En el pasado se pensaba en el trabajo solo en términos manuales. Los antiguos griegos decían de hecho que la ciencia y el deporte, no eran trabajo. Trabajo es lo que hacen los esclavos. Actualmente se piensa de otro modo, aunque un grupo de música como los argentinos Les Luthiers dice que “la esclavitud no se ha abolido, sólo se ha convertido en jornada de ocho horas”…
Hay mucha gente que ve el trabajo como un castigo, incluso como una maldición bíblica. Esta idea está especialmente arraigada en países latinos, donde una tradición católica ha influenciado el pensamiento secular. Es algo que vemos incluso en el marxismo, un sistema arraigado en la visión del hombre como trabajador, que tiene una versión peculiar hispana en la obra de Paul Lafargue, el yerno de Marx que introdujo la Internacional Obrera en España. Su obra fundamental se llamaba
El derecho a la pereza y denostaba como una herencia burguesa, la celebración del trabajo y el sacrificio, que había en las organizaciones de izquierda.
Lafargue afirmaba que sólo la indolencia permitía la búsqueda y disfrute de la felicidad. Creía que el verdadero sueño de los trabajadores debía ser no la jornada de ocho horas, sino de tres. De hecho en su peculiar comprensión de la Biblia, Laforgue decía que hasta Dios nos daba el primer ejemplo de pereza, al trabajar seis días, consagrando el descanso por toda la eternidad...
Obvia decir que su filosofía no tuvo mucho futuro en el marxismo. Ya que acabo siendo expulsado del movimiento comunista. Aquí en España no le faltaron seguidores. Uno de los más conocidos fue Fernando Savater, el filósofo donostiarra que le dedicó en su juventud revolucionaria, un apasionado elogio por su exaltación de la pereza, antes de suscribir la famosa frase de otro filósofo, que también fue militante comunista, Bertrand Russell, que decía que “quien no es comunista a los dieciocho años, es que no tiene corazón; pero el que lo sigue siendo a los cuarenta, lo que es, es un majadero”…
Yo no sé si “el marxismo es un problema de adolescencia, que se va con el tiempo”, pero aunque el marxismo considera a los trabajadores como la vanguardia de una “nueva humanidad”, el liberalismo ve también el trabajo como la manera de alcanzar una prosperidad de la que depende la felicidad de los hombres. Es evidente que hay que trabajar para poder vivir, pero para los protagonistas de una película como
Los lunes al sol, el trabajo es mucho más que eso, implica una dignidad. Nuestra autoestima y valor personal está íntimamente ligado a ello.
Freud pensaba que el amor y el trabajo son las dos actividades centrales que dan sentido a la vida. Ya que tu empleo te da una identidad y un
status personal, a tus propios ojos, como a los de los otros. El trabajo tiene un sentido social, que va más allá de la necesidad económica. Por lo que el problema del paro tiene que ver también con nuestro sentido de valía personal. Ya que el trabajo te da un sentido de propósito en la vida que pone en evidencia algo más que tu capacidad productiva.
LA CREACIÓN Y EL MANDATO CULTURAL
Al principio fue Dios el que comenzó a trabajar. El trabajo en la
Biblia comienza con la creación de Dios. Su obra, no es tanto cuestión de esfuerzo, sino que tiene algo de juego y creatividad, como el arte. Es como un jardinero cósmico, que en el Edén se revela como un cuidadoso artesano, cuyo
firmamento proclama la obra de sus manos (
Salmo 19:1; 8:3). Un trabajo voluntario. Lo hace porque quiere. Es
parte de su plan, consistente con su naturaleza, y dice que es bueno. Seis días trabaja y al séptimo descansa del trabajo que ha hecho. Juzga entonces su trabajo como bueno.
Hace cosas como un artesano, pero las ordena y nombra, como un zoólogo. Lleva a cabo su obra de acuerdo a un plan, examinando la calidad de su trabajo en cada fase, como un buen artista o industrial responsable. Asigna claras funciones a los componentes de su creación, como un buen ingeniero. Da un papel definido a la humanidad y provee los recursos para desempeñarlo, como un buen gerente. Su obra refleja quién es. Crea la humanidad a su imagen. Dios se complace en su obra, y cuando está acabada, dice que es “muy buena”.
