Acortar distancias

Las flores se esconden tras una fina capa gélida y húmeda, cierro los ojos y ya huele a invierno.

Bien sabido tengo cuán lejos estamos, cuanta hierba ha crecido en el camino tantas veces transitado, plagado en su día por nuestras huellas.

He mirado con ojos nostálgicos el extremo del sendero y conociendo la realidad, admiro sus vértices irreconocibles, aristas lamidas por el tiempo.

Achacosas se convierten las palabras, teñidas de una pereza indisoluble.

Acudo de nuevo a verte, sugiriendo a mis pies que apresuren su búsqueda.

Ando anhelante, y al observar tu casa al final del camino, recuerdo tu risa, llenando mis pasos de urgencia.

Hoy no puedo ocultarme bajo la gris y apelmazada desgana, he descubierto cuánto te echo en falta, asimilando tu existencia a la de unos viejos y cómodos zapatos a los que el tiempo sólo logra acrecentar tu amor por ellos.

Hay quienes esperan. Esperan que el viento amaine para poder salir a pasear y así no despeinarse.

Hay quienes esperan que los demás vengan, que recojan los trastos regados por el suelo y adecenten lo que ellos son incapaces de arreglar.

Esperan besos y abrazos, frases de perdón, comunicados abiertos de solidaridad. Esperan que el cielo deje de emitir lluvia, que todo esté provisto de condiciones óptimas para la partida.

Hay otros que no tiene nada que perder. Se enfundan la ropa de faena y salen al encuentro del necesitado.

Recorren el camino enfangado sin temor a ensuciarse los zapatos. Son personas que han conocido que todo galardón requiere un esfuerzo, que nada se consigue por las buenas y que Dios nos hace aptos a través de las dificultades.

Quiero estar en ese segundo grupo, pertenecer al gremio de luchadores y luchadoras que no esperan que los demás realicen la labor que a ellos les ha sido encomendada.

Deseo fortalecerme a través del sufrimiento y no permitir que los sollozos de hoy sean el detonante de una futura desesperanza. Contrariamente, anhelo que mis ojos sean depurados con lágrimas y así poder ver con claridad lo que a menudo permanece entre brumas, una visión que sólo se adquiere cuando uno es tratado de forma personal en el taller de Dios.