El faro de tu mirada

Tropiezo, caigo.
Soy inquieta mujer que desea con ansías hallar ese remanso de paz prometido.

Tropiezo, caigo.
Soporto muy a pesar mío la larga espera, una espera a la que me someto con impaciencia y descontento.

Son muchas las veces en las que a oscuras intento alcanzar mi objetivo, rastreo el camino, olisqueando cual perdido animalillo un sendero que me conduzca a un lugar de delicados pastos, pero, torpemente arremeto contra castillos que ilusamente he fabricado en el aire.

Cuando cansada por mis inagotables esfuerzos alzo la mirada, te encuentro ahí, cercano, portando la luz que me indica cual es el camino a seguir.

Avergonzada comprendo la inutilidad de mis muchos bríos, mi necedad al querer abrazar proyectos que no están iluminados por ti.

Hoy, al intentar de nuevo sondear lo que no debe ser revelado, me aquieta la incertidumbre, la desazón por estar frustrando los planes que tenías para mí. Grande es el desosiego que me invade cuando no camino en la dirección marcada .Después de muchos años en tu senda, aún he de detenerme y buscar tu mirada, ese faro que me indique donde he dirigir mi vida para no naufragar.

Son muchas las luces que este mundo nos ofrece, fuegos de artificio que duran lo que dura una fugaz despedida. Hemos de ser cautos y no dejarnos seducir por colores brillantes, por estrellas efímeras que hoy están y mañana no.

La luz de Dios es una luz que descubre la verdad, quita el velo a lo escondido y nos ofrece una claridad sorprendente, un halo de luminosidad que nos desnuda y enseña la realidad de nuestra condición humana.

Detente hoy y mírale, Él está cercano al que le busca, deseoso de mostrar su luz al que anda en oscuridad.