Cuando la tierra tiembla

Lorca, una localidad con nombre de poeta, ha salido a nuestro encuentro para enseñarnos la dramática situación por la que pasan sus habitantes.

La tierra se ha movido, tambaleado los cimientos de una ciudad que hace unos días era desconocida para una gran mayoría en la cual me incluyo.

Reconstruir lo que bruscamente ha sido demolido no es tarea fácil, para ello se precisan manos y materiales que tardarán su tiempo en llegar, y así , volver a establecer una estampa de normalidad entre los ciudadanos y ciudadanas de Lorca.

Intentarán recuperar lo perdido, pero ese deseo es utópico, hay cosas que tras una tragedia de este tipo son irrecuperables, con mucho respeto no me refiero a las vidas que desgraciadamente se han perdido, hablo de todos los recuerdos que materialmente amontonamos y que son imposibles de restaurar, pequeñas cosas que tiene un gran valor.

Los desastres naturales, los actos violentos que hieren y ultrajan a seres anónimos, hacen que un elenco de personas, también anónimas, salgan al frente y pongan en entredicho el concepto equívoco de insolidaridad ciudadana.

Y aunque dentro de un tiempo, seguramente escaso, Lorca formará parte de la desmemoria de muchos, hoy son considerables las personas que dejando a un lado la comodidad prestan su ayuda a desconocidos semejantes a ellos.

Las manos se aúnan para trabajar en pos de una misma causa.

Los de mejor ánimo avivarán las ganas por trabajar de aquellos desanimados.

El fuerte tenderá su mano hacia el débil, y una vez más descubriremos el lado bueno del ser humano.

El dolor allega a las personas, conmueve y agita corazones y conciencias.

Las lágrimas unen y nos hacen cómplices del dolor ajeno.

Lorca pasará y la recordaremos de vez en vez con el manido sabor de las tragedias del ayer. Pero nos servirá esta nueva experiencia para comprobar que en este gran escenario del mundo todos somos actores y ninguno estamos exentos de vivir una experiencia grotesca que remueva los pilares de nuestra existencia.