Dios da también a la humanidad un trabajo que hacer. Al formar al primer hombre y la primera mujer, Dios les bendijo, y parte de esa bendición era “fructificar y multiplicarse, llenando la tierra y sojuzgándola” (
Génesis 1:26-28). Esto se ha llamado a menudo el
mandato cultural (que se repite en
2:15). Incluye mucho más que el trabajo, pero es en términos de ese mandato que debemos entender el sentido bíblico del trabajo. Es un mandato para la humanidad, dado como culminación a la creación de los cielos y la tierra. Es como si lo que Dios hace el sexto día, no es una cosa más al final de una lista, sino el sentido mismo de la Creación. Este mandato muestra el propósito por el que Dios ha creado al hombre.
No sólo el momento, sino también la forma en que lo hace, es significativa. Al sexto día dice por primera vez cuáles sus planes (v. 26) y vemos cómo los pone en marcha (28). Su idea es hacer a la humanidad “a su imagen y semejanza”, para “señorear” y “tener dominio” sobre la Creación.
Es como si la actividad humana fuera una continuación de los actos creativos de Dios. ¡Es más que un mandato! Ya que al hacernos administradores de la tierra, no es que nos diera unas instrucciones, después de habernos creado, sino que nos hace para llenar y cuidar la tierra. Es parte de la razón por la que hemos sido hechos. Forma parte de nuestra identidad.
Dios ha investido al trabajo de una dignidad, sin la cual no podemos vivir. La Biblia no lo ve como un castigo, ni una maldición, sino que es parte del propósito original de Dios para la vida humana. Cuando la humanidad se rebeló contra Dios, el carácter del trabajo cambió. No sería ya fácil. Tras la caída, supone sudor y esfuerzo (
Génesis 3:17-19), lo que provoca un sentimiento de frustración y futilidad (
Eclesiastés 2:22-23), pero mantiene una dignidad que alcanza toda actividad humana. Nos muestra algo de lo que significa ser hecho a imagen de Dios, a pesar de nuestro pecado: ser como Dios de alguna forma. Es cierto que en el
Nuevo Testamento esa imagen se relaciona con la justicia, la santidad o el conocimiento, pero en
Génesis hace referencia a ese señorío sobre la creación, ese dominio del mundo, que ejerce creativamente, dando forma y cuidado a la Creación de Dios.
Génesis describe cómo la humanidad responde a ese mandato, manifestando la imagen de Dios. El hombre y la mujer fracasan (
3:6), son expulsados del Edén (
3:23) y comienzan las ciudades (
4:17), la vida pastoral y nómada (
4:20), la música (
4:21) y la metalurgia (
4:22). Algunos responden obedientemente a ese mandato, como Noé (
9:7), pero otros se rebelan frente a él, como Caín, aunque Adán sigue cultivando la tierra y Eva da lugar a nuevas generaciones. La humanidad no puede dejar de intentar cumplir con su tarea, aún pervirtiéndola, porque es así como Dios nos ha hecho. No hay otra forma de sobrevivir. Incluso cuando Dios ahoga la tierra, salva un remanente que con Noé comienza a “labrar la tierra” otra vez (
9:20), llena ahora de sus hijos (
v. 19).
LA NUEVA CREACIÓN EN CRISTO
Jesucristo renueva ese mandato, ya que Él cumple de modo perfecto el modelo del verdadero hombre, hecho a imagen de Dios, que ha de señorear sobre la tierra. El Evangelio nos lo presenta como un obrero, carpintero hasta los treinta años. Describe su obra como un trabajo (
Juan 4:34; 5:17; 9:4), una obra única, pero todo un modelo de creatividad, orden y construcción, que beneficia a los hombres y a otras criaturas. La redención es una nueva creación, que restaura y libera a una creación sujeta a vanidad por el pecado (
Romanos 8:19-20).
La salvación es sin embargo mucho más que el Edén restaurado. La reconciliación de Dios con su pueblo, ya no es un jardín, sino en una ciudad. No volvemos al huerto del Paraíso, sino a una nueva Jerusalén (
Apocalipsis 21:21), que desciende del Cielo, convirtiendo la ciudad de los hombres, resultado de la cultura humana, en la Ciudad de Dios.
Lo que había empezado con el pecado, se perfecciona, como las hojas de la higuera de Eva, convertidas ahora en el vestido de novia de “una esposa ataviada para su marido”. Hay una culminación de la Creación en la Historia, que hace que “los reinos del mundo” vengan “a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (
11:15).
El cristiano es hecho así mayordomo de la tierra. La naturaleza no es un mero escenario a la historia de la salvación. Tiene un sentido en sí mismo, que la teología moderna ha olvidado, al enfatizar los hechos de Dios en la Historia, sobre el propósito de Dios en la Creación. Debemos cuidar de la creación, pero también trabajar sobre ella.
