Acariciar asperezas

Imitar a Jesús ha de ser una máxima para todos aquellos que afirmamos ser seguidores suyo. Con este firme propósito nos enfrentamos a la vida, una vida en la que la teoría es mucho más alentadora que la práctica.

Mostrar calidez ante una sociedad en la que escasean los emisores de bondades, es tarea peliaguda y desmoralizante.

Cuando insistes en mostrar tu buen hacer y esparcirlo por el pequeño mundo que te rodea, encuentras obstáculos que disfrazados de palabras azotan tu ánimo haciendo mella en él.

No por ello debemos cambiar nuestra forma de enfrentarnos ante esta sociedad, si cabe, deberíamos mostrar más clemencia ante quienes no saben o no quieren reconocer que la bondad, la amabilidad, la cortesía, entre otros, son ingredientes necesarios para una mejor comunión y concordia.

En el recorrido diario y a través de actividades rutinarias encuentras a menudo personas que no comprenden los gestos de amor. Te acercas a ellas y no saben descifrar lo que estás expresando, no conciben que puedas ofrecer algo sin esperar nada a cambio. Ante actos altruistas te responden con rostros sorprendidos y con la idea de que existe algo oculto tras esa muestra de bondad sin interés oculto.

Esa desconfianza hace que te plantees si estás haciendo el ridículo y te están tomando por ingenuo.

Es frecuente que el rechazo inicial nos provoque tal pensamiento, pero admito que con el tiempo, quienes en un principio observaban con reticencia tus actos desinteresados, se convencen de que en realidad existen personas que son capaces de dar sin esperar.

Tu insistencia hará que ese vecino austero, malhumorado, logre devolverte el saludo de buenos días.

Que esa señora anciana a la que en más de una ocasión has querido ayudar a portear la compra, advierta que en realidad tu único interés es favorecerla.

Lograrás, que la doctora insensible que en un mal día te habló tan fríamente sobre lo que le sucedía a un ser querido, recapacite y se disculpe admitiendo su frialdad.

Cuando acaricias las asperezas poco a poco consigues que se suavicen.

Si gota a gota cae a diario tu amor en un rígido corazón, en algún momento esa débil gota llega a horadar el duro material que golpea.

La bondad, cada vez más languidecida, debe ser esparcida por quienes conocemos su poder, quienes amando al autor del amor sabemos que sólo sembrándola podremos recoger frutos.

No es nada sencillo ser bondadoso en un terreno en el que tal acción es fácilmente malinterpretada, pero si estamos vinculados a Cristo tenemos el deber de mostrar las huellas de su bondad y que ellas hablen de Él a través de nosotros.