquel. Ya que no quería simplemente una esposa, sino alguien que le salvara. La quería y necesitaba tanto, que oía y veía, lo que quería oír y ver. Su idolatría produjo una inmensa miseria en la familia. Adoró y favoreció a los hijos de Raquel –frente a los de Lea–, amargando a todos sus hijos.
La Biblia dice que Lea tenía un problema en los ojos. Al contrastarlo con la belleza de Raquel, entendemos que era algo que la hacía poco atractiva. Vivía bajo la sombra de su hermana, y su propio padre parece querer deshacerse de ella, entregándola a Jacob. Y aunque “Jacob amaba a Raquel más que a Lea” (v. 30), ella desea conseguir el amor de su marido. Lo intentaba teniendo hijos (vv. 31-35), pero cada nuevo nacimiento la hundía en una mayor soledad…
PROFUNDA DESILUSIÓN
¿Qué sentido tiene toda esta historia? Muchos intentan encontrar en estos relatos una moraleja, pero no es ese el sentido de la Historia del Antiguo Testamento, al que apuntan todas estas historias. La Biblia nos muestra continuamente a hombres débiles, que no merecen la gracia de Dios, ya que no la buscan, ni aprecian, incluso después de haberla recibido.
No importa en quién pongas tus esperanzas, a la mañana siguiente siempre estará Lea, nunca Raquel. Ninguna persona, por muy buena que sea, puede darte lo que tú necesitas. ¿Por qué? “La mayor parte de la gente, si realmente ha aprendido a examinar su propio corazón –dice C. S. Lewis en Mero cristianismo–, sabrá que lo que quiere y desea intensamente, no es algo que podamos tener en este mundo”. Porque aunque “hay todo tipo de cosas en esta vida que te lo ofrecen, ninguna puede mantener su promesa”.
Cuando te das cuenta de eso, puedes hacer varias cosas. Puedes echarle en primer lugar la culpa a aquello que te ha fallado y buscar otra cosa, pero en ese caso, continuarás en la idolatría y la adicción espiritual. O puedes culparte a ti mismo y verte como un fracaso –como parece que hizo Branwell–.
Algunos prefieren simplemente culpar al mundo, o al sexo opuesto, y se vuelven duros, cínicos y vacíos. Pero puedes también volverte a Dios. Ya que como decía Lewis: “Si encuentro en mi un deseo, que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que hemos sido hechos para otro mundo (algo sobrenatural y eterno)”.
EL PODER DEL AMOR
Se suele decir que “los hombres usan el amor, para conseguir el sexo, pero las mujeres usan el sexo, para conseguir amor”. Lo cierto es que cualquiera de los dos ídolos nos va a decepcionar. Ambos son una forma de esclavitud.
Dios sin embargo hizo algo en la vida de Lea. A pesar de sus luchas y confusión, busca al Dios de gracia, que conoce su miseria (v. 32). Jacob y Labán le habían robado la vida, pero cuando ella da su corazón al Señor, recibe de nuevo la vida. Dios la hace así antecesora de Jesús, por medio de Judá, a través de quien vendría el verdadero Rey, el Mesías. Ya que la salvación no viene por la hermosa Raquel, sino por la despreciada Lea.
La que nadie quería, Dios ama tanto, que se ofrece como su Esposo. En su gracia nos salva por el poder de un amor, que vence a la idolatría. Sólo hay unos brazos que pueden darte lo que tu corazón desea...
Cuando Dios vino a este mundo por medio de Jesucristo, lo hizo como hijo de Lea. Nacido en un pesebre, sin hermosura alguna para que le deseáramos (
Isaías 53:2). A los suyos vino, pero los suyos no le recibieron (
Juan 1:11). Al final todos le abandonaron. Hasta a su Padre gritó: “¿Por qué me has desamparado?” ¿Por qué? ¡Por ti y por mí! ¡Dejemos de buscar en otros nuestra salvación! Porque tenemos un Salvador…
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