Lo que soy. Lo que valgo

Cuando alejo de mí los rancios sonidos, los quejumbrosos sones y acerco los oídos de mi alma a los labios del mejor consejero, compruebo la certeza de que puedo llegar a ser lo que anhele siempre que siga los preceptos que Él me manda.

Sin embargo, no siempre las voces están dentro de mí cabeza, a menudo vienen de fuera, deseosas por proferir frases que posean la sagacidad precisa para fulminar algún que otro deseo o sueño.

Esa mañana la desmotivación se atavió de antigua compañera de pupitre escolar.

Estaba ahí, frente a mí, con su flamante presente, enarbolando éxitos, creciendo de una forma vertiginosa. Tomó la decisión de estudiar empresariales mientras yo deambulaba entre el arte y el vagueo. La vida le había sonreído y se lo merecía.

Al hablar de sí misma sus palabras se mecían entre una autoestima deslumbrante y una capacidad asombrosa de eclipsar a los demás.

Atendí a su discurso durante larguísimos minutos, no me atreví a interrumpirla, pues ella se deleitaba mostrándome su amplísimo curriculum vitae. Le permití que me hablara, que expusiera sus credenciales, que se regodeara mostrando su exitosa vida pulida, brillante…

Cuando concluyó su oratoria basada en triunfos, reparó en mí. Se dio cuenta de que yo estaba allí.

Bajo victoriosa de su nube y mirándome lanzó la pregunta. ¿Y a ti que tal te va?, ¿Qué has hecho?

Podría haberle hablado de lo feliz que soy. Detallarle con alborozo que tengo todo lo que quiero. Que me sobran sueños, y que almaceno ganas por crecer y ver al menos algunos de ellos cumplido; por no citarle los muchos que ya se han hecho realidad.

Podría haberle hablado de que poseo al único Dios capaz de dar la felicidad completa. Podría… Aún así, sólo pude mirar a mi hija; presencia que ella no había advertido, y decirle con el corazón henchido: Yo, he formado una familia.

Por la forma en la que me miró pude captar que para ella yo no era más que una de las muchas amas de casa resignadas a vivir un presente entre labores del hogar y cuidado de hijos. En mis palabras fue incapaz de interpretar el gozo inefable de alguien que no cambia lo que tiene por nada. Alguien para quién una vida exitosa es sinónimo de un vivir diariamente en paz consigo misma. Alguien que sabe que las posesiones sólo son tristes travesaños que te encarcelan y limitan.

Al despedirse, vi en ella la imagen de una mujer acorde con esta sociedad. Un ser al que sólo le interesa lo prestigioso, lo acreditado.

Puedo deciros que no sé si tenía familia, no mencionó nada de ello en su breve pero bien puntualizado resumen de vida.

En aquella mañana disfruté mucho más del paseo gracias a aquella aparición, quizá porque en mi fuero interno percibí con total claridad el significado de lo que es tener calidad de vida.