Una Navidad sin ti

Yo te ofrezco mi frasco de recuerdos, unas gotas de memoria que hagan despertar una vida en el ayer, un ayer tantas veces relatado por tus labios y que hoy se marchita en el olvido.

Ahora que todo se engalana de luces, de cursi propaganda navideña, quiero hacerte cómplice de historias menos adornadas, días de navidad en los que alrededor de lo auténtico saboreábamos el mágico licor de la compañía, disfrutando de una frugal cena en nochebuena sobrada de cariño.

En aquellos días, la navidad tenía el omnipresente recuerdo del Niño, de ese maravilloso ser que vino a nacer para regalarnos vida. Aromas a canela y matalahúva se expandían por la casa y al son de una maltrecha pandereta se preparaba la masa para los deliciosos pestiños que acabarían ungidos por la miel que endulzaba los momentos fríos de aquellos inviernos.

Las vacaciones escolares permitían que durante largas horas los niños exultantes describiéramos los regalos que tres seres mágicos traerían la noche de reyes, te ilusionabas al pensar que por fin conseguirías esa preciosa muñeca con la que tanto habías soñado.

Y así, sin mucho alboroto pero repletos de felicidad vivíamos esas fiestas, una etapa que tú cabeza hoy ya no recuerda.

Estas remembranzas que rocían mi mente deseo esparcirlas a modo de semillas sobre la tierra, con la única pretensión de que te acuerdes de quienes fuimos en el ayer. Tú eras joven y yo niña; tú mujer cuajada de experiencia, yo niña curiosa con ganas por conocer, pero ambas, sentadas junto a un imaginario belén esperábamos la llegada del Mesías para homenajearlo con la ternura de cada año.

La infancia quedó muy atrás, con sus aromas y sabores, con su ingenuidad y sueños. También quedó atrás el empeño por celebrar una sencilla navidad en familia, Comer y reír, charlar y dejar que las mejillas arreboladas por la calidez del hogar se nos encendieran gozosas.

En este momento, ya lejos en el tiempo y distanciada de aquellos dulces años, te escribo sabiendo que ya no lees, te hablo aunque no me escuches sólo para traerte en este día al niño envuelto en pañales y que al depositarlo en tu falda lo acurruques con tus brazos y le des la bienvenida un año más a nuestras vidas.

Dedicado a todos quienes desean revivir la verdadera esencia de la natividad.