Tenemos lo que pedimos

Un elenco de espectadores cada vez más proclives al morbo y la precariedad, exigen ser saturados de escándalo y miserias, quizá para colorear así sus opacas vidas.

Hace siete años tomé la decisión de compartir mi vida con el compañero perfecto, el hombre de mis sueños. Juntos decidimos como iba a ser el hogar que diera cobijo a nuestra común historia, por ello, ambos estimamos vivir sin la omnipresente televisión.

Al principio esa decisión fue tachada de radical, de absurda y hay quienes incluso llegaron a especular que “la religión evangélica prohíbe la tele”.

Nunca nos han importado dichos comentarios, fue una decisión como otra y no tenía, ni tiene mayor relevancia. Transcurridos estos siete años nuestro balance es positivo, admito; ya que tengo oportunidad de hacerlo, que en ningún momento he echado de menos tener televisor en casa.

Hablo de ello con quienes me preguntan qué hago en mis horas libres, ésos momentos en los que no tienes nada que hacer y te apetece sentarte en el sofá dejándote llevar por lo que te ofrecen. No voy a enumerar las muchas cosas que se pueden hacer, sólo diré que prueben a apagar el aparato de televisión e intenten hacer otra cosa, les aseguro que encontrarán nuevas maneras de pasar el tiempo.

No estoy en absoluto en contra del uso de la televisión, lo que sí me parece ilógico es escuchar tanta queja por lo que se emite y ser incapaces de seleccionar algo mejor.

Oigo, mientras espero mi turno en la frutería, el descontento de quienes ven con desaprobación cierto tipo de programa que hace que el ser humano parezca carecer de escrúpulos. También criticaban cierto programa, desconozco cuál, que reflejaba un alto contenido violento y que iba destinado a una audiencia joven.

Todos se hacían eco de que la mayoría de los programas que emiten son basura, pero ahí están, sentados cómodamente tragándose dosis de sinsentido e irracionalidad.

Pienso que aún existen personas que saben disfrutar de la televisión, que son selectivas a la hora de elegir lo que desean ver. Sé que hay mucha gente que utiliza la televisión de manera inteligente, personas a las que les molesta ser llamados audiencia.

Me entristece el gran número de espectadores a los que les gusta lo que ven, se creen lo que ven y piensan que todo lo que se les da es bueno. La televisión se distancia cada vez más de lo pedagógico para ataviarse de chabacanería y vulgaridad, y aunque existen pocos, escasísimos programas que generan información acertada, abundan los que, aún sin conocerlos, sólo por sus nombres me resultan sórdidos.

Lo patético es que tenemos la habilidad, incluyámonos todos, de creer que la información que se recibe dotada de imágenes y mensajes irrelevantes no son perjudiciales, cuando cada día, en esta sociedad moderna se confina el cuidado de muchos niños a la pantalla del televisor, creyendo que se les está aleccionando. No nos engañemos, la televisión de hoy resta mucho de ser educativa, lo que realmente educa es pasar tiempo con nuestros hijos.