El texto dramatizado por Howard Koch, está basado en una novela clásica de ciencia-ficción de H. G. Wells (1866-1946),
La guerra de los mundos (1898). Este jueves se vuelve a representar en el Teatro Mira de Pozuelo (Madrid), en una experiencia insólita organizada por la Academia de las Bellas Artes y las Ciencias Radiofónicas de España. La emisión de Radio Nacional de España será difundida por la SER, Onda Cero, la COPE, Punto Radio, Onda Madrid e Inter-Economía en una “dramatización coral”, en la que participan voces tan conocidas como la de Luis del Olmo o Juan Ramón Lucas. Todos ellos coordinados por el realizador de Radio 3 Gregorio Parra, que ha traducido fielmente el librero original.
Los sucesos producidos a raíz de la emisión de Welles, han alimentado desde entonces todo tipo de reflexiones sobre la influencia de los medios de comunicación en la sociedad moderna. Ya que bajo la forma y lenguaje de un informativo, los actores de la
CBS, convertidos en locutores de noticias, anunciaron la llegada de una avalancha de platillos volantes, con conexiones a hipotéticas unidades móviles, que narraban el aterrizaje de las naves y describían aquellos temibles extraterrestres. Se calcula que casi dos millones de oyentes creyeron que la invasión era cierta...
EL MITO DEL EXTRATERRESTRE
En la narración de Welles, seres con los ojos espigados como una serpiente, salían de
una flota de extrañas naves, que atacaban Nueva York. El libro en el que se basa, presenta a los marcianos como aguerridos invasores, que no dudan en freír con sus rayos a cualquier ser humano que se encuentren. Son “intelectos poderosos, fríos y crueles”, que toman carne y sangre de otras criaturas, para inyectarla en sus cuerpos frágiles, que “no tenían un sistema muscular desarrollado”. Aunque si la visión que nos da
La guerra de los mundos de los extraterrestres es la de seres terribles que “devoran y conquistan sin razón”, su perspectiva de los humanos no es mucho mejor...
Masas enloquecidas, egoístas e insensibles al sufrimiento del individuo, son capaces de aplastar a cualquier niño que tropieza, como bien refleja la película protagonizada por Tom Cruise. Ya que en su lucha por la supervivencia, el hombre aparece dominado por una avaricia desmedida, que hace que uno muera por no ser capaz de soltar unas monedas de oro. Por lo que su huida de esta amenaza no demuestra más que la bajeza de la condición humana. La tierra se presenta así como un territorio desolado, y el personaje del vicario anglicano no muestra más que la desesperación de una religión incapaz de enfrentarse a lo desconocido.
EL TERROR DE LA CIENCIA-FICCIÓN
El terror de la ciencia-ficción se basa desde las leyendas del judaísmo de Praga sobre el Golem, en la soberbia humana que llega a crear un ser artificial como un homúnculo, carente de alma e incapaz de amar. Este producto de laboratorio se convierte en un Mesías siniestro y tiránico, que busca vengarse de la humanidad, dispuesto a encabezar las más violentas revoluciones. Tal pesadilla suele ser resultado de un doctor loco, que trasplanta el cerebro y las manos de asesinos como en
Orlac, o por medio de una fecundación artificial como en
La Mandrágora, una popular novela adaptada muchas veces al cine, a principios del siglo XX.
En el caso de
El doctor Mabuse de Lang (1922), el científico no utiliza sin embargo su maligno poder para su provecho personal, sino que su móvil es el puro placer de convertirse en motor del caos. Esa tragedia adquiere mayor complejidad en otro clásico de Lang llamado
Metrópolis (1927), donde los hombres-máquina viven esclavizados en una ciudad industrial, reciben el mensaje de María sobre el futuro advenimiento de un Salvador. Pero el científico aliado al capital, construye una réplica robótica de María, que provoca una oleada de destrucción. Así también en
El fin del mundo de Abel Gance (1930), dos hermanos intentan salvar a la humanidad, ante la inminente colisión de un cometa sobre la Tierra, pero uno lo hace desde la fe, y el otro desde la ciencia.
No es extraño también que sea en la década de los treinta, cuando la Universal resucita el moderno Prometeo de Mary Shelley en las sucesivas adaptaciones de
Frankenstein, ilustrando la locura de la criatura que quiere imitar al Creador. Así como el doctor Moreau de Wells intenta acelerar el proceso evolutivo a través de la transformación de los animales de su isla en hombres.
A raíz de la transmisión de Welles, las historietas de
cómic de
Buck Rogers (1939) son eclipsadas por la popularidad de la serie de
Flash Gordon de Alex Raymond, en la que Marte ataca la Tierra. En los años cuarenta aparecen por eso las viñetas de superhéroes como el
Capitán Maravillas, Batman, Superman, o el
Capitán América. Aunque será en la década de los cincuenta cuando la ciencia-ficción se haga inmensamente popular a través del cine.
