El escritor católico alemán Heinrich Boll decía en sus Opiniones de un payaso que le aburrían los ateos, porque siempre están hablando de Dios, pero la verdad es que a mí la obra de Bacon me conmueve. Ya que me vuelve a desvelar esa contradicción que está en lo más profundo del ser humano.
El pintor irlandés Francis Bacon (1909-1992) intentó plasmar en sus pinturas la esencia del ser humano, que no era para él otra cosa que una distorsión.
Sus retratos no buscan por eso reflejar los rasgos físicos que podemos encontrar en una imagen fotográfica, sino la realidad espiritual de una humanidad terrible, que nos presenta con un horror tal, que nos asusta por su miseria, decadencia y alienación. Esa visión desesperada pone al descubierto los instintos ocultos del hombre, que muestra como un ser paralítico, neurótico y esquízoide.
Sus personajes aparecen enjaulados como animales, aunque no dejan de ser hombres. Es un mundo de personas que han perdido la cabeza o gritan pidiendo ayuda.
UN PAPA EN CARNE VIVA
Dicen que había miles de reproducciones del retrato de Velázquez del Papa Inocencio X
(1650) en su estudio londinense. Formaban como una especie de alfombra sobre la que el artista pintaba, siempre impecablemente vestido. Y aunque nunca quiso ver el cuadro original que está en Roma, hacía variaciones una y otra vez sobre él. Cinco de ellas las podemos ver en esta exposición. Son
papas gritando, como si fueran arquetipo de un ser humano completamente aislado, que clama en busca de redención.
El Papa de Bacon es alguien sacrílego, condenado a un infierno, en el que sufre una soledad terrible y turbadora. Lo plasma en azules o violetas mórbidos y sombríos. No está hierático o expectante, como en el cuadro de Velázquez, sino trepidando en una silla, con perfiles borrosos, como carne sacudida en una gran violencia física y psíquica. Su boca abierta grita, bosteza o se ríe en carcajadas siniestras. Este pontífice que agoniza como en una silla eléctrica, lo llega a pintar hasta sentado delante de un buey despedazado o metamorfoseado en un babuino.
EL HORROR DE LA CRUZ
Bacon nació en Dublín en 1909, pero sus padres eran en realidad ingleses, por lo que siempre hay una confusión en torno a su nacionalidad, que a veces aparece como irlandesa, otras como británica.
Educado como protestante en la católica Irlanda, su padre era un militar que se dedicaba a entrenar caballos de carreras hasta que se trasladan a Londres cuando Francis tenía 15 o 16 años.
Desde muy pronto se dió cuenta que “no creía absolutamente en nada, nada religioso” se entiende. Pero desde que era joven, las obras de arte que más le interesan son sin embargo de origen y temática religiosa. Ya que para él eran imágenes muy poderosas, que le afectan profundamente.
En 1933 hace la primera de una larga serie de imágenes de la Crucifixión. La verdad es que pocos han mostrado la cruz con la violencia y brutalidad que lo hace Bacon. La exposición arranca con
Tres estudios para figuras de una Crucifixión del 44. Sus crucificados son un amasijo de carne humana ensangrentada, colgados en cruces en forma de T.
El retorcimiento y dramatismo de estas figuras, ha hecho pensar a muchos en el Guernica de Picasso, pero reflejan la fragilidad de la naturaleza humana.
SOLO Y DESESPERADO
En sus autorretratos y fotografías se ve siempre a Bacon con un tremendo aire de perplejidad. Sus entrevistas suelen estar llenas de declaraciones contradictorias y ambivalentes.
La muerte le sorprendió en Madrid en 1992, donde mantenía una relación homosexual. En una entrevista con Juan Cruz para El País Semanal, Bacon declara un año antes, que para él ya “todo es absurdo”. Su pesimismo y desolación hacen de su arte algo devastador. Estaba tan convencido de que el ser humano está abandonado a sí mismo, que le representa siempre como alguien solo y desesperado. En sus terrores aparece como una figura que grita con dolor y desgarro en un espacio cerrado.
“Ahora el hombre se da cuenta que es un accidente, un ser completamente fútil”, dice Bacon. Por lo que la vida es un “juego irracional”. Sus relaciones masoquistas, alcoholismo y caos vital, le hacen vivir con un permanente sentido de culpa, que le lleva a continuos cambios de residencia. Intenta por eso desembocar toda su energía creadora en el arte, para sobreponerse a los demonios internos, que le hacen vivir atormentado, experimentando el golpe del suicidio y la muerte de sus seres más queridos. Intentaba consolarse pensando que “todo es un accidente”, pero se lamentaba de que “no te puedes preparar para la muerte, porque no es nada”.
LA GRACIA ES OLVIDARSE
La obra de Bacon, en vez de escandalizarnos, debería producirnos una tremenda compasión. Su grito es el clamor de una humanidad perdida, que con Bertrand Russell confiesa: “El centro de mí es siempre y eternamente un extraño dolor salvaje, una búsqueda de algo situado más allá de lo que el mundo contiene, algo transfigurado e infinito”.
Todos podemos identificarnos con la desesperanza de Bacon, porque no hay nadie que no haya vivido
“sin esperanza y sin Dios en el mundo” (
Efesios 2:12).
Todos hemos fracasado (Romanos 3:10-12). El hombre está por eso espiritualmente muerto y moralmente corrompido. Es incapaz de salvarse a si mismo. Estamos perdidos. Pero la buena noticia es que podemos ser liberados de esa esclavitud que la Biblia llama pecado. Gracias a Dios, podemos ser rescatados de nuestra miseria por la obra de Cristo Jesús.
Los que éramos enemigos de Dios, podemos ser ahora sus amigos por la muerte de su Hijo (
Ro. 5:10). Y si
“la paga del pecado es muerte, el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (
Ro. 6:23). ¿Aceptaremos su regalo?
“Odiarse es más fácil de lo que se cree”, decía Bernanos, “la gracia es olvidarse”...
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