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El Simón del desierto, de Buñuel

Se acaba de recuperar en DVD una de las películas más curiosas de Buñuel, incompleta por los recortes de rodaje, pero una de las más serias en su particular forma de encarar el hecho religioso. Simón del desierto (1965) es considerada por muchos, una de sus mejores obras. La idea nace en los años 20, cuando el director estaba en la Residencia de Estudiantes de Madrid y Federico García Lorca le dio a leer La leyenda aurea, una serie de relatos sobre santos y mártires cristianos reco
MARTES AUTOR José de Segovia Barrón 08 DE FEBRERO DE 2010 23:00 h

Simón el Estilita – como también se le llama –, significa el que vive en una columna, en este caso a unos 17 metros de altura. La película alterna por eso planos del hombre y la gente que lo contempla a ras de tierra, en constantes contrapicados. Según se explica en el libro – que narra episodios tan conocidos como el combate de San Jorge con el dragón o la muerte a saetazos de San Sebastián –, Simón se alimentó todo ese tiempo sólo de lechuga y agua. Se aprendió de memoria los Salmos –para no llevarse la Biblia –, y se abstuvo de casi todo.

En ese estado de abstinencia, tiene visiones de Satanás, renuncia al amor de su madre, y se enfrenta a la envidia de los religiosos, la soledad, el silencio y largas horas, sostenido incluso en una sola pierna. Esto le hace tanto feliz como taciturno, como si pudiera estar más cerca y más lejos de Dios, al mismo tiempo. El crítico catalán Quim Casas dice que la titularía “subida al calvario”. Ve la columna como el símbolo que nos eleva de forma “inmisericorde hacia un cielo convertido en techo del mundo conocido, en la frontera intangible hacia ese otro mundo en el que el protagonista espera encontrar la paz absoluta, aunque para ello tenga que pasar por el calvario de la ascesis”.

LUCHA ESPIRITUAL
Ante sus ayunos y flaquezas, Simón tiene que luchar contra todo tipo de obstáculos: el imberbe Matías – a quien ordena que no vuelva a verle hasta tener las mejillas bien pobladas –, el queso y pan tierno – que le ofrece el deforme cabrero –, el apego de su madre – que se instala en una modesta choza cerca de la columna –, o los ardides de un cura que
 
introduce vino y viandas en la bolsa que le suben cada día – para poder calumniarle –. Hay adversidades físicas – calor, frio, azotes de viento, tempestades, lluvias de verano y granizo en invierno –, pero sobre todo una gran lucha espiritual.

Satanás se aparece cuatro veces, transformado en la tentadora Silvia Pinal. La primera como una mujer con un cántaro, que pasa sin perturbarse – aunque no pase desapercibida para Simón –. La segunda como una colegiala de principios de siglo, jugando con un aro, pero con liguero y un escote, que se le ven los pechos. La tercera es un extraño pastor con barba, rizos y trenzas, que lleva un zurrón blanco y un cordero en los brazos. La última como una mujer desnuda dentro de un ataúd, que se desliza por el desierto, llevando a Simón al panteón.

Al final una secuencia nos pasa bruscamente de Simón en el desierto a un plano de avión en vuelo. Aparece así el santo de repente en una discoteca neoyorquina, donde los jóvenes bailan frenéticos, a ritmo de rock´n´roll. Otra vez rodeado de gente, pero esta vez no de devotos, sino de la generación beatnik, que escucha una música que él no entiende, aunque esté vestido como uno de ellos. Una conclusión sorprendente, para una de las películas más curiosas de Buñuel.

UNA PELÍCULA INCÓMODA
Este un título que resulta algo incómodo, incluso para los estudiosos de Buñuel, que no lo acaban de encajar con el resto de su filmografía. Ya que se trata en primer lugar de un fugaz regreso al cine mexicano, tras haberse establecido definitivamente en la cinematografía francesa. No dura además más de cuarenta minutos, porque su productor Gustavo Alatriste tuvo tales problemas económicos, que hubo que reducir el guión a la mitad. Se suprimieron así secuencias enteras como la visita del emperador de Bizancio al anacoreta Simón.

