Matemáticas de la vida

Aprender es vital para poder crecer. Cuando uno deja de ejercitarse, el cerebro se entumece, se aquieta, cae dormido en un lecho de cosas ya sabidas

Cada día es un buen momento para aprender algo nuevo, algo que nos haga sentir vivos, capaces.

Las matemáticas siempre han sido esa asignatura rancia que se me atragantaba cada trimestre. Nunca logré aprobar con más de un cinco, y la verdad, eso me bastaba para salir airosa.

Los números y yo no nos llevamos muy bien. Monomios polinomios, ecuaciones de distintos grados… ¿y todo eso, para qué?

A lo largo de la vida me he dado cuenta de que los números están muy presentes en las actividades diarias, tanto es así que hoy me han regalado la oportunidad de aprender de ellos una sencilla lección.

1/ Sumar razones por las que sonreír. Agruparlas y expandirlas en otros, para así conseguir risas a raudales.

2/ Restar el egoísmo que a menudo se asienta junto a mi y me invita a ser más individualista.

3/ Multiplicar mis ganas por hacer el bien y así verter en los demás optimismo, ilusión, esperanza, apoyo.

4/ Dividir el dolor para que éste no forme parte de la vida diaria. Conseguir que quienes me rodean, ese círculo de seres a quienes amo, conozcan al dador de la vida, mitigador del sufrimiento, hacedor de proezas.

5/ Inventar una operación de sumas y restas, multiplicaciones y divisiones que logren hacerme crecer y ser más excelente a los ojos de Dios.

Las matemáticas pueden ser una prefecta herramienta del alma si conseguimos hacer uso correcto de sus aplicaciones. Aprender a razonar con ellas y sacar el mínimo común múltiplo en las cosas rutinarias para llevar al máximo común divisor todo lo nimio que nos hace menos viable el camino cotidiano.

A veces es bueno restar para poder sumar, quitar lo superfluo, el hollín que impide ver el brillo de lo auténtico. Cuando nos desprendemos de cuanto nos sobra evidenciamos que somos más ligeros, sumamos pequeñas victorias que nos ayudan a dividir derrotas.