Descansar en el Padre

No eres mujer dada a detallar miserias, y sé que tampoco era eso lo que deseabas hacer, pero había tanto que decir, tantas cosas que dejar fluir, que al cabo de unos minutos supe por qué estaba sentada en aquel sofá oyendo tu historia.

Entre las muchas cosas que pudimos sacar de dentro, tú dijiste algo que me ha hecho pensar, expresaste con confianza la apremiante necesidad que tenías de descansar en Dios, sólo así las sombras podrían disiparse.

Descansar. Reposar, verter nuestras cargas y dejar que Él soberanamente opere.

Quién diría que descansar cansa tanto. Al abandonarnos en los brazos del Padre debemos antes concebir quien es ese poderoso ser que nos sostiene. Sólo conociendo su esencia podemos dejar con seguridad nuestra cabeza apoyada en su hombro.

Dios nos alienta, nos invita a que depositemos nuestras pesadas cargas a sus pies, Él se encargará de obrar. Aún así (siempre existe un pero) admito que la teoría y la práctica se distancian mucho.

Estamos acostumbrados a esta sociedad coronada por la inmediatez, una sociedad donde la palabra espera resulta extremadamente compleja. Caminamos con premura deseosos de tenerlo todo bajo control . Cuando la vida nos sacude y frena nuestro inusitado impulso por correr, nos topamos con un desalentador muro llamado pausa. Depositar la confianza en Dios no nos asegura que las cosas se vayan a solucionar de inmediato, ni tan siquiera a corto plazo, sólo nos conduce a un estado de intimidad con Él, un período de fe verdadera.

Querida amiga, sé que tus palabras aquella mañana no resultaron vacuas, estaban predestinadas a ser el tema de oración por el que llevo intercediendo toda la semana.

Dios se manifiesta de forma extraordinaria. A veces un silbo apacible nos despierta del letargo absurdo en el que nos sumergimos.

No olvides, que Él está en la barca, parece dormido, pero vigila, poniendo a prueba esa fe de la que muchas veces alardeamos y que tan necesaria nos resulta en los malos tiempos.