Dejando atrás el pasado

Sonaba en la radio un viejo tema de Leonard Cohen, una nostálgica canción que le devolvía briznas de un amor perdido.

Sabía que deambulando por los rincones de su corazón sólo lograría arruinar esa nueva jornada, aún así, siguió apoltronada en el sofá tarareando los sones de aquella canción: Oh so long, Marianne, it´s time that we began ...

No es la primera vez que dejándose arrastrar por el pasado pierde la conciencia del ahora y se funde en la tristeza. La nostalgia la irá cubriendo poco a poco hasta que descubra que ya es demasiado tarde para poner freno, entonces, con el ánimo hecho agua, tentará a la suerte para ser vencida por reseñas de antaño. Luego, deshilvanará el saco donde almacena imágenes, voces; básicamente la voz de aquel hombre que se marchó demasiado pronto.

Vuelve a hacerse las mismas preguntas, vuelve a aferrarse al: “Si yo hubiera sabido…” Concibe que la muerte no tenga retroceso, que cada ser tiene su fin y que ante ello nada se puede hacer.

Aún sabiéndolo, se repite una y otra vez, como si fuese una lección aprendida, que podría haber evitado tan trágico final.

Después de largas horas de tortura y la cabeza llena de preguntas sin respuestas, reconoce con limitada lucidez que no ha sido buena idea tomar ese tren de vuelta. Para serenarse revive aquel pasaje que un día leyó y que tanto bien le haría si pudiera ponerlo en práctica. Recuerda a la mujer Lot, esa curiosa mujer que mira desde la lejanía como arde la ciudad, y desobedientemente parece añorar con nostalgia parte de lo allí vivido. Tras ese acto de inobediencia queda convertida en estatua de sal.

Ella no desea acabar así, sabe que sus lágrimas ya han sido enjugadas y que por ello, no ha de refugiarse en el doliente pasado.

Le está permitido evocarlo con ternura, pero no caer de bruces ante él y dejar que disipe el presente tiñéndolo todo de un color plomizo.

No quiere que su salado pesar la convierta en una estatua dejando que la vida pase atrevidamente sobre ella, sin permitirle ser partícipe de todo lo existente.

Mira con turbación la soga que se ciñe en su garganta y ansiando omitir las notas de aquella canción retorna al presente rechazando los sones pasados. Sonríe, sabe que sólo así se disipan los lamentos. Cierra los ojos y repite en voz alta “Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome hacia lo que está delante”.

Ése sí es un buen principio para doblegar el desánimo, un sabio consejo que aplicar diariamente para lograr sobrevivir a los muertos.