El director británico Michael Apted no tiene particular relación con el mundo evangélico. Hizo una de las entregas de la saga de James Bond (
El mundo nunca es suficiente), pero también películas como
Nell con Jodie Foster o
Gorilas en la niebla con Sigourney Weaver, aunque la mayor parte de su carrera ha sido en televisión (comenzó en los años setenta, pero su última serie es la durísima
Roma).
Apted está ahora encargado de continuar la serie de
Crónicas de Narnia, basada en las libros del escritor cristiano C. S. Lewis, que ha cambiado de productora (al abandonar Disney el proyecto) y cuenta como
Amazing Grace, con la colaboración de varios evangélicos.
La película sobre Wilberforce fue presentada en la clausura del festival de Toronto el año 2006, pero la distribuyó Samuel Goldwyn el año siguiente en todo el mundo anglosajón, coincidiendo con el doscientos aniversario de la abolición del tráfico de esclavos por el Parlamento británico. Lleva el título en inglés del himno que se conoce en castellano como
Sublime Gracia. La composición del antiguo tratante de esclavos arrepentido, el predicador inglés John Newton, se convirtió en la música más representativa de la población afroamericana, por la motivación de fe que llevo a la libertad de los esclavos en Inglaterra y Estados Unidos.
El personaje de Newton, interpretado por el inconmensurable Albert Finney, muestra la inspiración que el pastor de Olney (Inglaterra) tuvo en este grupo de políticos evangélicos, que se conoció como la “secta de Clapham” (aunque no eran una secta, ni todos vivían en ese barrio londinense). Su historia sigue siendo uno de los mayores episodios de la influencia evangélica en la sociedad del siglo XIX.
¿CAMPEÓN DE LAS CAUSAS PERDIDAS?
Este político fue uno de los mayores reformistas filantrópicos de la Inglaterra victoriana. Conocido por su fe evangélica, fundó la Sociedad Protectora de Animales, impulsó la educación, luchó contra el alcoholismo y promovió la misión cristiana en India y África, además de lograr la abolición del tráfico de esclavos en el siglo XIX. La película le muestra en su juventud, en el físico del actor de
Los 4 Fantásticos Ioan Guffrud, con los problemas de salud que arrastró a lo largo de toda su vida. Este cuadro de debilidad contrasta con el inquebrantable tesón con el que se enfrenta al negocio de la esclavitud, que mantenía la sociedad británica de su tiempo.
La lucha de Wilberforce parecía en todos los sentidos una causa perdida. Si hay algo de su vida que la película logra transmitir con particular claridad, es la perseverancia de este hombre, frente a tantos intereses que hacían de su lucha un esfuerzo inútil. La bendita terquedad de Wilberforce nos muestra la necesidad de la paciencia y persistencia para poder lograr alguna medida de justicia en este mundo.
¡Hasta John Wesley creía que la esclavitud no sería derrocada por ninguna ley! Las propuestas de Wilberforce fueron derrotadas una y otra vez en el Parlamento,
hasta que por un extraño giro de la Providencia se ganó la votación en 1807, que acabó con el tráfico del que dependían las dos terceras partes del comercio del país, veinte años después de su primera iniciativa legislativa. Por supuesto que él no estaba solo. Contaba con un grupo de amigos cristianos que le apoyaron para seguir adelante en los momentos más difíciles, ¡pero sólo Dios logró lo que parecía humanamente imposible!
¿ES POSIBLE UNA TERCERA VÍA?
La visión política de Wilberforce nos muestra la necesidad de buscar una tercera vía frente a conservadores y radicales. Si el estadista fue visto como una amenaza para el establishment que mantenía la esclavitud, su reformismo fue también considerado insuficiente por algunos abolicionistas, como muestra la película.
La clase dirigente inglesa estaba tan asustada por el terror de la Revolución francesa, que se oponía a cualquier cambio social, pero Wilberforce comienza su campaña contra la esclavitud dos años antes de la Revolución. Su fe en Dios y su gobierno por medio de Jesucristo, le guardó del temor conservador.
Políticos radicales como Cobbett se oponían a casi todo en el Parlamento, movidos por la causa revolucionaria. El deísmo centrado en el hombre de la Revolución francesa, no sólo produjo la
Declaración de los Derechos Humanos, sino también el terror de la anarquía y los asesinatos masivos. Wilberforce rechaza el radicalismo, porque cree que todas las soluciones utópicas olvidan la pecaminosidad de ser humano, que hace esos proyectos imposibles.
