El camino hacia la felicidad

Cuando consigues alcanzar ese estado de bonanza, de sosiego, ese momento aparentemente mágico en el que comprendes que por fin has encontrado lo que se denomina “felicidad”, en ese preciso instante deseas compartir con otros las pautas para obtener lo que posees.

Algunos interesados te preguntan la razón de tu ilógica placidez, pues no asimilan que alguien con carencias económicas, con pocas virtudes visibles, con una aparente vida fútil pueda gozar de ese estado tan deseado. Cuando entras en ámbitos espirituales y atribuyes a Dios tal regalo, el interesado interlocutor hace un mohín de desconcierto, y virando la conversación, opta por dirigir el dialogo hacia otros derroteros.

Dios no parece ser muy interesante.

Si por lo contrario a esa misma pregunta contestas con una hilvanada descripción de disciplinas mentales, yoga, meditación trascendental, sazonando todo ello con toques de misticismo oriental, todo parece totalmente creíble y tan seductor que el interesado se siente motivado a la práctica de dichas disciplinas, para poder así, conseguir ese estado de paz y serenidad.

Aunque desgraciadamente Dios no parece lo suficientemente interesante, es el único canal mediante el cual sentirse realmente gozoso. Dios creador y por consiguiente conocedor del ser humano, es quien dota a éste de la porción precisa de la más absoluta paz, y aunque ese sosiego interior, ese solaz sea en determinadas ocasiones un visto y no visto, la capacidad para poder apreciarlo en los eventos más insignificantes es él quien únicamente la puede proporcionar.

Puede que Dios no esté de moda, por lo tanto debemos estar tranquilos, tampoco pasa de moda.