El hijo pródigo fue el producto más importante de la
Metro Goldwin Mayer el año 1955. Dirigida por el autor de adaptaciones de novelas como
Ivanhoe o
El prisionera de Zenda, Richard Thorpe (1896-1991), pretendía ser el lanzamiento del actor británico Edmund Purdom, en una superproducción rodada en
cinemascope, para intentar emular el éxito de
Sinuhé el egipcio de Michael Curtiz, el creador de C
asablanca.
El resultado es claramente decepcionante. La película tiene momentos tan ridículos que parecen auto-paródicos, como el perfecto afeitado en seco del protagonista en la cárcel con sólo un par de pinzas, o los trucos mágicos del criado mudo en el mercado. Su fracaso condenó al protagonista a la serie B europea el resto de su carrera, que entró en tal crisis, que abandonó a su primera esposa y madre de sus dos hijos, para casarse luego con la mujer de Tyrone Power, Linda Christian.
¿EL HIJO PRÓDIGO?
La película está supuestamente basada en la parábola evangélica, pero cualquier parecido con el relato bíblico, no es más que mera coincidencia. Visitando Damasco, el joven judío Micah, es seducido por la sumo-sacerdotisa de Astarte, Samarra. Las tentaciones de esta
diosa de la carne, le llevan a reclamar la fortuna de su padre, el patriarca hebreo Eli, rompiendo con su prometida Ruth. Sufre entonces las conspiraciones de un oscuro sumo sacerdote de Baal llamado Nahreeb, y el prestamista Bosra, al tenerle que regalar una perla a la mujer fatal que interpreta Lana Turner.
Más allá de la vulgaridad de la película –que demuestra cómo el género bíblico nunca fue ni épico, ni bíblico–, la historia me ha hecho pensar en la parábola de Jesús, que estoy predicando estos días, a raíz de la apasionante lectura del libro del predicador de Nueva York, Tim Keller, The Prodigal God. Esta obra presenta unas magnificas meditaciones inspiradas por el sermón de nuestro querido maestro, el profesor Ed Clowney, que antes de partir con el Señor enseñó a Keller –en el
seminario de
Westminster, Filadelfía– y a mí en el
Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo –que dirigía John Stott a principios de los años ochenta–.
La parábola en la que se basa esta película, es conocida como el hijo pródigo (Lucas 15:11-32), a pesar de que Jesús comienza su historia diciendo que “un hombre tenía dos hijos”. El relato trata de hecho tanto del hijo mayor, como del menor. La parábola se podría llamar por eso los dos hijos perdidos, si no fuera porque el verdadero protagonista es un Padre que nos revela al Dios pródigo, que no menoscaba ningún gasto, para mostrar su generosidad, a aquellos que han malgastado toda su vida, queriendo vivir con todo lo que Él nos da, pero sin Él.
DOS TIPOS DE PERSONAS
Jesús cuenta esta historia a dos tipos de personas (
Lc. 15:1-3):
los publicanos y pecadores, que como el hijo menor de la parábola, abandona la moralidad tradicional de la familia.
Los fariseos y escribas son el hermano mayor, que mira al Maestro con recelo, por su aceptación de estas personas, conocidas por su inmoralidad. Quiere mostrarles así su ceguera, estrechez y justicia propia, redefiniendo su idea de Dios, el pecado y la salvación.
Hay dos formas en que la gente intenta buscar felicidad y satisfacción. Unos por la conformidad moral del hermano mayor, y otros por el tortuoso camino del autodescubrimiento, que representa el hermano menor. Cada uno de nosotros, se inclina por su carácter a uno de ellos, aunque a veces oscilamos entre uno y otro, o mantenemos a un hermano menor oculto, bajo la apariencia del hermano mayor, en una doble vida, que permanece escondida a los ojos de muchos.
Lo sorprendente de esta historia es que ambos están alienados del Padre, enseñándonos que Jesús nos salva, no sólo de nuestra maldad, sino también de nuestras bondades. Ya que no son los pecados del hermano mayor, los que crean una barrera entre él y su padre, sino el orgullo en su carácter moral. No es su maldad, sino su propia justicia, la que le impide entrar en la fiesta del Padre.