Da la impresión también de ser una obra menor, porque Buñuel no se extiende demasiado sobre ella en sus memorias. El conocido estudioso Peter William Evans no la incluye en ninguno de los tres bloques que configuran su libro. Y no hay ninguna pregunta sobre ella en las dos entrevistas que aparecen en el importante volumen colectivo que sobre Buñuel se editó en Alemania en 1975. Para Klaus Eder, es “un trozo de mitología católica transformada por el surrealismo”, cuando en realidad es “la más realista y racionalista de las películas religiosas de Buñuel”, como dice Casas.

UNA FE MILAGRERA
Sólo hay un milagro en esta historia, aunque Simón reparte bendiciones a diestra y siniestra. Tras cambiar de columna en la primera secuencia y subir un poco más hacia el cielo, vemos cómo una mujer le está implorando para que le sean devueltas a su marido las dos manos, que le cortaron de un solo tajo por robar. Lo sorprendente es que una vez obrado el milagro, una de sus hijas le mira las manos y le pregunta si son las mismas que antes. Su respuesta es darle una bofetada a la niña. Después toda la familia vuelve a casa, con todos los asistentes al acto, como si nada extraordinario hubiera ocurrido. Así de absurda ve Buñuel, una fe basada en los milagros…

Hay personas que nos dicen que les gustaría creer, pero que les falta una prueba o evidencia, para poder hacerlo. Muchos predicadores han caído incluso también en la tentación de pensar que si su mensaje no va acompañado de señales milagrosas, la gente no va poder creer en el Evangelio. Buñuel parece que conocía mejor el corazón humano. Se da cuenta que uno puede ser testigo, incluso objeto del más asombrosos milagro, y sin embargo seguir viviendo su vida imperturbable, como si no hubiera pasado nada… ¡Así es de duro el corazón humano!

EL RICO Y LÁZARO
Una de las historias más conocidas de Jesús nos habla de un hombre rico y
otro pobre, cuyos destinos se invierten por toda la eternidad (Lucas 16:19-31). No es exactamente que el rico se condene por ser rico, sino por el bien que ha dejado de hacer; ya que la Biblia conoce tanto pecados de omisión, como de comisión (Mateo 25:45). Al intentar librarse del mal, el hombre se puede sin embargo condenar a una soledad mayor que la de Simón en su columna. Puesto que no es por el mal que se ha abstenido de hacer, que está perdido, sino por el bien que debía haber hecho.

Al final de la historia de Jesús, vemos que junto a estas dos personas, se habla de cinco hermanos que tenía el hombre rico, por los que ruega que sean advertidos del destino que les espera. Los hermanos son por supuesto los fariseos que le escuchan, y con ellos todos los que ahora leemos estas palabras, que estamos todavía aquí, a este lado de la eternidad. La respuesta de Jesús no puede ser más sorprendente: Aunque alguien se levantara de los muertos, ellos no creerían…

EL PODER DE LA PALABRA
¿Qué es lo que puede cambiar entonces el corazón de un hombre lleno de egoísmo y avaricia, complacencia e indiferencia?, ¿cuál es el camino ascético que nos lleva al cielo?, ¿es la renuncia de Simón?, ¿o la entrega de uno mismo en ayuda a otros? La conclusión es evidente. Lo único que puede producir fe y arrepentimiento en una persona es la Palabra de Dios, o sea la Biblia, la Ley y los Profetas. Y Jesús sabía lo que decía, ¡porque Él resucitó!

Nuestro destino está sellado entonces por nuestra respuesta a este Libro, que es también nuestra única esperanza. Ya que es la Palabra de Dios, la que despierta nueva vida. Cada vez que abrimos este libro – que Simón prefirió no llevar a la columna –, estamos al borde mismo de la eternidad. No es como leer una novela. Es una Palabra de poder.

Nos podemos preguntar entonces qué pasa con las personas que no conocen ese libro – ¿cómo serán ellos juzgados? –; pero la pregunta no es esa. La cuestión es: ¿qué vamos a hacer tú y yo con las palabras de este Libro? Porque si no escuchamos a la Biblia, no escucharemos a nadie. Si no es ella la que nos cambia, nada nos podrá hacer cambiar. Aunque nos subamos a una columna en medio del desierto….
 

 


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