LA NECESIDAD DEL NUEVO NACIMIENTO
No podemos olvidar entonces que el cambio decisivo que transformó la vida de Wilberforce fue una revolución espiritual. Cuando estaba en 1784 de gira por el continente europeo, su compañero Isaac Milner, le habló de su fe evangélica y la necesidad de un nuevo nacimiento (Juan 3). Los dos leyeron juntos en el viaje el libro de Philip Doddridge, que llevó al político a una fe personal en Cristo.
Como todo cristiano, Wilberforce siguió teniendo contradicciones y grandes debilidades, pero su fe era auténtica. Quería vivir como un discípulo de Jesús, aunque la comida, la bebida y la pereza, fueron constantes tentaciones para él. Luchó contra la adicción al opio, que le vino después de que un médico se lo prescribiera para una de sus enfermedades, uno de cuyos efectos fue la depresión. A pesar de ello sus contemporáneos destacan el gozo en Dios, que caracterizaba su fe.
Muchos en Inglaterra entonces, se oponían al movimiento evangélico como mero “entusiasmo”. Lo veían como una emotividad sin fuerza moral o social alguna. La experiencia de Wilberforce es un poderoso testimonio de que el nuevo nacimiento lleva a amar intensamente a Dios y a los demás. La conversión cristiana produce una vida que es al mismo tiempo útil y feliz. El avivamiento espiritual y la justicia social no son enemigos, sino compañeros útiles para hacer avanzar la obra de Dios.
REFORMA, NO REVOLUCIÓN
La revolución se caracteriza históricamente por la necesidad de la violencia, la
supresión del orden establecido y un idealismo utópico. La reforma que nace del Evangelio evita la violencia, transforma la sociedad y confía en Dios, en vez de en el hombre.
Como instrumentos de paz, los cristianos son “la sal de la tierra”, dice Jesús (
Mateo 5:13). Deben entrar en todos los aspectos de la vida, guardándola y sazonándola. No deben desechar nada, sino probarlo todo, reteniendo lo bueno (
1 Tesalonicenses 5:21).
Si rechazamos el modelo revolucionario, es porque creemos en la bondad de la creación y la cultura, tal como Dios la ha creado. No renunciamos al mundo, los negocios, el cine o la política. Por muy corrompido que estén, debemos buscar su reforma y redención.
TESTIGOS DEL REINO
No debemos olvidar sin embargo que Wilberforce perdió más batallas que ganó. La lucha no es por un cristianismo constantiniano en que el estado obligue a vivir como creyentes a aquellos que no lo son. Ya que una religión represiva traiciona al final la propia esencia de la fe.
Muchos piensan que un político cristiano es la solución a todos los problemas, pero Wilberforce se equivocó en muchas cosas. Apoyó las desastrosas leyes del maíz en 1815, así como la abrogación del
habeas corpus durante la guerra con Francia. Tuvo desaciertos e incoherencias. Ya que como dice Calvino, a veces es mejor el príncipe sabio mahometano que el necio cristiano. Puesto que como creyentes confiamos en un gobierno mejor que el de los príncipes de este mundo: el Reino de Dios.
Wilberforce nos enseña por eso que hay una gran diferencia entre luchar por la justicia en el mundo, para dar testimonio del gobierno de Cristo, y tratar de establecer el Reino de Dios en la tierra. Somos llamados a ser testigos. Lo que supone persuadir y sufrir, no imponer. No debemos confundir nuestro testimonio pasajero con la gloriosa realidad de su Reino, que Cristo establecerá en la tierra, no por medio de nuestro poder y dinero, sino por su segunda venida a este mundo.
Ese testimonio sin embargo es eficaz (
Hechos 1:8). Ya que “los siervos de Cristo”, dice Wilberforce, “estimulados por un principio de afecto filial que hace que su trabajo sea fruto de una libertad perfecta, son capaces de servir con tanta energía y perseverancia como los devotos de la fama, los siervos de la ambición o los esclavos de la avaricia”. ¿Cómo es esto posible? Porque aunque no esperamos nada de los hombres, esperamos todo de Dios.
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