Tus ojos en mí

Nunca comprenderé a que se debe tanto derroche de amor, tal despliegue de generosidad hacia alguien que tan a menudo se atavía de impaciencia.

Pero es en el momento en el que alejada de los quehaceres de la vida cuando compruebo como tus ojos me miran y no tengo más remedio que caer de bruces ante el suelo, pidiéndote perdón cual flor ajada ante su propia fragilidad, contemplando asombrada como aún me sigues amando.

La forma en la que miramos dice mucho de la situación en el que nos encontramos. Las miradas son canales de transmisión mediante los cuales podemos comunicar sentimientos o estados de ánimo difícilmente definibles con palabras.

Hay miradas que enternecen, portadoras de una carga de inmensa ternura. Existen miradas altivas, esquivas, perdidas, transparentes, maliciosas...

¿Te has preguntado alguna vez cómo miraría Jesús?

A veces reflexiono sobre el poder de esa mirada, de esa luz que irradiarían sus ojos al observar; por ejemplo, a aquella mujer esclavizada durante años por una cruel enfermedad. Mujer valiente que en un arranque de coraje osó tocar el manto del maestro.

Con cuanta misericordia contemplaría Jesús la desgastada figura de un ser tan lleno de fe.

Sin embargo, qué diferentes serían sus ojos al reparar en Judas.

Sabía que en un ataque de cegadora avaricia éste lo entregaría en manos de quienes acabarían crucificándolo. ¿Miraría entristecido aquella mano que comía de su propio plato? ¿Observaría contrariado un ataque tan perverso? De seguro enarbolaría una mirada que nadie podrá imitar, ojos diferentes a los nuestros, santa mirada que nada tiene que ver con nuestra imperfecta manera de ver a los demás. Mirada sobrada de perdón, sonrientes ojos plagados de amor, ojos de un padre amoroso que por muy mal que lo hagamos siguen dispersando luz, necesaria luz para poder caminar en una tierra plagada de obstáculos.

Sé cómo él me mira; durante toda mi vida he disfrutado de esa mirada sobre mí, lo que realmente me preocupa es lo que ve, pues son muchas las veces en las que yo misma me contemplo y observo todo aquello que necesita urgentes reparaciones, las múltiples manchas que no permiten que mi corazón esté ataviado de la forma más digna. Lucho por acicalar mi vida, por obrar consecuentemente con aquello que a Dios le agrada, deseosa de que cuando pose sus ojos en mí vea como me esfuerzo por parecerme un poco más a él.