Cuando lo material nos sobrevive

Quería comprarlo para un hueco aún sin llenar de su atestado salón-comedor. Deseaba un escritorio de madera noble, no importaba el precio, estaba dispuesta a pagar lo que fuera con tal e adquirir una pieza que le durara toda la vida.

La dependienta miraba su reloj con descaro para hacerle ver a la ensimismada clienta que era hora de cerrar.

Clara advirtió la indirecta y se dirigió hacia el mostrador tras el cual fue atendida con educada seriedad.
- ¿Cuándo podrían llevármelo a casa?

Dijo mientras señalaba su próxima adquisición.

La dependienta echó una ojeada a su agenda y dijo.
- Mañana mismo lo tendría usted en casa.

Un gesto de alegría se vislumbró en el rostro de Clara.
- ¡Estupendo!

Tras completar la factura y pagar el treinta por ciento del valor del mueble, se marchó dejando que la joven dependienta finalmente cerrara.

Ana, llevaba años trabajando en el negocio de su padre, con una ligera ojeada, sabía describir el tipo de usuario que visitaba su tienda.

Percibía quienes eran excesivamente exigentes, quienes no entendían en absoluto de decoración, los que estaban perdidos y aún no habían descubierto que existía el universo Ikea, los curiosos que sólo entraban en para echar un vistazo…

Ella, regentaba una tienda de muebles artesanos, hechos a conciencia, muebles que duran para siempre.

A pesar de gustarle su trabajo, no lograba entender como alguien podía pagar una suma tan elevada de dinero por una silla, una mesa, o un simple buró.

Indiscutiblemente eran piezas únicas, singulares, talladas con exquisitez, pero al fin y al cabo eran sólo útiles de madera.

Lo que más le sorprendía a Ana eran comentarios como el de la parsimoniosa clienta que acababa de marcharse: “Deseo que además de funcional sea un mueble para toda la vida”

Qué triste saber que esos objetos inertes puedan perdurarnos, pensaba Ana. Que su existencia sea aún más prolongada que la de sus propietarios.

Que desconsolador es reconocer que cierto enseres perdurarán y que después de dejar de existir quedarán como referente de quienes fuimos.

La simpleza no formaba parte en la estructura mental de la joven dependienta, por eso, cada vez que alguien abandonaba su tienda colmado de satisfacción por haber adquirido algo exclusivo, ella sabía que se llevaba mucho más que un mueble, adquiría un ejemplar que acabaría siendo espectador silencioso del paso del tiempo, de el transcurrir lento y sutil de la vida que discretamente acaba por ser extinta. Un objeto que sobrevivirá, casi con toda seguridad, al comprador alegre que lo adquiría.