Las Escrituras están llenas de alabanzas al trabajo hecho con nuestras manos, corazones y mentes. Las habilidades para el trabajo son descritas como “dones de Dios” en el
Éxodo 35:30-32, pero el ministerio de Jesús se desenvuelve también en un contexto de trabajo. El carpintero habla sobre sembradores (
Mateo 13:3), segadores (
13:30), constructores (
7:24), pescadores (
Lucas 15:1) y mujeres que barren la casa (15:8).
Pablo no permite la holgazanería y exhorta a los cristianos a trabajar (
2 Tesalonicenses 3:10).
“El que robaba, no robe más, sino trabaje, haciendo con las manos lo que es bueno” (
Efesios 4:28). Debemos
“procurar tener tranquilidad, y ocuparnos en nuestros negocios, trabajando con nuestras manos de la manera que nos han mandado, a fin de que nos conduzcamos honradamente con los de afuera y no tengamos necesidad de nada” (
1 Tesalonicenses 4:11-12).
La palabra que se usa en el
Nuevo Testamento para hablar del trabajo, no distingue entre una obra física y una espiritual. Cuando el apóstol habla del trabajo manual con el que se ganaba la vida, utiliza el mismo término que para su servicio apostólico (
1 Corintios 4:12; 15:10; 16:16;
Gálatas 4:11;
Filipenses 2:16;
Colosenses 1:29;
1 Tesalonicenses 5:12). De hecho a veces es difícil saber a qué se refiere. Todo trabajo para él, nace de la fe y es un servicio a Dios. Aquellos que somos nuevas criaturas, somos restaurados en Cristo a imagen de Dios, para trabajar en el mundo, proveyendo para las necesidades de otros (
Hechos 20:35;
2 Corintios 11:9).
Pablo mismo trabajó con sus manos, para no ser una carga a la iglesia, sino para ayudar a otro. Nos ha dado así ejemplo de “no comer de balde el pan de nadie, sino trabajar con afán y fatiga, día y noche, para no ser gravoso a ninguno” (
2 Tesalonicenses 3:8). “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (
2 Tesalonicenses 3:10). No es que no le importen los pobres. Ya que recoge colectas para ellos. Si no que no soporta a los ociosos. En la iglesia hay que trabajar.
Su consejo a los esclavos es que deben trabajar de buena gana como esclavos de Cristo. Lo que significa que considera incluso el trabajo de un esclavo como un servicio al Señor comparable con su tarea apostólica. Esta idea se opone claramente a la actitud helenística frente a la cultura. Ya que para los griegos, el trabajo es algo periférico a las verdaderas preocupaciones humanas, un simple sustrato. La religión no es para Pablo una actividad espiritual, separada del trabajo, sino que todos los aspectos de la vida nos dan una oportunidad de servir a Dios con amor.
Estar contento con nuestro trabajo es un “don de Dios”, que da “alegría de corazón”, dice
Eclesiastés 5:19-20, aunque sea una “fatiga debajo del sol” (
v. 28). Ya que es también una fuente legítima de satisfacción, divinamente ordenada, como parte de la condición humana. El trabajo no es por lo tanto idea del hombre, sino de Dios. No es una intromisión. John Lennon decía que “la vida es aquello que pasa, mientras hacemos otras cosas”, pero el trabajo es parte de nuestra vida, que para el cristiano está en relación con Dios.
LOS LÍMITES DEL TRABAJO
Hasta aquí hemos enfatizado la bondad y redención del trabajo, pero ya que el pensamiento secular moderno da un carácter salvífico al trabajo, tenemos también que decir que el trabajo no es un medio de salvación. No puede erradicar el pecado, ni producir una nueva creación. No podemos obtener felicidad por medio de él, ni seguridad o control de nuestro medio, ambiente o humano. Por eso muchos dicen como Bart Simpson: ¡Agh! ¡Para mí se acabó trabajar! ¡El trabajo es para los imbéciles!”, Y Homer, su padre, le contesta: “Hijo estoy orgulloso de ti. Yo tenía el doble de tu edad cuando me dí cuenta de eso”…
Esa es la experiencia de
Eclesiastés 2:10-11: el trabajo en si no tiene finalmente
valor. Si buscamos el sentido de nuestra vida en el trabajo, tendremos un corazón vacío. Nuestro significado está en relación con el Creador del trabajo.
