Cuando la tierra se mueve

Innumerables muerto, miles de damnificados, dolor, mucho dolor.

Las imágenes emitidas a mansalva por los medios de comunicación inundan las pupilas de quienes, ávidos de compasión, desean sentirse azotados por ese cúmulo de instantáneas donde se plasma un inefable desgarro.

Haití es actualidad, tan de actualidad como en su día lo fue Sri Lanka. Pero pronto se nos olvidará este suceso que hoy nos conmociona, quedará archivado en nuestra memoria desmemoriada para darle un pronto olvido.

¿Estaremos insensibilizándonos ante el dolor ajeno?

Curtidos por la desmesura puede que la ficción, lo grotesco, lo ruin, se esté filtrando con tanta sutileza que nos deja más insensibles hacia lo real, lo cotidiano, lo auténtico.

Nada se sabía de Puerto Príncipe, y sin embargo ahora todos pasamos un poco de tiempo allí. Vemos el sufrimiento expresado en los rostros maltrechos de sus habitantes, vemos horrorizados el temor que acecha en forma de enfermedad, de hambre. A perro flaco, todo se vuelven pulgas.

Nos conmueven los datos escalofriantes del continuo recuento de cadáveres. Y aunque parece que las catástrofes nos unen, en cierta manera todos nos sentimos aliviados por vivir alejados de ellas.

Me niego a ser espectadora pasiva de esa cabalgata de imágenes que expuestas en los medios de comunicación a veces pretenden concienciarnos de la necesidad de otros y que lo único que consiguen es una morbosa saturación. Quiero solidarizarme de la única forma que puedo. Cerrando ojos, hincando rodillas, rogando al Padre que se encargue de paliar el dolor.

Puedo hacer donativos, puedo hablar a diestra y siniestra de lo mal que lo están pasando nuestros semejantes allá lejos, pero como no tengo otra herramienta salvo la compasión, utilizo el canal de la plegaria para pedir a quien sí puede, que obre de la forma más conveniente.

El periódico de días pasados me mostró una imagen de esperanza en este caos en el que se ha convertido Haití. Un bombero porta en sus brazos a un bebé. Se lo entrega a su madre y a pesar de la gris tonalidad del periódico, veo el brillo de esperanza y alegría en los ojos de ese niño. Veo reflejado la ingenuidad de todos los niños de este mundo que aún en las situaciones más precarias siguen aportando ese halo de luz a una tierra en penumbras.