Cada cual en su lugar

Periodistas, teólogos, pastores y una dulce poetisa componen, entre otros, el equipo de compañeros que cada semana me asombran con su solidez teológica, sus gramaticalmente correctos textos, sus voces impresas que motivan y exhortan, que enseñan y hacen reflexionar.

Desde mis comienzos e intentado por todos los medios ser yo misma, dejar bien claro que pese a no ser una escritora consolidada, disfruto enormemente escribiendo, pues necesito contar vivencias propias o ajenas, sencillas historias que dejen entrever la persona que soy.

Como dije al principio, me esfuerzo a diario por no caer en comparaciones con quienes tan elocuentemente escriben en este mismo espacio, aprendiendo a mostrarme tal cual soy con defectos y virtudes.

Pienso a menudo que quienes hemos decidido seguir a Cristo formamos una gran orquesta, una mezcla de músicos que intentan trasmitir las sinfonías compuestas, exhibirlas con los ritmos adecuados, con los sones correctos.

Cuando Dios, sublime director alza su batuta, todos esperamos ansiosos a que llegue el momento en el cual emitir el sonido que se nos demanda.

Quizá un violín a solas no conmueva tanto como lo puede hacer cuando lo acompaña el cadente sonido de un violonchelo.

El trombón, grave y serio, parecería inseguro sin la compañía de un alegre clarinete. Pero, cuan hermoso es armonizar los sonidos y conseguir que todos concuerden componiendo una obra de gran belleza.

Cada uno de nosotros tiene una función concreta, una misión que cumplir. No hemos de caer en sutiles comparaciones, no debemos permitir que las pequeñas diferencias consigan que nuestra luz no brille. Somos diferentes y esa diferencia nos hace especiales, únicos.

Tañe tu arpa, rasguea tu guitarra, haz sonar el alegre sonido de la flauta, no dejes de emitir tu música. Bate palmas, que resuenen con el eco preciso para hacer que este mundo despierte de su letargo.

Exhibe tu ser cual espléndido instrumento útil en las manos de Dios, no consientas que tu canción quede relegada al silencio, emítela, déjala libre, de seguro Dios la utilizará para alegrar algún desanimado corazón.