Los cuidados de Dios

Quienes tenemos hijos mostramos hacia ellos un amor un tanto meloso; los niños se prestan a este tipo de cariño, una forma muy diferente a ese otro afecto que demostramos hacia los adultos con quienes quizá no seamos tan profusos, tan tiernos.

Todos somos hijos, y por lo tanto, en mayor o menor medida, salvo casos excepcionales, somos o hemos sido mimados por nuestros padres.

Los cuidados de Dios para con sus hijos pulverizan todo tipo de amor conocido, es algo tan inefable que precisa de mucha reflexión para llegar a comprenderlo en mínima manera.

Un amor que se desborda y que llega a su momento culminante cuando Jesús muere en la cruz y nos regala la salvación.

El apóstol Pablo nos invita a ser imitadores de él, cómo él lo es de Cristo, con éstas palabras instala en nuestro mente una tarea de dificultosa ejecución, nos anima a imitar al autor del amor.

Nos acercamos a Jesús creyendo conocer su esencia, suponiendo que después de años de estrecha relación lo conocemos sobradamente.

Dios sigue siendo nuevo hoy.

Piensas que tras una larga travesía junto a él ya sabes sobradamente su forma de proceder, ésa manera tan inconfundible con las cuales se allega a ti ofreciéndote consuelo, protección.

Él tiene la virtud de sorprender, romper expectativas y conseguir que su amor; vuelvo a calificar de inefable, se extienda con un sorprendente potencial que estremece.

Ser mimada por Dios me hace sentir especial, única. Subleva los temores y camufla todo ápice e inseguridad. Al acercarme a Él, deseosa de tener un nuevo encuentro, descubro cual atónita chiquilla, que su amor hacia mi persona es matemáticamente perfecto.

Él sabe como amar y sabe muy bien cómo hacer que sus hijos nos sintamos amados, seguros, arropados bajo la sombra de sus alas.