Mi madre prefería
Los hermanos españoles (1900) de la irlandesa Débora Alcock (llevada luego al cine con el titulo de
Como llama en el viento), aunque yo leí primero la traducción libre que se hizo del francés de
La Casa de Doña Constanza de Emma Leslie (publicada por
Clie en 1977). Lo triste es que todos estos títulos siguen siendo desconocidos para la mayoría de los españoles…
Es una buena noticia por lo tanto que el Consejo Evangélico de Castilla y León se haya decidido a reeditar Recuerdos de antaño con la ayuda de la Fundación Pluralismo y Convivencia, al cumplirse 450 años de los sucesos que se narran en este libro, publicado ya hace un siglo.
La edición introducida por Francisco Molpeceres y Gabino Fernández Campos, da alguna información más de la que tenía la última edición de
Clie en 1977. Conserva sus grabados originales y añade más datos sobre el autor, además de una extensa bibliografía. Aunque se echa de menos la excelente fotografía que abría sus páginas, con aquel melancólico retrato de Emilio Martínez a principios de siglo…
¿QUIÉN ERA EMILIO MARTÍNEZ?
Para la generación de mis padres, Emilio Martínez era el autor de Pepa y la Virgen y Julián y la Biblia, dos novelas de controversia con el catolicismo-romano, que hoy resultarían ofensivas para muchos evangélicos en el presente clima de ecumenismo católico-protestante. Martínez sabía sin embargo de lo que hablaba. Ya que era muy devoto de la
Virgen de la Misericordia, que se venera en una de las capillas de una iglesia parroquial de Madrid, donde nació a mediados del año 1849.
Emilio ayudaba a cuántas misas le era posible, porque así se lo habían
enseñado y lo consideraba “oficio de ángeles”. Asistió a su primer culto evangélico cuando tenía 19 años, que vivía con sus padres en el segundo piso de la calle de la Cabeza, numero 20, en el castizo barrio de Lavapiés. Cuenta en sus memorias que en el piso de abajo había un gran salón que alquilaban para funciones teatrales, cuando un día empezó a oír ruido de albañiles. Al preguntar al portero, le dijeron que un señor extranjero había tomado arrendado el piso para reuniones protestantes. Tres días después estaba sentado con sus padres en uno de los bancos de madera, asombrado que aquel destartalado local, sin retablo ni altar, pudiera ser un local de culto.
Un año después de abrirse la primera iglesia protestante Madrid, se inscribía Martínez en 1869 como primer estudiante de una clases de teología que daba el misionero bautista norteamericano Knapp, siendo encargado el año 71 de corregir el primer Diccionario Bíblico que se publicó en España. Como redactor de la revista
El Cristiano empezó a escribir al año siguiente sus libros por entregas, como era habitual en la época. Entró luego en la
Iglesia Reformada Episcopal en 1884, haciéndose cargo de la congregación de Valladolid, donde murió en 1919. En su entierro predicó el pastor luterano Juan Fliedner y Federico Gray de las
Asambleas de Hermanos, como expresión de una unidad evangélica que hoy brilla por su ausencia en muchos lugares.
UNA NOVELA HISTÓRICA
Como bien dice Molpeceres: este es “un libro muy especial, que nos habla de las grandezas y miserias del espíritu humano y del profundo valor de la coherencia y de la fe en Cristo. Narra una antigua historia que habla de vida y de muerte, de valor y de cobardía, de mansedumbre y de atrocidad, de esperanza, de amor y, sobre todo, de fe. Una fe que llevó a un grupo de cristianos que vivieron en la España del siglo XVI a vivir su cristianismo de manera diferente, mucho más bíblica, apasionada, casi insensata ante una sociedad intolerante y cruel.”
En su interesante introducción, el historiador de Valladolid puntualiza
algunas de las afirmaciones del autor, como las implicaciones militares del matrimonio de Felipe II con María de Inglaterra. Explica el misterio de la famosa cadena en la ventana, por donde dice que sacaron a Felipe II para bautizarle, y las relaciones con el papado. Se pregunta por la la vida familiar del rey y duda de su responsabilidad en la muerte de su hijo Carlos. Revisa el número de asistentes al auto de fe del 8 de octubre de 1559, que ahora se conmemora, y nos informa de la ubicación exacta de las cárceles de la Inquisición.
