Se busca la iglesia perfecta

Integrantes dispuestos a doblegar sus deseos y ser constantes en el servicio que se les demanda. Prestos a ayudar al prójimo, cómplices con el hermano, capaz de guardar un secreto con honestidad, leales en la batalla por predicar el evangelio.

Se busca la iglesia perfecta. Una congregación ministrada por siervos o siervas de honorable conducta, dispuestos a velar de forma incansable por las vidas de cada una de sus ovejas.

Una iglesia rebosante de júbilo, llena del espíritu, repleta de dones que se derramen por doquier, plagada de hermanos gozosos en las tribulaciones, trabajadores hacendosos y sin ápice de pereza.

Si encuentran una iglesia con todas estas características, por favor compártanlo puede que sea la iglesia que todos estamos buscando.

La realidad es otra. Mi iglesia no es perfecta, dista mucho de serlo, sin embargo, es la iglesia en la cual deseo servir. No es perfecta porque está constituida por seres imperfectos, personas que sobradas de problemas hemos llegado a los pies de Jesús portando nuestra pesada carga. Está compuesta por hermanos muy disparejos: Figuran los que asisten cada domingo como si hicieran su semanal visita al club social. Están los que a la salida de un culto cuentan con pelos y señales el atuendo de aquel o como se peina ese otro.

Gracias a Dios también la componen aquellos que realizan servicios que no son del todo agradables pero que los ejecutan de forma callada sin dar demasiada importancia a lo que hacen. Otros que reman contracorriente luchando por sacar a flote lo que constantemente el enemigo intenta derrumbar, hermanos que humildemente se preparan para poder transmitir lo que Dios les otorga.

Existen los “hermanos critica” y los “hermanos gracia”, para los primeros todo es cuestionable, mientras que los segundo agradecen a Dios pertenecer a un pueblo donde hay mucho trabajo que hacer, unos se cruzan de brazos y se dedican a poner faltas, otros se arremangan y se disponen a trabajar.

Mi iglesia no es perfecta, no lo será nunca, pero es el lugar donde a diario encuentro hermanos que entienden mi dolor, que sin requerirlo ofrendan las palabras de aliento que mi vida necesita, personas que comparten mi misma devoción, seres que forman parte de mi familia y aunque, me gusten más o menos, amo con el amor de Dios.