¿QUÉ ES EL PECADO?
Hay un problema en el corazón de los dos hermanos, que la Biblia llama pecado. Ambos se resienten de la autoridad del Padre, buscando maneras para poder decirle lo que tiene que hacer. Los dos se rebelan. Ninguno ama al Padre por sí mismo. Creen que es su riqueza, en vez de su amor lo que, les puede hacer felices.
El hermano mayor intenta controlar a Dios por medio de su obediencia. Toda su moralidad no es más que una forma de utilizar a Dios, para conseguir todo lo que quiere. No obedece al Padre, porque le ama, le conoce y disfruta de él, sino por los resultados que espera de su obediencia. El pecado por lo tanto, no es sólo quebrantar las normas de Dios, sino ponernos en su lugar, intentando ser nuestro Salvador, Señor y Juez.
Jesús no divide el mundo entre buenos y malos, morales e inmorales. Todos estamos envueltos en un proyecto de auto-salvación, para utilizar a Dios y a los otros, intentando mantener el poder y control sobre nuestra propia vida. Ambos hijos están equivocados, pero el Padre se preocupa por ellos, y les invita a su fiesta.
EL HERMANO MAYOR
El hermano mayor tenía que cuidar de su hermano, pero se siente tan superior a él, que es incapaz de perdonarle. Habla de él, como si ni siquiera fuera su hermano –
tu hijo, le dice a su padre–. Vive sin embargo su servicio a él, como una esclavitud, sin gozo ni amor, esperando recibir una recompensa, que no se corresponde con lo que él espera.
Las obligaciones morales y religiosas, son en realidad para el hermano mayor una carga, que le llena de frustración y amargura. Su descontento viene de una falta de seguridad en el amor del Padre –que nunca le ha dado una fiesta–. Refleja la aridez de una vida espiritual, basada en las demandas, en vez de la adoración.
EL PRECIO DE LA GRACIA
Al gastar todo lo que tiene en el hijo que se había perdido, el Padre nos muestra el Hermano Mayor que necesitamos. Aquel que no sólo nos busca en una provincia perdida, sino que deja el cielo para venir a la tierra, a pagar con su propia vida nuestra deuda. Recibe la alienación, la soledad y el rechazo, que nosotros merecíamos, al rebelarnos del Padre. Sufre nuestro castigo en la cruz, bebiendo la copa de la justicia eterna, en vez del gozo del Padre.
Lo único que puede cambiar entonces un corazón lleno de miedo e ira, en uno repleto de amor, gozo y gratitud, es la seguridad del amor de un Padre, que no ha escatimado entregar hasta su propio Hijo por nosotros (
Romanos 8:32).
Este Dios pródigo, se vació de su gloria, para hacerse siervo. Con esa entrega sacrificada, nos da la seguridad de que nada nos podrá separar de su amor eterno (vv. 35-39).
DE VUELTA A CASA
Esta historia de Jesús nos llena de esperanza. Muchos tenemos recuerdos de tiempos, personas y lugares, en los que nos hemos sentido felices. Cuando tenemos sin embargo la oportunidad de volver a ellos, nos vemos sin embargo decepcionados. No acabamos de encontrar nuestro hogar en esta tierra. Como el hijo menor, sin embargo tenemos nostalgia de casa.
La Biblia describe el estado del hombre como un largo exilio al este del Edén, donde no importa lo duro que trabajemos, no logramos reconstruir el hogar que allí perdimos. Jesús nos muestra así la necesidad de volver a casa, reencontrando el amor de un Padre, que corre a nuestra busca, y nos recibe en un abrazo de amor eterno.
Aquel que encuentra así el camino de vuelta a casa, se encuentra con una fiesta, las bodas del Cordero (
Apocalipsis 19), sacrificado por nosotros.
El futuro que nos presenta es un banquete de una vida, que no consiste en una conciencia etérea, sino en el placer de una comida eterna y el calor de un abrazo. La eternidad en torno a ese trono, donde está sentado el Cordero, está llena de risas, canciones y bailes. Porque aquel hijo que se había perdido, ha sido finalmente hallado. ¡No te quedas afuera, sino entra en la fiesta! Te espera el amor del Dios pródigo, que nunca nos abandonara…
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