La obra de Martínez fue revisada y ampliada por el propio autor, según su lugar de publicación. Así la edición aparecida en Chile en 1897 incluía datos que se consideraban pertinentes para el lector americano, mientras que la publicada por la
Sociedad de Tratados y Publicaciones Religiosas de Londres excluye las referencias a diferentes denominaciones evangélicas. La más importante variación editorial está sin embargo en la reducción de las discusiones de los acusados con los jueces de la Inquisición, que Martínez se dio cuenta que no podían haber sostenido. Aunque explica que lo que se proponía era presentar también sus creencias por medio de esas argumentaciones.
LA REFORMA EN VALLADOLID
La comunidad protestante en Valladolid tiene su origen en la influencia de Domingo de Rojas, hijo del primer marqués de Poza, que era dominico y discípulo de Bartolomé de Carranza, el arzobispo de Toledo acusado por la Inquisición de “luteranismo”. Junto a él destaca la figura del capellán de Carlos V, el doctor Agustín Cazalla, un judío convertido a la fe evangélica durante sus viajes al extranjero, que había acompañado al emperador durante casi nueve años por Alemania y los Países Bajos. Es luego hecho canónigo en Salamanca, donde entra en contacto con el corregidor de Toro, don Carlos de Seso, que había conocido el Evangelio, mientras estaba en Italia.
Tras grandes luchas interiores, estos hombres llegan a encontrar la seguridad de salvación al descubrir la justificación por la fe de la que habla el Nuevo Testamento. Se reúnen secretamente en la casa de los Cazalla, donde la madre, Leonor de Vibero, y sus dos hijas, Constanza y Beatriz, reúnen a otras mujeres como la hermosa Ana Enríquez, que tiene un papel central en la novela de Delibes, o su sobrina Catalina de Castilla.
La mujer de un platero que asistía a las reuniones, Juan García, denunció a estas personas a la Inquisición. Su propio marido moriría por ello en uno de los autos de fe, junto a muchos de ellos. Agustín de Cazalla perdió el valor en la prisión, supuestamente arrepentido en la cámara de tormento, aunque esto no le libró de la muerte. Otras, como Leonor de Cisneros obtuvo cadena perpetua, al volverse atrás, pero luego se arrepintió, siendo quemada en la hoguera, nueve años después.
Los restos de Doña Leonor de Vibero fueron desenterrados para ser quemados, siendo derribada su casa, donde hubo un monumento de vergüenza y escarnio de su nombre, en la calle que todavía lleva el nombre del doctor Cazalla. El protestantismo fue así aniquilado en Valladolid, como más tarde en Sevilla, después de haber llegado a las más altas esferas de la sociedad española.
EL MISTERIO DE LA PROVIDENCIA
A pesar de lo que el eslogan franquista siempre nos ha hecho creer, la realidad es que España no era tan diferente a otros países que abrazaron la Reforma del siglo XVI. El más alto clero abrazó estas doctrinas, como muestra el proceso del cardenal primado de España, el arzobispo Carranza, acusado de “luteranismo”, o el capellán de Carlos V. Familias tan influyentes, como las que acabamos de mencionar en la principal ciudad de Castilla, que era la residencia real entonces, recibieron la fe que conmovió Europa durante aquellas fechas.
El misterio es por qué en España acabó todo de forma tan diferente, si se daban los mismos elementos que en otros países, para que hubiera una auténtica Reforma. La Historia de este país hubiera sido obviamente muy diferente… Sin duda los historiadores podrán argumentar distintas razones, pero el creyente mira más allá, a la Providencia de Dios, que ha privado a este país de la Biblia y su influencia liberadora en la vida de tantas personas, a lo largo de muchas generaciones...
No podemos entender por qué las cosas ocurrieron así, pero debemos creer que Dios tenía un propósito para todo ello. El sacrificio de todos aquellos hombres y mujeres no fue inútil. Entregaron su vida, para que hoy pudiera ser el Evangelio predicado en tantos lugares de nuestra geografía. Los cuerpos de aquellos mártires, “de los cuales el mundo no era digno” (Hebreos 11:38), nos hablan de una sangre aún más preciosa, la del Señor Jesucristo, que “nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
La conclusión es evidente:
“¡No te avergüences de dar testimonio de tu Señor!” (
2 Timoteo 1:8).
“Al contrario, tú también con el poder de Dios, debes soportar sufrimientos por el Evangelio”, como dice el apóstol. Aunque tengamos como aquellos hombres, el mundo en contra nuestra,
“¡no nos avergoncemos del Evangelio!, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (
Romanos 1:16).
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