Hasta ahora el cine se había contentado con mostrarnos a Hitler como un dictador caricaturesco, que como el personaje de Chaplin, o bien provoca la risa, o el miedo ante una amenaza externa, que apenas puede perturbar nuestras conciencias. La mayoría de las veces de hecho se le presenta simplemente como una alimaña, incapaz de mostrar el más mínimo sentimiento.
El hundimiento nos lo presenta sin embargo desde el punto de vista de una secretaria, que saca a la luz la ternura de
un hombre sensible con los niños, pero responsable de la muerte de seis millones de judíos. ¿Cómo es esto posible? De ese dilema es de lo que trata precisamente esta película...
La verdad es
que Hitler no era un animal, sino un ser humano, que se comporta a veces como un animal (“si vamos a perder la guerra es irrelevante el destino del pueblo”, dice su personaje en una ocasión). El
führer tiene un carácter colérico, más cruel que inteligente. El problema es que para algunos, como el director Wim Wenders, la reconstrucción realista que se hace de su vida cotidiana le parece una “trivialización” del mal. Ya que “al final victimas y verdugos se unen mediante una neutralidad irritante”. Por un lado, es cierto que la película no hace un juicio definitivo sobre el nazismo. Tampoco ve como una locura el crimen masivo que hizo del exterminio una auténtica industria, pero el tono de sus imágenes lo hace por otra parte innecesario.
REAL COMO LA VIDA MISMA
La historia de
El hundimiento está basada en la obra de un historiador alemán llamado Joachim Fest. Su libro ha servido de base al guión de Bernd Eichinger, el joven productor que hizo
El nombre de la rosa. Pero la película incluye también el extraordinario documento del relato real de un testigo directo de los acontecimientos: la propia secretaria de Hitler, Traudl Junge. El
film reconstruye así los últimos días del dictador en Berlín, asediado por el ejército soviético, de una forma tan verosímil que uno tiene la impresión de estar compartiendo con ellos su vida diaria en el
búnker.
Aunque parezca extraño, en Alemania apenas se han hecho películas sobre Hitler. En cierto sentido es todavía un tema tabú, arriesgado e intocable. Muchos productores y realizadores consideran por eso un proyecto como éste, un verdadero suicidio comercial. A pesar de ello fue candidata a los
Oscar como
mejor película extranjera, aunque el premio se lo llevara la contribución rosa de Amenábar a una visión idílica de la enfermedad y la muerte con
Mar adentro , que nada tiene que ver con la dureza brutal de la película de Hirschbiegel.
“Nuestro deber era dejar de lado los tópicos al uso y atenernos a la pura realidad”, dice el director. Pero
el escándalo lo ha provocado el hecho de que les “interesaba más el ser humano que el monstruo”. Hitler se nos muestra aquí
como un tipo anodino, patético, azotado por el
parkinson y encogido por el peso de la derrota. Sus ocasionales accesos de furia y explosiones de megalomanía, no hacen sino agigantar su insignificancia, ante su endeble condición de animal acorralado. Sólo su gélida impiedad y desdeñosa indiferencia ante el sacrificio de su pueblo nos recuerdan que esa criatura encerrada en su guarida es el mismo hombre que ha convertido el mundo en un campo de exterminio.
¿TODO EL MUNDO ES BUENO?
El escritor holandés Harry Mulisch dedicó también una de sus últimas novelas a los últimos días del nazismo. En el prólogo a esta obra llamada
Sigfrido, el autor observa que la mayor parte de los estudios que se han hecho sobre Hitler no aciertan a captar su verdadera naturaleza, ya que pocos personajes provocan a la vez tanta fascinación y repulsión. Su existencia encarna un angustioso y devastador vacío. Por eso durante un tiempo se le declaró un monstruo, pero la verdad es que él no vino de otro planeta. ¿Fue entonces una persona como cualquier otra?
Quizá los pasajes más estremecedores de
El hundimiento, piensa Juan Manuel de Prada,
son aquellos que muestran la adhesión inquebrantable de sus compatriotas. Generalmente, nos explicamos esa lealtad colectiva como el fruto de una influencia subyugadora que ejerciera Hitler, investido con rasgos mesiánicos. Pero esta película nos revela un hombre despojado de cualquier atisbo sugestivo, tan sólo un vacío que atrapa con sus fauces y engulle cualquier vestigio de vida. Parece así que fueron sus seguidores los que necesitaban creer en la grandeza del
führer y lo convierten ilusoriamente en el fuego que justifica su vida. ¿Cómo entender sino la secuencia, dilatada hasta el horror, en que Magda Goebbels aniquila a sus propios hijos?
Pero no nos engañemos, lo que nos molesta de Hitler es que él pone de manifiesto que el mal existe en el mundo. Con la Ilustración habíamos empezado a pensar que el mal no era sino algo fantasmagórico, cuando en realidad se esconde en cada ser humano.
Sería un consuelo pensar que al fin y al cabo todo el mundo es bueno, excepto tal vez Hitler, Stalin y Gengis-Khan. Pero la verdad es que lejos de tener el corazón de oro que todos pensamos tener, en nuestro ser habita el mal. Una realidad oscura que no podemos negar y a la que todos tenemos que enfrentarnos en algún momento de nuestra vida. ¿Quién nos librará de ese terrible mal?
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios hará lo que es justo: nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.” (1 Juan 1:8-9). Ya que “Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados; y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo.” (2:2).
Por lo que ¡hasta para Hitler había salvación!, si humillado se volvía a Dios y reconocía su maldad, confiando en la justicia de Cristo. Pero si no confesamos nuestro propio mal, tenemos tan poca esperanza como él de encontrar perdón y salvación...
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