Hoy me ha venido a la mente momentos entrañables de una lejana infancia, pinceladas de recuerdos con un sabor especial. He evocado con deleite los días de antaño en los que el “bocata” formaba parte indispensable en mi vida.
Cuando no estaba en casa y desenvolvía aquel regalo culinario, descubría con entusiasmo como mi madre había puesto todo su cariño en la preparación de aquel manjar, fuera de casa ese era mi patrimonio, lo más cercano al hogar.
Era tu aliado en el tiempo de recreo y lo peor que te podía ocurrir era haber olvidado en casa ese suculento tentempié. Cuando se producía tan trágico olvido, mirabas con envidia los bocadillos de tus compañeros de clase e implorabas con los ojos que alguien se apiadara de ti y compartiera parte del suyo.
Recuerdo un curso en el que conocí a un personajillo un tanto caradura, se llamaba Pedro y jamás llevaba bocadillo pero una vez llegado el tiempo de recreo me buscaba por el patio y suplicaba un poco de mi tesoro plateado. Partía mi pan con cierto dolor, pues era parte de mí lo que se llevaba. Viendo que su demanda era diaria, opté por pedirle a mi madre que agrandara el tamaño de mi bocadillo, convenciéndola de que el que me preparaba no era del todo suficiente.
También recuerdo con nostalgia los bocadillos que preparaba Ana. Esta señora era suegra de mi hermana y tenía viviendo en su casa a 14 personas, Hijos, nietos, nueras, y para colmo nos unimos a esa gran familia mi hermano y yo. Todas las tardes cuando íbamos a casa de Ana para ver a mis sobrinos nos uníamos al ritual de la merienda que consistía en enormes vasos de café para los adultos y cola –cao para los niños, pero tanto unos como otros eran premiados con sabrosos bocadillos de chorizo que hacían las delicias de aquellas inolvidables tardes.
El bocadillo sigue siendo hoy en día el mejor camarada para los viajes, lo preparas en casa y lo comes fuera de ella con el regusto de haberlo elaborado en un lugar tan incomparable. Lo transportas de un sitio para otro y lo saboreas en los lugares más insólitos; a mi parecer los mejores son los de tortilla de patatas que te comes en la playa después de un refrescante Baño.
Son fáciles de preparar, puedes poner entre pan y pan los ingredientes que más te gusten logrando creaciones sencillas o creativos monumentos gastronómicos.
Lo cierto es que al recordar esos bocadillos de mi infancia me veo envuelta en una densa bruma de ausencias, de seres que al igual que Ana han dejado un hueco en mi vida. Observas con la memoria y ves como las cosas más especiales vienen concentradas en formatos muy sencillos. Entre dos rebanadas de pan me ha sobrecogido el ayer mostrándome como el tiempo pasa de una forma demasiado veloz, tan aprisa que no somos consciente de su paso hasta que llegado determinado día miramos hacía atrás y el ayer se divisa lejos.
Bocadillos y recuerdos… Esto me lleva a pensar que la aparente simplicidad de ciertos elementos son las que te otorgan ganas por seguir viviendo. Pequeñas lecciones de abrumadora sencillez que sin pretensiones consiguen arrancarte una placentera sonrisa.
Si quieres comentar o