Mi manual de instrucciones

Cuando adquiero algún artilugio de última generación, no tengo ni la más mínima idea de cómo hacerlo funcionar, me siento limitada a la hora de ponerme frente a él y activarlo.

Es por ello que creo tan útiles los manuales de instrucciones.

Éstos aparecen ante mí enrevesados y escritos en una jerga incomprensible, así que, antes de perder mi valioso y escasísimo tiempo en intentar descifrar lo que aparentemente parece tan claro, yo, mujer oportunista, me voy directamente a los gráficos y busco en ellos la solución a mis incógnitas; a veces una imagen vale más que mil palabras.

Esa es mi manera de comprender el funcionamiento de algo tan aparentemente sencillo como por ejemplo, una cámara fotográfica.

En la vida diaria a más de uno les gustaría tener un manual de instrucciones al cual poder recurrir para saber qué hacer y qué no hacer en determinados momentos y cómo hacerlo. Vivir en este mundo no es fácil, es por ello que quienes tenemos el privilegio de contar con la ayuda de Dios poseemos la virtud de gozar de ese ansiado manual de instrucciones, algo tan cercano al ser humano y al mismo tiempo tan desconocido por él.

La Biblia, ese compendio de libros inspirados por Dios, llega hasta nosotros ataviado en un formato sencillo y de fácil adquisición; al menos en países como el nuestro. En ese santo manual encontramos palabras de aliento, instrucciones para hacer de nuestras vidas, vidas de excelencia.

Encontramos en él la sobrecogedora historia de Dios hecho hombre, palabras de inefable belleza que nos invitan a vivir una vida de fe. Es ese compendio hallamos el retrato de cada uno de nosotros plasmados con la gracia divina en términos que nos describen tal y como somos.

La palabra de Dios nos orienta en nuestras pérdidas, venda nuestras heridas y aplica en cada una de ellas un bálsamo restaurador.

Cada frase escrita en el libro de los libros aporta al lector de fe una enseñanza a poner en práctica, un ramalazo de gracia, una brisa de esperanza.

Encuentro en mí particular travesía por la Biblia un abrazo que me hace sentir especial, una mujer escogida, amada, una sierva útil, pero ante todo, me desnuda el alma para hacerme ver mi condición pecadora y la apremiante necesidad que tengo de ser lavada cada día en la verdad que hace que todo brille con una luz más clara y pura.