El mejor espejo, un ojo amigo

Pienso que nunca me escuchas, que andas despistada sin prestarme atención, tantas veces te he llamado por ese nombre y tú nunca respondiste. Ahora, quieres que así te llame, que olvide las conocidas letras de tu identidad para ocultarlas tras un nuevo nombre.

Tú nunca serás reina porque nadie lo creerá, mirarán la pobreza de tu vestido Y pensarán que la niña de sal se está volviendo loca.

Sin reparos estropearán tus sueños, dejarán en el aire sus irónicas risas provocándote un insondable dolor.

Vendrás llorando, pidiendo que te cuente la historia de las flores, me sentiré culpable por haberte enseñado a volar. Entonces, tiernamente te abrigaré con mis relatos, con cariño susurraré canciones para que no olvides que tú siempre serás mi reina, mi pequeña reina sin palacio, sin corona. Mi reina, mi pequeña reina.

La percepción que tenemos de nosotros mismos y la percepción que tienen otros de nuestra persona son en ocasiones opuestas entre sí.

Cuando diariamente somos castigados por los azotes de quienes intentan vendernos un producto de perfección irreal, llegamos a creernos las múltiples mentiras que sigilosamente nos insuflan, aquello que tan ociosamente nos predican. Ante ello, la cautela es importante, al igual que la sensatez a la hora de calibrar lo que oímos y vemos.

Ser conscientes de que ésta sociedad tan dada a la superficialidad intenta que nos veamos desde un punto de vista distorsionado, observándonos como objetos que necesitan apremiantes reparos.

La perfección física esclaviza, coarta la libertad de ser exclusivos, diferentes, cada cual con sus virtudes y defectos. Lo realmente hermoso de ser únicos es que con ello demostramos la creatividad de Dios a la hora de obrar el milagro de la vida. ¿Por qué pretender alcanzar algo que mustia nuestra identidad? ¿Por qué intentar parecernos a lo que todos se quieren parecer?

Me gusta cuando el apóstol Pablo menciona aquello de no tener más alto concepto de lo que uno es, sino que se ha de pensar con cordura.

Pensar con cordura conlleva calibrar lo que somos de una forma objetiva, y al igual que tener un desmesurado concepto no es razonable, el poseer una impresión deformada es igualmente erróneo.

Al mirar a nuestra alrededor vemos esos seres especiales que nos rodean, personas que muestran amor, una cordialidad nada fingida que brota con sencillez demostrándonos lo importante que somos.

Un buen amigo es el mejor reflejo de nosotros mismos. Ellos nos corrigen, exhortan, animan, nos muestran su lado más sensible sin miedo a parecer débiles. Con ellos nos atrevemos a ser nosotros mismos sin reparar en que podemos ser juzgados. Ellos son el espejo más sincero donde podernos mirar.