Bella

La desgana se disipa en cuanto acarician mis manos la calidez de una humeante taza de café, siempre presta a regalarme un delicioso sabor de buenos días.

En el tiempo que transcurre mientras ingiero tan gratificante bebida, me dedico a ordenar mentalmente las actividades de la nueva jornada, tareas que me aguardan y a las que he de presentarme con la mejor de mis aptitudes, acto seguido, pongo en las manos de Dios la trayectoria del nuevo día, le doy plena autoridad para que haga y deshaga según su criterio.

Me doy cuenta del gran privilegio que es poder contar con Dios en mis ocupaciones diarias, en esa infinidad de labores que cada día realizo y ante las cuales me siento perdida si no es Él quien las dirige.

La vida está plagada de sorprendentes momentos, instantes únicos a los que hemos de prestar una atención especial, porque, lo que hoy está, puede que mañana sea extinto.

El ayer forma parte del pasado, no podemos retocarlo, tan sólo aprender de lo bueno y lo malo que nos haya acontecido. El mañana, es futuro, y por lo tanto pertenece a un espacio desconocido al que el ser humano no tiene acceso.

El desconocimiento del futuro nos hace frágiles y fuertes a la vez, esa ignorancia debiera posicionarnos a un nivel en el que visualizar la existencia desde un prisma más sencillo, más presto a disfrutar de ella.

Vivir cada día con la claridad de que puede ser el último y hacerlo con ilusión debiera ser una de nuestras metas.

Son muchas las ocasiones en las que dejamos que el ayer nos sitúe en lugares lúgubres, traemos el pasado hasta el presente y le otorgamos un desmerecido protagonismo. El pasado ya tuvo su momento ahora es tiempo de vivir el presente, el ahora, el hoy. Las experiencias más hermosas de la vida se descubren viviendo, nadie jamás por mucho que lo intente podrá disfrutar de la verdadera esencia de la vida si no se aventura a vivir.

Pasemos página, dejemos a un lado el quejumbroso ayer, asomémonos a la ventana del presente, Dios está deseando sorprendernos.