Escalera al paraíso

Senegaleses, malíes, subsaharianos. Amplío sector de prójimos pertenecientes al continente Africano han intentado conseguir un sueño, llegar a la península y establecerse en ella, abrigando la ilusión de una vida próspera, de un futuro mejor y algo más digno.

Pese a las muchas adversidades con las que son azotados en el camino, la tenacidad y el coraje; el recuerdo del lugar de donde vienen en el que vivir consiste en una lucha sin fruto, donde las necesidades básicas no están cubiertas y los derechos humanos brillan por su ausencia, hacen que hombres y mujeres huyan despavoridos hacia un quimérico paraíso llamado Europa.

Ante el problema que se vive hoy en ciudades como Ceuta o Melilla, no existe solución inmediata. Por muchos metros que intenten sumar a la valla fronteriza que separa África de España, por mucha repatriación y vigilancia militar que se implante, la desesperación en la que viven hombres y mujeres de países pobres harán que nada ni nadie les coarte el sueño de conseguir una vida más viva, menos injusta.

El hambre ha de doler mucho más que cualquier golpe, es por ello que prefieren sentir el tormentoso dolor físico que provoca la huída, a tener que convivir diariamente con ese mal gusano que les come desde dentro.

Podemos reforzar las defensas para que nadie se nos cuele en este nuestro país, pero seguirá siendo un remiendo que tapa el agujero. La solución se la hemos de llevar a sus lugares de origen, paliar la necesidad de allí para que no tengan que huir.

En estos días son muchos los sueños que se han roto. Con tristeza han de desandar un camino para desembocar en no se sabe donde, portando como únicas señas de identidad un corazón maltrecho, cansado, sin ganas de seguir latiendo. Regresar a una tierra sembrada de miseria, un lugar al que prometían no volver. A algunos, ni tan siquiera se les facilitará esa vuelta, quedarán abandonados en el desierto donde concluirá de forma trágica la aventura que emprendieron meses o años atrás.

De seguro los gobernantes políticos no reclamarán cuerpos; para ellos estos parecen no existir. Sólo madres, padres, esposas, hijos, echarán en falta a aquellos que carentes de aliento perecen en un lugar que nada tiene que ver con el paraíso.

Hoy lloro con el que llora, condoliéndome del desfavorecido, sintiéndome como muchas otras veces un ser privilegiado, demasiado afortunada. Inútil labor la mía, pues ante este problema sólo puedo esgrimir palabras de descontento cubiertas de dolor.

Menos mal que aún me queda la oración, ese puente mediante el cual llego hasta Dios para derramar en su seno todas mis peticiones, rogando por quienes más lo necesitan. Sé que él es juez justo y procederá con justicia.