Éxodo y Deuteronomio ponen el trabajo en perspectiva y establecen claros límites al tiempo que podemos pasar trabajando. El séptimo día es el
Sabbath, un día de descanso. Debemos reconocer a Dios como el Creador y descansar, dejando que otros también descansen.
Dios es el Señor del tiempo y el tiempo es un regalo de Dios. El séptimo día llamó a los israelitas a dejar en sus manos el tiempo, aquello que nos parece que nunca tenemos suficiente. Hay que resistir la tentación de romper el ritmo de trabajo y descanso, que Dios ha establecido. Ya que incluso Dios descansó después de haber creado el mundo. El mandamiento de no trabajar el
Shabbath tiene tanta importancia como no robar o matar. La vida de Israel se ordenó en un ritmo de trabajo y descanso.
Como criaturas hechas a la imagen de Dios, somos llamados a hacer otras cosas que sólo trabajar: Ser buenos maridos, esposas, padres, hijos, vecinos y ciudadanos. Necesitamos alabar a Dios, intimidad, juego y descanso. Tenemos un llamamiento más importante aún que trabajar. Somos llamados a ser y a vivir como cristianos. El apóstol considera por eso poco importante si alguien es esclavo o libre (
1 Corintios 7:20). La fe no es un trabajo más. Las Escrituras nos enseñan que la salvación es por gracia, un regalo de Dios, no resultado del trabajo. Es un don de Dios a aquellos que confían en Él y guardan sus mandamientos.
La Biblia relaciona por eso el rechazo de la gracia de Dios con la salvación por obras, en la denuncia de un orgullo arrogante en el trabajo. La cultura de Babel se levanta soberbia y altiva, pretendiendo con su cúspide llegar al cielo. El ansía de poder y grandeza pretender hacer del hombre un dios. Esa es la esencia de la idolatría: el orgullo en la obra de nuestras manos. Al “hacer imágenes mudas, confía el hacedor en su obra”, dice Habacuc (
2:18-19). De hecho, empezamos a parecernos a los ídolos. “Semejantes son a ellos los que los hacen, y todos los que en ellos confían”, dice el
Salmo 135:18. Somos entonces controlados y conformados por nuestro trabajo, rehechos a su imagen.
La humanidad necesita reconocer que Dios es quien nos da todas las cosas. Debemos dejar de lado nuestra avaricia y poner limite a las ganancias materiales. Es por eso que en el
Antiguo Testamento el
Shabbath es un indicador crucial de la fidelidad al Dios de Israel, que como nos recuerda Jesús, está hecho para la humanidad, no la humanidad para él (
Marcos 2:27). Es para nuestro beneficio, pero está íntimamente unido a nuestra confianza en Dios.
Israel tenía que descansar también el séptimo año, confiando en la promesa de Dios de que la tierra produciría un excedente suficiente
(Levítico 25:18-14). El año del Jubileo su fe era probada aún más. Necesitaban dejar a un lado su trabajo durante dos años, dependiendo totalmente de Dios (
vv. 8-12). Es así como se presenta la salvación en el
Nuevo Testamento, como entrar en el descanso de Dios, dice
Mateo 11:28.
“Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”, dice el Señor.
Cuando descansamos reconocemos que todos nuestros esfuerzos no son nada en sí mismos. Significa dejar el mundo de lado por un tiempo. El verdadero descanso exige el reconocimiento de que Dios y nuestros hermanos, pueden vivir sin nosotros. Es aceptar nuestra insuficiencia y traspasar la responsabilidad a otros, rendirse a los caminos de Dios. Es por eso que hace falta fe para poder descansar. Ya que cuando descansamos, aceptamos la gracia de Dios. Fluye de la fe viva en el Salvador, que puede llevar todas nuestras cargas.
Hay además un descanso eterno, el goce pleno, cercano y dulce del amor de Dios. “Si solo contamos con esta vida, somos los más miserables de todos los hombres”. No sé cuánto recordaremos de nuestro trabajo en el Cielo, pero lo que no olvidaremos nunca es la obra que Dios ha hecho por nosotros. En el Trono está sentado un Cordero inmolado. Aquel que nos compró a tan gran precio, no nos va a dejar sufrir para siempre. Por eso decimos: ¡Ven Señor Jesús! ¿Por qué nos resistimos entonces a dejar nuestro trabajo en este mundo? ¡Su descanso nos espera! Y con él un trabajo mejor...
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