LA SALVACIÓN ESTÁ AHÍ FUERA
A la hora de analizar el sentimiento de paranoia que invadió aquella época, es importante entender que no todos los extraterrestres de estas historias son metáforas del llamado terror rojo, por el que la sociedad americana se enfrenta al comunismo; ni todos los monstruos fueron alimentados por el miedo a la bomba atómica. A veces los
ovnis son simplemente
ovnis. Ya que en 1947 fue cuando comienzan los llamados avistamientos, a raíz del mal entendido sobre la supuesta visión de unos platillos volantes sobre el monte Rainier de Washington por un piloto llamado Kenneth Arnold, que describió así sus movimientos a la prensa, no los objetos en sí.
Nace así una nueva generación de escritores, como Isaac Asimov. Aparecen antologías de relatos en editoriales de prestigio, y se lanzan nuevas revistas especializadas. En
Cuando los mundos chocan (1951) de George Pal, la única salvación es una nueva arca de Noé. Abundan en estas historias las referencias religiosas, en un ambiente catastrofista de claras resonancias bíblicas. Aunque hay una película que anuncia ya un cambio de rumbo. Se trata de
Ultimátum a la Tierra (1951) de Robert Wise, que presenta una manifestación espiritual de bondad extraterrestre, aunque sea todavía incomprendida.
Esta película, que acaba de hacer de nuevo el director de ese curiosa mezcla de cine de terror, películas de juicios
y reflexión teológica, que es
El exorcismo de Emily Rose - Scott Derrickson -, la protagoniza ahora Keanu Reeves. En ella el personaje de Klaatu se presenta como un Jesús capaz de morir y resucitar, al estilo del
E.T. que escribió Melissa Mathison para Spielberg a principios de los años ochenta. La historia de Edmund North estaba basada en un relato publicado en las páginas de la revista
Astounding en 1940, con la interesante diferencia de que el robot que acompañaba a Klaatu, no era en realidad su criado, sino su amo. Por lo que el nuevo orden que se propone a los humanos, no era otro originalmente, que hacerlos esclavos de una civilización extraterrestre.
UNA NUEVA RELIGIÓN
En 1958 el psicólogo suizo Carl Gustav Jung publicó un libro sobre los “platillos volantes”, como “un mito moderno de cosas que se ven en el cielo”. Su tesis es que estos “rumores visionarios” tenían un profundo significado religioso que muestra una nueva forma de ocultismo místico. Las modernas historias de “contactados” utilizan por eso la misma metodología que los
médiums espiritistas. Ya que los extraterrestres parecen haber sustituido a los antiguos dioses, ángeles y almas de difuntos.
Lo cierto es que
a partir de Encuentros en la tercera fase (1977), el alienígena se va divinizando, aunque todavía destroza la casa del pequeño Barry o aterroriza a su madre, alterando la vida y la mente de Neary. Aunque esta figura ha pasado ya de ser una amenaza, a verse como una influencia salvífica, por la que podemos entrar en contacto con un poder superior, lleno de amor y bondad.
Hace mucho ví con mis hijos una de esas películas horrorosas que suele hacer Disney cuando deja de hacer lo suyo, o sea la animación. Se llamaba
Mi marciano favorito (1999). Se trata de una de esas insulsas parodias en las que el extraterrestre se convierte en divertida mascota del ser humano, mostrando hasta qué punto hemos domesticado cualquier amenaza exterior. Si millares de americanos aterrorizados convirtieron aquella transmisión en un acontecimiento social, al caer presos del caos y el terror, hoy en día pensarían que estamos ante un espectáculo infantil.
EL EVANGELIO SEGÚN E.T.
El extraterrestre, como el Dios de la antigüedad, ha dejado de darnos miedo. Si nuestros antepasados temblaban ante la posibilidad del juicio de Dios, hoy ya no piensan en él así ni los viejos. Por eso cuando decimos que Dios es amor, no nos engañemos, lo que la gente piensa es que si realmente existe, será alguien totalmente inofensivo. Alguien a quien no podemos temer, porque no haría daño ni a una mosca. Es como un muñeco de peluche, suave y entrañable, que da valor y confianza en la vida, pero que no supone ningún peligro.
Si no conocemos a Dios, no podemos saber a quién hemos ofendido. No es extraño por lo tanto que no veamos ya a Dios como una amenaza. Es por eso que nadie entiende de qué hablamos, cuando decimos que necesitamos ser salvos… En la emisión de Welles, un hombre preguntó a una de las chicas de la centralita de la
CBS si se iba a acabar el mundo. Ella le contestó: “Lo siento, aquí no tenemos esa información”…
Spielberg hace bien en creer que hay una presencia benefactora más allá de las estrellas, y que hace falta fe, curiosidad y aventura, para entrar en relación con ella. Hay una vida extraterrestre que se muestra a aquellos que son como niños, tras morir y resucitar, volviendo después a su casa. Pero no nos confundamos, Cristo no es E.T. Él no está simplemente en el corazón de todos aquellos que le conocen.
Jesús no es un muñeco de peluche que podamos guardar en el armario, como hace Elliot con E.T., sin que su madre siquiera lo distinga. Vemos amor en su brazo extendido, pero también la amenaza de su ira, para todo aquel que lo ignore. Aunque el abrazo de Sus brazos colgados de la Cruz, nos puede salvar eternamente.
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