Dejad a los niños venir a mí

Las noticias escalofriantes que nos vapulean desde los medios hacen presagiar un futuro espinoso para quienes son víctimas de malos tratos recibidos por feroces agresores.

El ser humano abusa de una asumida autoridad y encauza ese poder mediante el camino de la vileza, ejerciendo una maldad desmedida hacia un semejante al que utiliza como objeto donde verter su ira.

Cuando oigo crónicas referentes a maltratos en menores, se me agarra un nudo en la garganta, no comprendo como alguien puede mancillar la vida de un inocente, como se puede desgarrar la existencia de un niño/a atacándolo de forma desmedida.

Es incomprensible que cualquiera en su sano juicio ejerza maldad sobre un ser tan indefenso.

El daño que se le provoca a un niño influye negativamente en el adulto que un día será.

Cuando se desprotege a un menor, se abusa sexualmente de él, cuando se le castiga a diario con un sutil maltrato emocional, se crea en la víctima un carácter depresivo, se está mutilado a un ser al que en un futuro le costará desembarazarse de su pasado.

Pienso en nuestro Jesús dejando que los niños se acercaran a él.

Lo veo disfrutando de la presencia de esos pequeños que desconocían quien era aquel hombre, pero que se presentaban ante él sin temores, abiertos y receptivos.

Él les da un lugar importante, tanto es así, que nos aconseja hacernos como ellos porque de esa manera entraremos en su reino.

Existen niños/as en una sociedad como la nuestra que están siendo conducidos por manos inexpertas no interesadas en aprender. Manos llenas de crueldad que doblegan y dañan.

Pido a Dios por ellos. Pido que los proteja, los guarde de todos los peligros que cada día les acechan, que los tenga acunados bajo la sombra de sus alas.

Mientras tanto, nosotros, los mayores, debemos ofrecerles nuestro afecto, ternura, amparo… Auxiliándonos cuando lo necesiten, teniendo muy presente que ésa es la mejor manera de dejar que ellos se acerquen a Jesús.