El regreso

Vuelta a la rutina, a la normalidad.

Tras las vacaciones estivales sois muchos los que volvéis al hogar, otros, aún no lo hemos abandonado, y puede que ya no lo hagamos. Retornáis con renovadas fuerzas; o al menos eso es lo que pretendíais cuando os marchasteis, con ganas de comenzar de nuevo, tras una merecida pausa, a retomar asuntos pendientes y verlos con una visión un tanto más calmada.

El sosiego que regala el descanso trae consigo un halo de luz que ilumina aquella grisácea actitud con la cual uno se enfrenta a lo rutinario, a todo lo trillado que simulaba no poder ofrecernos nada nuevo.

Al regresar, hay cosas que se descubren con mucha más ilusión, mientras que en el prolongado desperezo se echan en falta muchos momentos que no volverán hasta dentro de un año; eso si Dios así lo quiere.

El sesteo, los paseos pausados, las puestas de sol sin la omnipresente prisa, el murmullo lejano de los quehaceres mitigado por la música del tiempo calmoso.

Los que volvéis a la rutina, tomaros vuestro tiempo para despertar, no lo hagáis de golpe, sed conscientes de que tanta realidad puede turbaros.

Id acoplándoos de forma muy lenta al entorno, dando pequeños pasitos que os vayan adentrando a la rutina, al igual que hacemos cuando tras un largo paseo por la playa queremos darnos un merecido baño y nos sumergimos lentamente. Es así como se ha de enfrentar la normalidad, si se hace de forma brusca puede que tanta realidad termine por ser demasiado real.

El retorno es más llevadero cuando ponemos interés en vivir de una forma diferente, si hacemos que la rutina no sea monótona, cuando rondamos momentos de placer y los vivimos con gran intensidad, cuando sencillamente aprendemos a mirar cada amanecer con ojos sorprendidos y ofrecemos a Dios palabras agradecidas por el gran regalo inmerecido que es la vida.