¿Crisis?, ¿qué crisis?

Por aquel entonces los discos aún eran de vinilo, lucían ese formato cuadrado en el que la portada era uno de los mejores reclamos para su venta.

Nunca me gustó Supertramp, sin embargo, ¡qué acertada me pareció aquella portada!, sencilla, sin muchas pretensiones pero con un mensaje bastante claro.

Estamos en tiempos de crisis. La economía no va bien, el paro aumenta por momentos, las empresas cierran dando a más de una familia con las puertas en las narices.

Este trance nos afecta más o menos a todos, pero algunos no parecen ser conscientes de ello.

Llegan las fiestas navideñas y nadie quiere prescindir de lo que se ha convertido en una prioridad. La crisis queda obnubilada y se presta una desmedida atención al llamado luminoso de la propaganda navideña. ¡Compre, consuma, gaste, sea feliz, ya lo pagará en el 2009!

Así, muchas familias arropadas por este sutil señuelo se embargan hasta las cejas para vivir unos días de festejos.

Hipnotizados por el tintineo musical de anuncios y villancicos, se montan en el tren del consumismo sin ver las consecuencias de un derroche innecesario e imprudente.

Cada año reivindico la Navidad como una fecha en la que ha de primar el sosiego, la remembranza, la sencillez. Este año mi reivindicación sigue siendo la misma. Recordar a un Jesús niño, nacido de la forma más humilde, coronándonos de vida, regalándonos la promesa de una existencia mucho más allá de lo terrenal.

Desgraciadamente merma el deseo por conseguir vivir en armonía con el prójimo y sigue creciendo la arrogante pretensión de ser mejor, de tener más, vivir cada cual a lo suyo y mirar por encima del hombro a quien se cruza en el camino.

Derrochar al máximo, vivir por encima de las posibilidades, fingir tener una autonomía que es el mero reflejo de un espíritu empobrecido que se deja seducir por musiquillas diversas.

Y así, muchos, hipnotizados por cantos de sirenas siguen preguntándose: ¿Crisis?, ¿qué Crisis?

Hay crisis, pero no sólo en los bolsillos, también la hay en el corazón.