Oidores silenciosos

No por ser repetida carece de sentido, al contrario, cada vez que la emito me gozo sabiendo que Dios se detiene a escuchar la voz de mis súplicas, que atiende al llamado de mi corazón.

Cada cual trasmite su música, su retahíla de sonidos más o menos agradables. Sentirnos oídos es cada vez más complicado, pues son menos quienes se ofrecen a percibir palabras provenientes de labios que no sean los propios.

Hace días encontré a una antigua compañera de instituto, hacía muchos años que no tenía contacto con ella, fue una sorpresa encontrármela. Después de hacer las preguntas de rigor, ese ritual de compartir información sobre nuestra vida actual, ella comenzó a despojarse de una pesada carga de angustia, vertiendo sobre mí palabras plagadas de un profundo dolor.

La escuché sobrecogida, incapaz de interrumpir su densa descripción de contrariedades. Después de relatar resumidamente su historia, respiró hondo y preguntó:
- Bueno Yolanda, ¿y tú qué tal?

Sabía que lo menos interesante en aquel momento era hablar de mí, lo más conveniente y acertado era hacer caso omiso a las prisas y centrarme en ella, poner toda mi atención en sus palabras y dejar que compartiera su tristeza.

Así lo hice y ella, habló, habló, hablo… depositando en mis hombros parte de su pesada valija compuesta de amargura y desazón.

Tras despedirnos, dejé en sus manos mi número de teléfono y en su corazón la certeza de que podía contar conmigo.

Ese fugaz encuentro me llevó a la reflexión de la que hoy os hago cómplices, la evidente necesidad que todos tenemos de ser oídos.

Cada día hay menos personas dispuestas a escuchar y mucha más con necesidad de comunicar algo.

Al igual que cuando en mis oraciones agradezco a nuestro buen Dios su atención para conmigo, deseo que sean muchos los que puedan contar con mi ayuda, ser receptora de lo que otros tan ansiosamente desean comunicar y poseer el talante necesario para permanecer callada cuando no tenga nada que decir o cuando simplemente es más prudente guardar silencio.

“El amigo que está en silencio con nosotros, en un momento de angustia o incertidumbre, que puede compartir nuestro pesar y desconsuelo... y enfrentar con nosotros la realidad de nuestra impotencia, ése es el amigo que realmente nos quiere.” HENRI NOUWEN